Perro de la calle II
Publicado en Nov 22, 2014
Perro de la calle
En tu madriguera entre el humo de un cigarro Y el aroma de un alcohol Vas engañando a la vida, con yerba florida. Perro de la calle con tu bronca estampada, y en el pecho tatuada, la daga atorrante. -¡Abra la puerta! Soy yo. -¿Qué quiere? Él espera en la puerta. Se sostiene como puede. La sangre brota por encima de la cintura. Es extraño pero no siente dolor, sólo un poco de mareo… pero no le duele la herida. Suplica nuevamente. -Por favor, le ruego que abra la puerta…¡¡Abra carajo!! Un fuerte golpe de puño sobre la puerta resonó en la oscuridad de la noche, luego un silencio, después un ruego, una súplica, casi como una confesión. -Soy yo. Abra por favor. Se lo suplico. Lentamente, se abrió la puerta y una sombra se divisó adentro y sin abrir del todo interrogó. -¿Qué busca aquí? ¿Qué quiere? -Necesito un lugar. En un enfrentamiento, el tartufo y el mono murieron y a mí me hirieron… Recibí un disparo en el abdomen. Apoyado en la puerta y con sus brazos, tomando el abdomen tratando de tapar la herida, que no paraba de sangrar. Necesito un lugar, para curarme, es por unos días, je, je, si antes no me muero, tal vez, sean estos mis últimos momentos. -¡Menos mal que su madre no está aquí para ver esto! Si no, se moría junto con usted de dolor. La puerta se mantenía entreabierta, mientras una sombra cautelosa se divisaba como oculta cerrando el paso. Ya casi no se podía sostener de pie. Le costaba mucho respirar, un sudor frio recorría su cuerpo, había ya un pequeño río de sangre que bajaba lentamente por una pierna y descendía serpenteante, hacia la vereda. Al ver la gravedad de la herida Él decide abrir la puerta. -Pase que voy a intentar curarlo- dijo con tono amargo y tosco, mientras le indicaba un rincón donde había una cama. Todo esto que hago, no lo hago por usted, lo hago por su difunta madre, Porque usted fue su único hijo-. Decía esto mientras se iba a buscar un poco de alcohol y unas gasas. - Claro, lo hace por mi madre, ¿alguna vez podría hacer algo por mí? Intento gritar, pero le faltaron fuerzas, buscó la cama, dio unos pasos, notó que estaba mareado. -Ni en este momento, el más funesto de su vida, ¿podría usted dejar esa actitud quejumbrosa? Agradezca que lo haga, porque no es para mirarlo satisfecho y abrazarlo. De todas las tragedias, el peor agobio es pensar o preferir que el hijo que uno tiene esté mejor muerto que vivo y la peor de las tragedias es que eso se haga realidad. ¡Gracias a Dios que su madre no está aquí, para ver esto! -Mire usted, yo pienso casi igual. De todos mis agobios es pensar que mi propio padre sea el fundador de esta inquina; y que después de inaugurada él mismo reniegue y desprecie eso que él mismo promovió. -Yo, no lo empujé a esto, fueron sus amigos. -Yo, creo que el santo y el monstruo laten en un mismo ser. En esta paternidad, su presencia infamante, pero indirecta me empujó a esto. Yo, hacía todo lo posible, incluso lo malo, para que usted se fijara en mí, pero eso fue sólo al principio, después… después, de tanta indiferencia ya no me importó, ya no me interesaba, ni su mirada, ni su afecto, ni su consejo, ya no quería nada de usted. Por esto he maldecido el nombre que yo tengo de usted, la parte que a mí me toca la he aborrecido y si he robado o matado, si lo hice, fue porque, no tenía un padre que me guiara. -¡AH, eso no! ¡No ponga excusas mi amigo! yo no habré sido un padre afectuoso, pero eso no es motivo para vivir y morir de este modo. ¡Mírese! Tendido ahí, en esa cama, escupiendo sangre. ¡Menos mal que Dios llevó a su madre para que no tenga que ver esta sombra de la vulgaridad! Mire como desprestigia los consejos de su madre, vea como hace inútil el cariño que le dio, ya se desvanecen en la elocuencia las recurrentes súplicas de su madre, sus largos y envejecidos consejos, ¿de qué sirvieron sus prolongados y adornados ruego? si aun así… termina vencido