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Publicado en Nov 26, 2014
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Tenía las manos sobre su cuello, apretando con cada vez mayor fuerza, en algún momento había pensado en tomar el cojín que tenía a su lado y presionarlo contra su cara para ahogarla más rápido, pero luego desistió, prefería la sensación de tener su garganta cerca, de sentir que su voz se iba haciendo cada vez menos perceptible, esa voz que se diluía mientras de sus ojos brotaban lágrimas, mientras su rostro pasaba de la sorpresa al miedo, del miedo a la desesperación, de la desesperación a la tristeza, de la tristeza a la resignación. No entendía por qué lo estaba haciendo, solo sabía que debía hacerlo, que debía estar allí en ese momento, terminando con la vida de esa mujer que en otro momento había amado, que aún amaba, sabía que debía terminar todo con sus propias manos, seguir apretando, seguir ahorcándola, sabía que podía llegar alguien en cualquier momento, pero no le importaba, debía acabar, porque era él quien la había matado, era él quien… Cuando sintió que el fin estaba cerca decidió que esa forma de hacerlo no era suficiente, mantuvo su mano izquierda en el cuello de Ana y tomó con la otra el cuchillo que estaba cerca de la mesa, luego levanto el brazo derecho y lo dejo caer con fuerza sobre su pecho, introduciendo la mitad del cuchillo en él, mientras de la boca de Ana empezaba a salir sangre que caía por sus mejillas; ella había dejado de luchar. Arturo tomó el cuchillo con ambas manos y lo separó del pecho donde estaba incrustado, luego volvió a levantarlo con la mano derecha y repitió la operación dos, tres, cuatro veces más, el cuerpo de Ana estaba completamente inmóvil, Arturo seguía introduciendo el cuchillo repetidas veces. Cuando sintió que había terminado llevó el cuchillo al lavatorio y abrió la llave del grifo, luego se volvió a acercar al cuerpo inerte de Ana y lo tomó entre sus brazos para sacarlo del mueble en el que estaba, tenía que deshacerse de él, de ella.
(…)
Habían recibido la noticia una semana antes, Ana iba a llegar en la tarde de ese día a visitarlos, hacía varios años que no volvía a la ciudad y los padres de Arturo parecían bastante emocionados de volver a ver a su sobrina después de tanto tiempo. Él y sus padres fueron a recogerla esa tarde a la estación del bus, ella llegó a las tres de la tarde menos cinco, sonriente. Sonriente llegó con una maleta pequeña y abrazó a sus dos tíos después de dar un salto sobre ellos. Arturo permanecía un poco detrás, sin formar parte de la escena, sin querer formar parte, Anita le sonreía un poco burlona, él tenía la sonrisa partida de un lado, eran dos sonrisas que no encajaban entre sí, y ya era hora de irse a la casa, los estaban esperando sus hermanos pequeños, de seguro querrían jugar con Anita, con la prima Anita.
Llegaron a la casa veinte minutos después, Ana y Arturo se sentaron en la mesa, ella empezó a contar lo que había vivido durante todos los años que había estado fuera de la ciudad, hablaba de lugares de los que Arturo jamás había oído, de otros países, de personas con ropas extrañas, de idiomas difíciles de aprender. La madre de Arturo le sirvió a este su plato de comida, le decía que era muy tarde para que recién almuerce, que la próxima debía llegar más temprano. Ana dijo que ella no tenía hambre, que había comido algo durante el viaje. El padre de Arturo leía el periódico, tu madre tiene razón, los niños jugaban en el piso, Manuelito, Jorgito, los carritos de juguete. Ana dijo que era bueno volver, que los había extrañado mucho, hasta a Arturo, y que era bueno conocer a sus nuevos primitos, que no eran tan nuevos, y qué grandes que estaban. La madre de Arturo se sentó en la mesa, le preguntó a su hijo cómo había estado su día, él sonrío, iba a contestarle pero Ana empezó a contar otra de sus historias, cada vez que él intentaba decir algo ella volvía a interrumpirlo, era insoportable, quería decirle que se callara de una vez, pero no lo hacía, solo miraba a sus padres; cuando ella terminó de hablar Arturo solo dijo que su día había estado bien. “Qué bueno, hijito”. Su madre lo miraba un poco extrañada, se levantó y se fue a su cuarto a descansar. Su padre pasaba a la siguiente página de su periódico. Anita tenía esa sonrisa burlona de nuevo, que no encajaba con la suya tan partida, parecía que sus padres no podían notarla, y los niños tampoco, que siempre eran tan perceptivos. Los pequeños miraban a Arturo y sonreían. Su padre dijo que saldría a caminar un momento por el pueblo.
