Esta tarde iba en el coche, me dirigía a clase y tenía un sentimiento entre enfado, decepción y pena.
El día estaba gris, y a través de las nubes el sol ha empezado a deslumbrar mi vista, normalmente me molestaría y buscaría mis gafas, pero en este momento me ha aportado paz y una alegría injustificada que me ha llenado de vida… y por un instante, con un nudo sobrecogiendo mi estómago, me he sentido plena, con ganas, con sueños… en la radio he puesto esas canciones que me encantan… y he cantado a voz en grito, sintiendo cada una de las letras que escupía mi garganta, como si en la carretera no existiera nadie más.
De repente nos hemos parado, obras en la carretera que han provocado que me retrase 50 minutos en llegar a mi destino.
No me ha importado. Me he sentido cómoda hablando un rato conmigo misma. Divagando acerca de lo egoísta e hipócrita que es la gente. Lo mucho que ha cambiado mi concepto en estos últimos días sobre algunas personas, el daño que me han hecho, motivo de la contradicción de mi estado, el no saber que pensar, la necesidad de algo de rutina en mis días, el centrarme, arreglar todas aquellas cosas que tengo a medias. Pensando en viajes, soñando despierta, replanteándome mis pasos en el tiempo.
Daba vueltas a dar importancia a lo que realmente es importante, y no comerme más la cabeza por puñaladas traperas, mentiras y traiciones.
Mis pensamientos han sido interrumpidos por el impacto de una gota sobre la luna de mi citroën, y me he detenido a observarla. He comenzado a desear que llueva. Ansiaba ver la lluvia tras el cristal, en el coche, con mis canciones, con mis pensamientos enrevesados, con mis interrogantes acerca de cómo funciona el mundo, la gente, yo misma, el ying y el yang del sol calentando mis mejillas y el gris de un cielo taciturno…  Se me han llenado los ojos de lágrimas pensando que si llovía, era la señal de que todo iba a ir bien.
Y durante unos minutos, pude disfrutar del tráfico, viendo la lluvia caer sobre el asfalto, agotando las últimas caladas de mi cigarro.