Sobre hombres y hormigas.
Publicado en Nov 18, 2014
Quizás suene completamente trivial lo que les contaré en estas páginas, y también quizás a nadie le interese.
Era una tarde de sábado. Ese día fue uno de los tantos calurosos que hubo ese año, y se cree que el más seco de todos. Estaba sentado, en el escritorio como era de costumbre, con las ventanas abiertas hasta más no poder. Aun así no entraba ni una gota de viento, de aquél refrescante, silencioso y solicitado viento. Miraba a través de mis anteojos el vistoso paraje que se me presentaba día a día. Tenía mi máquina, el papel y me disponía a escribir la novela más fabulosa del siglo. No obstante, mi mirada se posó en un rincón en donde había una seguidilla de hormigas, de esas que pueden levantar cincuenta veces su peso, o diez, o cinco, o siete. Provenían de la ventana, del exterior y terminaban detrás del escritorio –o quizás mucho más allá, o mucho más acá- Yo realmente me alegré. No sé si les haya contado, pero soy partidario de respetar la vida de cada ser vivo, por muy pequeño que este sea. Me desviaré un poco del relato, pero esto es importante para entender por qué escribo esta historia. Me parece grotesco que la gente considere más vil y cruel asesinar a un hombre que a una abeja, o a un caracol, o que cortar un árbol. Los considero crímenes iguales, y hasta me atrevo a decir que el crimen de asesinar a un hombre es menos vil que los anteriores. Todos ser humano comete atrocidades en la vida, algún tipo de destrucción, en cambio todo lo que no pertenece a la raza humana, es un ser sencillo que tan solo proporciona un ciclo eterno de vida. Pero esto nadie lo considera así. Pues yo sí. Volviendo a mí relato. Me alegré verlas allí, siguiendo una línea tan bien unificada. Me recordó a mi infancia, esa infancia inconsciente y feliz. Las deje de observar por un momento y escribí: “Caminé por entre el rosal, espinoso y peligroso. Llegué a él por un camino pedregoso…” Siempre comenzaba con algo realmente bello y poético. Este método funcionaba la mayoría de las veces, especialmente para desarrollar mi trama. La desenvolvía rápidamente y me alegraba cada vez que la leía, ya que recordaba cómo había comenzado y cómo finalizaría de la misma forma. Con este método había logrado un gran éxito literario. Seguí dos planas sin detenerme ningún instante. Me encontraba inspirado y no entendía el por qué. Al llegar a la tercera hoja en blanco me detuve y volví a observar aquellas hormigas. Sentí por un instante que dominaban mi espacio vital, que poco a poco perdía lo mío, aquél espacio que me pertenecía. En el tiempo que escribí esas hojas, la cantidad de hormigas se habían multiplicado, quizás por tres. Eran tan pequeñas que era difícil saberlo. Pero lo que si sabía es que había demasiadas. Cerré las ventanas a pesar del sofocante calor que se apropió pronto del lugar. Seguían caminando, una tras otra, y juro haber sentido sus pequeños pasos por sobre la madera. Me irrité. Pronto vi un par de hormigas que se desviaron y se posaron sobre mi máquina de escribir. Esto me irritó aún más y propuse guiarlas por un camino distinto, un camino hacia fuera, para que no estuvieran por allí, distrayendo mi labor literaria. Ninguna comprendió mi mensaje y seguían avanzando, tercas e implacables. Mi rabia era inmensa, pero a pesar de ello me contuve. Insistí en sacarlas de alguna forma. Cogí un papel y las intenté sacar montón por montón, pero eran demasiadas así que desistí de esto. Las soplé para asustarlas, no obstante ninguna lo hizo. Las amenacé con fósforos, pero seguían sin prestar atención alguna. Las soborne con pan dulce, pero no comprendieron el mensaje. Irritado y estresado decidí -ciego de cólera- aplastarlas una a una. En ese pequeño instante sentí que observaba todo esto detrás de un vidrio, me miraba, asestando certeros manotazos a todas aquellas hormigas que corrían despavoridas, y que como observador de esta cruel escena, no podía reaccionar. En solo un momento que lo sentí eterno acabé con todas ellas. Me senté y me di cuenta de todos aquellos seres ya inanimados que nunca más volverían a caminar en una seguidilla unificada. Pintas negras se formaron por sobre el escritorio. Manchas que harán eco en el tiempo. Esta acción tan superflua para algunos, fue significante para mis adentros. No pude seguir escribiendo, presa del horror, presa del arrepentimiento. Pensé que esta acción contradictoria sería pasajera, que llegaría el día en que pensaría en este instante y me daría cuenta de lo trivial del asunto. Pero esto jamás ocurrió. En mis pesadillas constantes yo era un Dios que castigaba a mis creaciones por asuntos que me irritaban, a pesar que fuesen simples. Una mirada, un saludo, un despido, todo me molestaba y castigaba fuertemente. Despertaba en medio de la noche mirado por las estrellas de la madrugada, con un sudor frio. Las ventanas se encontraban abiertas de par en par, y no hubo noche alguna en la cual se hallaran cerradas.
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