¿Cuánto tiempo te vas a quedar? Solo unos días. ¿De verdad extrañabas tanto este lugar? Sí, ¿por qué lo preguntas? No, por nada, es que cuando te fuiste no parecía que de verdad. Sí extraño el lugar, pero a ti no tanto, eras muy tonto, lo eres todavía, ¿no? Te has vuelto insoportable, ¿por qué tenías que interrumpirme tantas veces? Eres tú el que se interrumpe solo y no se da cuenta. ¿Te crees muy lista, verdad? No, eres tú el que me cree así. Ahora intentas jugar no sé a qué, mejor me voy de aquí. Estás escapando de mí, y no te das cuenta de que el verdadero problema eres tú. Ojalá no hubieras venido nunca, ojalá no te hubieras ido nunca. ¿Ya no recuerdas lo que pasó, verdad? Recuerdo que te fuiste, han pasado años. Sí, años. Yo también me voy a caminar.
Arturo no se sentía bien con la llegada de Ana, había mucha tensión entre los dos, de niños habían sido muy buenos amigos y ahora… pero esto no era nuevo, no era de ahora, hubo un momento en que dejaron de ser niños, todo había cambiado cuando Ana estaba próxima a irse fuera, a salir de la ciudad, entonces había cambiado Ana y solo entonces, y Ana era insoportable, como ahora, y lo interrumpía siempre, y se burlaba de él, y lo trataba mal, como a nadie, como a algo sin importancia, solo entonces había cambiado, y se burlaba de todo lo que Arturo hacía, y a veces él lloraba, pero a ella parecía no importarle, y sus padres no hacían nada, como ahora, sus padres parecían seguir viendo a la antigua Ana, aquella a la que Arturo había querido tanto, aquella prima a la que amaba, pero que de pronto había cambiado, que solo entonces había cambiado. Anita, no podía ser la misma, Ana, tanto mundo, tantas ciudades, tantos idiomas que seguía sin conocer y que nunca, Anita, la niña, su primita, Ana, todo tan distinto, las tres de la tarde menos cinco minutos, verano, hace calor, vayan a la piscina, niños. No, yo iré más tarde, voy a jugar dentro un rato más y luego salgo, luego te acompaño Anita. Y solo entonces Ana había cambiado tanto. Anita.
Cuando Anita había llegado a vivir a casa de Arturo ambos tenían cinco años, sus padres habían muerto dos días antes y la madre de Arturo decidió que su sobrina viviría con ellos. Los primos se hicieron amigos muy rápido, jugaban juntos siempre y empezaron a asistir a la misma escuela, los padres de Arturo los criaban como si fueran hermanos, en verano solían bañarse juntos en la piscina de la casa, se peleaban con los mismos niños en la escuela. Anita y Arturo vivieron siete años en la misma casa, en la misma familia, y de pronto, un día, ella se fue, y solo por eso había cambiado tanto. Caminar era para Arturo un poco de todo eso, era un poco recordar los días y verlos en las tardes, era encontrar los pasos de una Anita en la acera de enfrente mientras corría a abrazar a su tía que llegaba del mercado, era tener cinco años y llegar junto a ella al nido, era tener doce años y bañarse juntos en la piscina los fines de semana, el sol de media tarde, en la noche los primeros libros que les compraba su padre, aventuras de un detective que en verdad era un doctor, una madre religiosa y el padre nuestro, padre de todos, vamos a rezar, papa lindo, lindo todo, lindos los libros que nos compraste, vamos a leer juntos mientras nos da sueño, que dice mi mamá que a esta hora no podemos ver televisión, y este día ha sido muy bonito, sobre todo por la piscina, vamos mañana también a la piscina, le voy a preguntar a mi papá si podemos ir de nuevo, y esta vereda está genial para que caminemos a casa, esta vereda está tan melancólica, parece recordar igual que yo esos días, mientras doy cada paso ella sufre tanto como yo, que extraño a una Anita de otros tiempos, una Anita tan linda, tan feliz, tan pura, tan amiga; y ese día se fue.