por la violencia de este modo. A usted no le faltó cariño, sino correctivos. -No son escusas. Además, mi queja no es contra ella, mí queja es contra usted ¿Alguna vez recibí de usted un abrazo, una palabra de afecto? Siempre usted ahí; agazapado en sus largos silencios dejándome fuera de su mundo sin pretensiones. ¿Alguna vez hablamos mirándonos la cara? ¿Estuvimos juntos en algún interés? Nunca un consejo, o una palabra de aliento. Siempre tendemos a no mirarnos a huirnos la mirada y con eso ¿qué relación de padre e hijo podemos hacer? Lo que pasa que usted… usted, no quiere hacerse cargo de la parte que le toca, ¡¡Si soy como soy, en parte es gracias a usted!! ¡Por favor! Sea hombre y tenga el valor de aceptar toda la torpeza y toda la cobardía de esa tímida paternidad, de este vínculo mal prefabricado. ¡Lo juro! En mis crimines su ausencia se vuelve sospechosa, que usted no lo quiera ver; eso es otra cosa. -¡Ah! Eso no lo voy aceptar !No le permito que piense así! Eso es por culpas de sus amigos, no mía. Nunca le pedí que robara, incluso le decía a su madre, “No deje que se junte con ese tal Tartufo, no me parece que sea una buena persona”. Mire… mire, como terminó, bañado en sangre ¿Vio que yo tenía razón? ¿Se da cuenta que mis enojos no eran infundados? ¡Yo… yo sabía que esto iba pasar! ¡Yo sabía!... Me acuerdo cuando nos dijeron que estaba enfermo y lo fui a visitar en su madriguera, lo vi, usted y sus amigos, acostados al lado de una caja de vino y bañado en el humo de una flor. De esa dolorosa verdad brotó una desesperada resignación, una terrible impotencia. Desde ese momento usted se convirtió en algo irremediablemente odioso para mí, sin nada que justifique su existencia. Perdida la esperanza de que sea un hombre. ¿Qué me queda? Ya se adivinaba que esos, sus gestos atrasaban, y harían desagradecido a esos sueños. Cuando su madre preguntó por usted, para cuidar el altar de su memoria, en la que ella le puso, quise esconder con borrones de olvido los resabios de sus malos gustos; por amor a ella guardé sus fallas, las cubrí con siete capas, adornando la historia, estudiando el sermoncito, ocultando su vida tan subida de tono. Yo nunca quise que terminara así, el camino lo eligió usted, pero no podía ser de otra forma, con esos amigos sin talento, sin oficio, con mucha calle y poca escuela; cortos de estudios ¿Qué podemos esperar? ¿Un toque intelectual? Evidente que así no tienen un bien que asegure sus esperanzas, solo les queda robar; por que trabajar ni soñando y con el tiempo que les sobra echarse el humo de una flor y el aroma de un alcohol hasta perecer ocioso. Un amigo comisario me contó lo que usted hacía con esos amigos del vicio y el recreo; Tropezando y cayendo confundido con los malos amigos que tiene: Esos Hijos del ocio y hermanos de la calle. Por eso… por eso le decía a su madre, para que hable con usted y lo separe de esas juntas. Cuando ella no dormía preocupada por usted, por los tiros que se sentían en la distancia, mesclados con el llanto de las sirenas de la policía, yo la apretaba contra mi pecho y la tranquilizaba. No sólo ella sufría por usted, yo también… Una fuerte contracción muscular tensó el cuerpo del joven. Desvanecido por unos instantes, sus ojos se retiraron para atrás. Lentamente su cuerpo se relajó y volvió a respirar, pero con más dificultad que antes. -¿Dónde está? -Aquí, a los pies de la cama. -¿Por qué apagó la luz? -Pero si la luz está… -Bueno, no importa, lo que tengo que decir lo puedo hacer con luz o sin ella… dejemos por un momento la liberación de tantos reproches, culpas y disculpas. ¿Recuerda a Dorita? Ella… ella, está…embarazada, eso me puso contento. Me dije: Por este bebé y por ella, la mejor solución es dejar esta vida de malandra. Ella me dijo: Especialmente a tus amigos y vas a conseguir un trabajo digno… Yo sin remordimientos ni demora le prometí que por ella cambiaría. Encontré todos los pretextos para