LA MONEDA
Publicado en Nov 18, 2014
Eché una ojeada y la vi rodar sin control, arrastrando las primeras hojas de noviembre. El otoño había llegado tarde y no era costumbre, por ello los castañeros se asaban bajo sus tejadillos metálicos contemplando impertérritos a los paseantes.
Para el resto era invisible, sin embargo a mi me sorprendió en el momento más astuto y atento de aquellos días, y podía apreciar el titilante sonido metálico y los pliegues cegadores que describía al circular. Una gigantesca moneda de una sola cara atravesaba calles y pasos de cebra, cediendo el equilibrio al viento, exhibiendo la corona pero no el importe de su valor. Creí que ése, sin duda, sería el motivo de su paso inadvertido. Al llegar al cruce de m. con j. aminoró la carrera hasta detenerse apostada sobre los contenedores de una callejuela donde los restaurantes despachaban la basura. Llegué con la lengua fuera, presto a volcarme en la entrevista, cuando la inquietud centelleó delante y detrás de la imaginación más romántica y perfecta. Era demasiado tarde para echarme atrás, y ni siquiera la enorme visión de su diámetro consiguió disuadirme. La calle sombría envolvía su silueta dorada y los ecos del día morían a mi espalda, solos nos quedamos ella y yo. Le pregunté quién era exactamente y de donde venía, puesto que nunca antes había visto una moneda de única cara. Me respondió que esa era la manera de distraer a las masas y vivir tranquila rodando y conquistando en sus viajes el aire embriagador preñado de inesperados encuentros. También quise interesarme por su familia, si es que había recorrido medio mundo por visitarlos, y ella me contestó que el hecho de que buscara lo inesperado desmontaba la pregunta acerca de sus parientes. Me lamenté por mi torpeza y de repente me sentí profundamente triste y frustrado, entonces la moneda interrumpió mis lamentos, para orientarme hacia el origen. Señaló el cielo, y en ese instante decenas de diminutos cuerpos dorados brillaron levemente sobre la tierra, planeando como hojas arrancados de un cuento. No era difícil de suponer que nadie más que yo presenciaba el espectáculo, y por ello mi última pregunta fue dirigida en este sentido. -La respuesta es tuya, en esta acera y en el paso de cebra, en las ventanas de curiosos que ahora te graban hablando solo. Sin embargo, yo he salido de tu bolsillo, y te has preocupado por mi tamaño, más que por la pequeñez de las personas a mi lado. Has conocido mis colmillos, y aunque el oro nos camufle, cada uno de nosotros está destinado a elaborar su atención para evitar que mueran como otros lobos. Disfruta ahora de esta lluvia que parece eterna, mañana el cielo estará nublado.
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Elvia Gonzalez
javier castillo esteban
Enrique Gonzlez Matas
ESTÁ MUY BIEN EXPRESADA Y POR ESO TE FELICITO CON MI ABRAZO.
javier castillo esteban
gracias enrique, un honor
Mara Vallejo D.-
Excelentes letras, me mantienen al acecho, amigo mio. Es un ensayo del cual surgen enseñanzas camufladas, ha sido grato leerlas. ¡Muy bien!
Abrazos.
javier castillo esteban