Arturo volvió a casa después de dos horas, Ana aún estaba sentada en el mismo mueble desde la hora en que él había salido, sus padres habían salido con los niños y ella no los había querido acompañar porque estaba cansada. Arturo se sentó a su lado y la miró por algunos segundos.
—¿Por qué me miras así?, parece que no quisieras que esté aquí —dijo Anita acomodándose el pelo—. Si lo que quieres es que me vaya puedes decírmelo, podría irme ahora mismo pero no creo que tus padres estén muy contentos con la idea.
—Y no hace ninguna diferencia si yo quiero que te vayas o que te quedes —dijo Arturo—, lo importante es que estás aquí, y que has venido a cambiar las cosas, como las cambiaste hace tantos años, antes de que te fueras.
—¿Yo las cambié, estás seguro de eso?
—Y siempre te burlabas de mí, te reías de mí —dijo Arturo mientras su rostro se tornaba rojo—, y me decías que me quedaría en este maldito pueblo para siempre y que en cambio tú te irías a ser feliz fuera.
—¿Y acaso no te quedaste? —preguntó Ana en tono sarcástico.
—Tú me obligaste al decirme esas cosas, tú me dijiste que te irías y que yo me quedaría aquí para siempre, tuve que quedarme, solo ese día cambiaste.
—Yo tenía que irme, tú sabes que siempre había sido así.
—Me dejaste solo, Anita, me dejaste solo en este maldito pueblo del que nunca pude salir, en este pueblo en el que tenía que quedarme para siempre, cuidando a mis padres.
—Siempre fuiste muy tonto para salir, por eso siempre supe que te quedarías aquí, este es el lugar al que perteneces,  aquí, solo.
—¡Cállate! —dijo Arturo exaltado—, tú tampoco deberías haber salido, los dos tendríamos que habernos quedado aquí, para siempre en este maldito pueblo, este pueblo era de los dos.
—¿De verdad pensaste que me quedaría aquí contigo para siempre? —dijo Anita mientras se reía—, ¿en serio pensaste que estaría junto a ti para siempre? Arturo, en serio, ya han pasado demasiados años como para que sigas pensando en esas cosas, en aquella época tenías doce años, pero ya pasaron seis, es momento de que te olvides de esas cosas.
—Sigues siendo la misma que cuando te fuiste, sigues siendo la misma que me abandonó ese día.
—Las tres menos cinco.
—La misma que se fue de este pueblo sin avisar.
Anita lo miró y volvió a reír, Arturo no podía entender por qué lo seguía torturando, así como no pudo entender por qué se había ido seis años atrás, Anita seguía riendo, la risa se volvía carcajada, las manos de Arturo temblaban, no podía soportar que Anita se haya ido de un momento a otro y ahora, Anita seguía riendo, el bikini de Anita, la risa de Anita, la carcajada de Anita, el adiós a Anita, ella no había esperado a que fueran las tres, cinco minutos más, Anita, y todo seguía igual, todo seguiría igual, la risa de ella, las lágrimas de él, deja de reírte de mí, Anita.