cambiar, en rigor de la verdad, es lo que siempre quise. Sin nostalgias acepte. Nunca quise ser como soy. Lo único que necesitaba era una escusa para cambiar… Ella me ofreció generosa esa escusa y yo estaba dispuesto a… ¡Qué bronca! Justo cuando estaba decidido me sorprende esta desesperada resignación de aflojar la vida. Es horrible la impotencia de no poder cumplir y cambiar mis años de errata. Tan juiciosa mi renuncia queriendo cambiar mi destino con el mono y el tartu salimos a una cena de despedida. Era la última vez que los veía, después de esa cena no seríamos más que amigos a la distancia. Por una ironía del destino terminamos a los tiros. Pero lo importante…es que, ella… espera un bebe. Me confesó que no es mío, ella… ella… no lo quería tener, me dijo que lo quería abortar… yo, yo le roge…le suplique que no lo hiciera…le dije, qué culpa tiene ese ser para pagar con su vida los errores ajenos ¡Eso no es justo! Le prometí que yo me haría cargo del bebe… ¡No! ¡No… diga nada! ¡Escúcheme! Usted sabe. Lo estamos viendo. Yo no voy a poder cumplir esa promesa sin su ayuda… Le voy a pedir un único y último favor, pero no lo haga por mi madre, si no por mí. Nunca le pedí nada, ahora… ahora, le doy la oportunidad de comenzar de nuevo…de no cometer dos veces… los mismos errores… de ser un verdadero padre. No todos tienen la misma maravillosa oportunidad de redimirse… Este momento trágico nos brinda a los dos… esa única e increíble oportunidad… Cuide al niño por mí. Cumpla mi sueño. Dé al niño el afecto que yo nunca conocí. Que él tenga… el cariño y el amor de un Padre, que yo siempre quise y… que nunca tuve, entonces usted tendrá el hijo que siempre soñó… cariñoso… estudioso… respetuoso… amable… Ahora al padre, un fuego encendido le nació de pronto, el calor invadió todo su cuerpo, le sudaban las manos, la frente, su cara y sus ojos se pusieron rojos, su pecho galopaba, las ideas alocadas y entre mescladas no le permitían hablar, sus ojos vidriosos se convirtieron en dos grandes represas que casi desbordaban y que apenas contenían el copioso llanto. Mientras uno se encendía el otro se apagaba, tirado ahí, en la cama, un sudor frio le congeló los pies, subió por la espalda, le abrazó el pecho y congeló las manos. Su rostro helado mostraba el esfuerzo en cada respiración, su pecho lentamente se callaba, cada latido parecía el último. -Verá entonces usted y entenderá que el amor… que el amor… no sólo hay que sentirlo en lo profundo del silencio y la soledad, como en secreto… sino que también hay que expresarlo abierto y públicamente, con caricias…con fuertes abrazos… con incontables besos y con innumerables ¡te quiero!.. A las personas las hace buenas, el amor, algo que a mí me faltó, sí usted hace esto por mi… si me promete que hará usted todo esto… entonces yo… entonces yo… lo perdono. En ese momento desbordó la catarata contenida en un llanto silencioso, en un segundo recordó las innumerables veces en que se negó a ofrecer ese “sacrificio” de amor, a mostrarlo públicamente, muchas veces quiso y no supo cómo, ¿pero cómo hacerlo? si él siempre fue educado, en la doctrina de que los verdaderos hombres no dejan ver los afectos, esos sentimientos son para las mujeres, pero aquí, frente la agonía era imposible seguir sosteniendo ese discurso. La tragedia de ese momento funesto, deja ver claramente el error de su vida, entonces se dejó caer sobre el pecho del joven, lo tomó entre sus brazos, lo apretó contra su pecho, tomó su rostro helado entre sus manos, salpicadas de sangre, lo miró a los ojos le habló al oído como en secreto, le pidió perdón y le juró que mientras tenga vida cumpliría ese sueño. Al joven se le dibujó una tenue sonrisa, mientras recibía un cálido beso, no tenía ya fuerzas para responder, fue su último gesto ante la victoria que alcanzó en el último segundo de su vida, el cariño y el afecto que siempre soñó.
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