Arturo no pudo soportarlo más, se acercó a Ana dando un salto para cruzar el espacio que separaba ambos muebles y se posó sobre ella, presionándola fuerte, hasta hacerla estar totalmente horizontal, hasta intentar borrar el recuerdo. Ella intentaba liberarse, pero era imposible, él la tenía sujetada con mucha fuerza, su cuerpo era pesado y no la dejaba moverse. Tenía las manos sobre su cuello, apretando con cada vez mayor fuerza, en algún momento había pensado en tomar el cojín que tenía a su lado y presionarlo contra su cara para ahogarla más rápido, pero luego desistió, prefería la sensación de tener su garganta cerca, de sentir que su voz se iba haciendo cada vez menos perceptible, esa voz que se diluía mientras de sus ojos brotaban lágrimas, mientras su rostro pasaba de la sorpresa al miedo, del miedo a la desesperación, de la desesperación a la tristeza, de la tristeza a la resignación. No entendía por qué lo estaba haciendo, solo sabía que debía hacerlo, que debía estar allí en ese momento, terminando con la vida de esa mujer que en otro momento había amado, que aún amaba, sabía que debía terminar todo con sus propias manos, seguir apretando, seguir ahorcándola, sabía que podía llegar alguien en cualquier momento, pero no le importaba, debía acabar, porque era él quien la había matado, era él quien… Cuando sintió que el fin estaba cerca decidió que esa forma de hacerlo no era suficiente, mantuvo su mano izquierda en el cuello de Ana y tomó con la otra el cuchillo que estaba cerca de la mesa, luego levanto el brazo derecho y lo dejo caer con fuerza sobre su pecho, introduciendo la mitad del cuchillo en él, mientras de la boca de Ana empezaba a salir sangre que caía por sus mejillas; ella había dejado de luchar. Arturo tomó el cuchillo con ambas manos y lo separó del pecho donde estaba incrustado, luego volvió a levantarlo con la mano derecha y repitió la operación dos, tres, cuatro veces más, el cuerpo de Ana estaba completamente inmóvil, Arturo seguía introduciendo el cuchillo repetidas veces. Cuando sintió que había terminado llevó el cuchillo al lavatorio y abrió la llave del grifo, luego se volvió a acercar al cuerpo inerte de Ana y lo tomó entre sus brazos para sacarlo del mueble en el que estaba, tenía que deshacerse de él, de ella.
Arturo llevó el cuerpo de Ana a la parte de atrás de la casa, donde estaba el jardín, que era casi una pampa, la mayor cantidad de flores estaban muertas, casi una pampa libre para enterrar el cuerpo. Dejó a Ana en el piso y fue a buscar entre las cosas de su padre una lampa para empezar a cavar, cuando la encontró regresó rápidamente al jardín, con miedo de que ya hubiera llegado alguien y encontrara el cuerpo allí tirado, el cuerpo de pronto. Arturo cavó lo más rápido que pudo, desesperado, lleno de un miedo que no había sentido mientras la asesinaba, cavaba y cavaba imaginando que en cualquier momento la perilla de la puerta daría la vuelta y entonces entrarían. Cavó durante veinte minutos, que le habían parecido cuatro horas, las más desesperantes que recordaba, luego de ello, luego de ello, luego de ello, él cavaba una vida y otra, el cuerpo de Ana dentro, Ana dentro, la tierra que caía, Ana dentro, la lampa de su padre, los años, seis años, él sudaba y el frío, ella inerte, ella blanca, ella fría, las tres menos cinco, la vereda, la muerte, las lágrimas, había que ahorcarla y acabar con todo de una vez, había que usar el cuchillo, clavarlo contra su pecho, amarla y enterrarla, odiarla y cargarla hasta un jardín, sudar y tener miedo de una perilla dando vueltas, cavar veinte minutos, terminar todo luego, media hora más tarde, cubrir el cuerpo.
Después de enterrar a Ana, Arturo limpió la sala, uso paños para absorber la sangre que había salpicado sobre el piso, los sillones sintéticos no se habían ensuciado tanto, lavó el cuchillo con el que la había matado, ordenó todo para que no se notara que había habido una lucha, escondió el maletín de Ana en su cuarto y se sentó en la sala a esperar a su familia, nervioso, triste. Lo más difícil sería inventarse una excusa para explicar la desaparición de Ana, ¿de pronto se había ido?,  pero si acababa de llegar de visita, ¿y no dijo dónde se iría, con quién, por cuánto tiempo?, seguro que le hiciste algo y por eso… difícil, difícil.
Sus padres llegaron una hora después de que Arturo había terminado de limpiar todo, estaba exhausto; una hora, Arturo seguía sentado en el sillón esperando que la perilla gire y su padre entre a casa, seguido de su madre y los niños, una hora larguísima, para Arturo había sido un día, un día a las… era tarde, sus padres de seguro preguntarían por ella, seguro querrían saber dónde estaba, seguro preguntarían; pero no lo hicieron, su padre lo miró y le dijo que parecía que hubiera visto un fantasma, él sonreía, ella era un fantasma ahora, uno, dos, tres metros bajo el suelo, ya no recordaba bien, habían pasado días desde que la había enterrado, ya casi ni recordaba cómo la había matado, “¿estás bien, hijo?”, Arturo decía que sí, que solo andaba cansado por su caminata, porque en realidad lo que le preocupaba era Ana, que estaba muerta, porque él la había matado, pero eso no se los podía decir. Su madre entró con Jorgito en brazos, ya dormido, Manuelito quería seguir jugando y se sentó junto a Arturo, “estas triste”, la sonrisa forzada, Manuelito lo miraba y parecía querer preguntarle dónde estaba ella, pero no lo hacía, solo que estás triste, y seguir jugando, hacía ya una hora, que eran tantos días, mamá tampoco pregunta nada, pero de seguro pronto lo hará y aún no sé qué responderle, todo iba a terminar pronto, ¿y el esfuerzo de qué valía, de qué valía haberla matado, haberla cargado, haberla enterrado, haber limpiado todo?, habían pasado varios días, su madre cruzó la sala y le tocó la cabeza, le sacudió el pelo, “ve a descansar, se te nota cansado”, no preguntó nada, ¿por qué?, entonces se iba llevando a Jorgito en los brazos, Jorgito que estaba tan dormido pero que también parecía quererle preguntar dónde estaba ella, Jorgito y esos párpados que en cualquier momento se levantaban; su madre se iba, su padre se iba, todos estaban cansados, él también, debía ir a su cuarto a descansar.
Arturo permanecía sentado en su cama, era tarde y estaba cansado, no podía dormir, afuera habían pasado muchos días, el entierro, la muerte, las preguntas, las preguntas, su padre y su madre, las preguntas que no le habían hecho, ella había muerto y ellos no le preguntaban nada, ¿cómo era posible que no preguntaran por ella?, si habían estado juntos en la tarde, él estaba listo para responderles, para decirles que él la había matado, que no había podido soportar más, que su cuello en sus manos, que el cuchillo en su pecho, que la sangre que tuvo que limpiar, que cómo tuvo que enterrarla, que no sabía por qué lo había hecho, que sí sabía, que los veinte minutos habían sido cuatro horas, que esa hora había sido varios días, que él había amado a otra Ana; pero ellos nunca preguntaron. Arturo seguía sentado. Enterró a Ana en la tarde, habían pasado tantos años, pero recién había sido que… y ellos ya no la recordaban, ¿por qué no la recordaban?, ellos la amaban, siempre la habían amado, y cuando eran niños… ¿por qué no la recordaban, por qué no preguntaban por ella?, Manuelito había querido hacerlo pero. Arturo seguía sentado. Arturo seguía sentado, en el jardín, en esa pampa, no sabía en qué momento había llegado hasta allí, no sabía qué hora era ni cuántas preguntas se había hecho hasta entonces, no sabía por qué de pronto estaba llorando, por qué estaba gritando arrodillado en el lugar dónde la había enterrado, por qué con sus manos arañaba la tierra.
—¡Yo la maté, yo lo hice! —repetía Arturo mientras deslizaba sus manos hacia adelante y hacia atrás sobre el lugar en el que ella había sido enterrada.
—Hijo, ¿qué haces? —Su madre estaba asustada, los gritos la habían despertado y salió a ver qué pasaba, veía a su hijo arrodillado y el miedo empezaba a invadirla.
—Yo la maté, ustedes lo saben —decía Arturo, y seguía moviendo sus brazos.
—No, hijo, es tarde, estás cansado, regresa a tu cuarto —dijo su madre mientras se llevaba las manos al rostro, las lágrimas salían de sus ojos, miraba hacia su izquierda, veía llegar a su esposo y se recostaba sobre él, escondía la cara en su pecho—. Arturito está raro, está raro.
—Arturo, vete a dormir, estás asustando a tu madre —dijo el padre de Arturo.
—No me voy, no me voy, ustedes saben que la maté, dejen de fingir que no lo saben, si no habrían preguntado por ella, pero no lo hicieron, no preguntaron a dónde se había ido, porque saben que ya no está —dijo Arturo.
—¿A quién mataste, Arturo? —preguntó su padre.
—¡A Ana, no actúes como si no lo supieras! —gritó Arturo.
—Tú no mataste a Ana, Arturo, deja de decir eso —dijo su padre.
—Claro que sí, yo la maté, y enterré el cuerpo aquí.
—No, Arturo, tú no mataste a Ana, por favor, entiéndelo.
—Yo la maté, la maté hoy cuando ustedes se fueron, ella dijo que no los había acompañado porque estaba cansada —dijo Arturo mientras miraba a sus padres. Su madre estaba llorando recostada sobre el pecho de su padre, pero no parecía estar llorando por Ana, Arturo no podía entenderlo—. Yo la maté —repetía—, yo lo hice, y la enterré aquí, debajo de donde estoy —dijo Arturo mientras empezaba a excavar con sus manos para mostrarles el cuerpo de Ana.
—Tú no mataste a nadie, Arturo —le dijo su padre—. No mataste a nadie porque nadie vino hoy, no mataste a Ana porque hoy no llegó Ana a casa. Arturo, ¡Ana murió hace seis años, por favor, date cuenta de eso!
—No, Ana vino hoy, vino con todos nosotros, la fuimos a recoger a la estación…
—¿Entonces allá fuiste esta tarde, a la estación?
—Fuimos todos, fuimos a recogerla.
—No, hijo, fuiste tú solo.
—No puede ser, fuimos todos…
—Arturo, creíamos que esto no iba a volver a ocurrir —dijo su padre—, pero parece que nos equivocamos. —Su padre llevaba mucha tristeza en el rostro—. Ana murió hace seis años, en nuestra antigua casa, murió en la piscina porque fue a bañarse sola, porque no te quiso esperar cinco minutos más y cuando fue se resbaló y se golpeó, murió ahogada y siempre te culpaste por eso. Ustedes eran muy unidos, se querían mucho, cuando ella murió empezaste a actuar muy extraño, empezaste a inventar historias, a decir que te había abandonado, que…
—No es cierto. Hoy, ayer, hace unos días, Ana estuvo aquí, Anita.
—Arturo, hijito —dijo su madre—, por favor, hijito, deja de cavar ahí.
Arturo dejó de escucharlos, dejó de mirarlos y siguió cavando con las manos durante varios minutos más, no podía aceptar lo que acababa de oír, no podía dar crédito a lo que su padre le decía, su padre estaba loco y quería que él se olvidara del crimen que había cometido, su padre solo quería salvarlo del fin que significaba haber asesinado a alguien, salvarlo de la culpa, de la pena, de la condena que sería aquel crimen. Arturo siguió cavando esperando encontrar el cuerpo de Ana, pero no lo encontraba, cavaba más y más pensando que debía de estar más abajo, que quizás si seguía haciéndolo finalmente podría encontrarla y mostrarle a sus padres que estaban equivocados.
Su padre tomó el teléfono y marcó un número, se acercó el fono a la cara, esperó unos segundos: “Hola, Hugo, disculpa que te llame a esta hora, lo que pasa es que… volvió a ocurrir, necesitamos tu ayuda, no sabemos qué hacer con Arturo.”
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Descripción

Cuento

Palabras Clave: cuento

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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