Primera experiencia
Publicado en Feb 09, 2015
Fui llevado, por un pasillo no muy alumbrado, hasta el compartimiento llamado "el ablande" en la jerga policial. Se trataba de un piezón cuadrado de unos cuatros metros de lado, con una pequeña claraboya bastante alta, cuatro filas de camas cuchetas dobles, una mesa y dos sillas. A un costado una pileta que en sus comienzos supongo debe haber sido blanca, un grifo que lloraba y cinco hombres que miraron con desprecio al nuevo inquilino. En un momento dudé, pero mi educación casi me obligó a pronunciar, de mala gana, un delicado, -Buenas noches- al cual por supuesto nadie se dio por aludido. No supe con certeza cual sería mi cama, me senté en una de las sillas, saqué el diario del bolsillo y decidí ignorar a mis compinches, que mi mala suerte que comenzó unas horas antes, me los trajo de regalo. Mi decisión de evitar llamar la atención, a los pocos minutos resultó carente de eficiencia. -Pedazo de marmota,sepa que esa silla es mía, tómese el vuelo- me encaró un flacucho destartalado con ínfulas de dueño del circo. Sin contestar me puse de pie y arrojé una cándida pregunta al aire enrarecido por una densa humareda de cigarrillos,-¿Es posible saber cual es mi catre? Un gordo, con cara de consecuente cliente de la casa, semi-acostado en una de las camas, escupió una colilla de cigarro apagado que colgaba de su boca, se enderezó, elevó sus más de ciento y pico de kilos, enfiló hacia donde yo estaba parado. Quise creer que mi inocente consulta perturbó el placentero descanso del pequeño elefante que se plantó frente a frente, me sobró con descaro y con una voz similar a la del cowboy malo de las películas americanas, se esforzó y preguntó: -¿Quién quiere saber? En forma sencilla y respetuosa, en voz baja, pronuncié mi nombre. El golpe que recibió mi nariz y la cara detrás, se asemejó al embestir una pared en medio de una carrera perseguido por un león hambriento. Tambaleé y llegué en un santiamén al mugriento suelo de la celda. Las risotadas del público aburrido, llenaron el ambiente, repiqueteando en mi cerebro. Por decisión impuesta por las circunstancias, permanecí allí en el rincón, con intención de pasar, sin moverme en lo posible, de aquel lugar tan amablemente recibido, el resto de la noche. Los ronquidos y olores de mis compañeros de pieza, consiguieron mantenerme alerta ante cualquier clase de eventualidad que se presente; por lo tanto no cerré ni por un instante mis cansados ojos. A las seis de la mañana se nos repartió tazas de un líquido oscuro, tibio, difícil de catalogar, no obstante lo intenté al probar un corto sorbo. Imposible. Abandoné mi taza sobre la mesa, y sobre ella se avalancha un lungo más alto que mástil de bandera. Se tragó el contenido sin pestañear. Recordé que había comprado en el kiosco del cine, la noche anterior, durante el intervalo, un paquetito de obleas. Las encontré un poco abolladas, pero era algo para engañar el estomago. Saqué una y deposité el resto sobre la mesa. Descuidé la mirada escasos segundos y esta vez fue el pequeño elefante que decidió probar las gustosas masitas; sin titubear se apoderó del paquete, retornó a su trono y se dedicó a terminar con el contenido. A las seis y treinta, gritaron por un ruidoso altavoz el nombre de uno de los retenidos; un diminuto personaje salido de un cuento de niños, apresuró paso dirigiéndose a la puerta, en instantes se hicieron presente dos representantes del orden, sin pronunciar palabra se lo llevaron. No atiné a preguntar, deduje que es parte del procedimiento acostumbrado, a la mañana se procede a interrogar a los detenidos y llenar los cargos correspondientes a la detención. Mi turno llegó cerca de la diez. Fui conducido a la sala de los interrogatorios, así versaba el cartel, escrito a mano, que colgaba de un gancho al lado del marco sin puerta, dos bisagras herrumbradas acusaban sobre una anterior presencia de alguna. Detrás de un precario escritorio, un oficial me nombró y ordenó sentarme frente a el. -¿Qué tiene que declarar en su favor? -No se de que se me acusa, es decir cuales son los cargos en mi contra. -No acepto prepotencias, limitarse a responder las preguntas, ¿Soy claro? -Por supuesto, y creo que yo también, por lo tanto repito, y si es usted tan servicial como aparenta, tenga a bien detallar cuales son los cargos a mi persona. -Según el parte policial- explicó el oficial de turno -en las horas de anoche, se encontraba con el grupo que participó en una refrenda frente al cine Rex, sito en la Avenida del Libertador, ocasionando disturbios, destrozos en los locales comerciales y por consiguiente perturbación en la vía publica. Escuché los presuntos cargos. No conseguía dar crédito a mis oídos. Aquello era como una maniobra preparada por alguien que deseaba afectar mi nombre, reputación y nivel en la sociedad. -Estimado, anoche concurrí acompañado de mi novia, a la última función del día del citado cinematógrafo. En el intervalo, salí a la acera para fumar un cigarrillo. En verdad presencié junto a otros fumadores, los gritos, rencillas y manifestaciones de repudio entre dos bandos antagónicos. No alcancé a comprender siquiera el motivo, razón o causa de la discusión. A los pocos minutos apareció un camión celular y casi a golpes, fuimos introducidos en su interior y traídos a esta comisaría. No tengo nada más que agregar. -Por lo que está informado en el expediente, muchos de los manifestantes rehusaron en un primer momento a la detención, razón por la cual fue necesario aplicar cierta fuerza para lograr apaciguar a los enervados sujetos. Sus quejas y cargos, se le está permitido presentarlos al Juez de Turno, en su debido momento. No veo la necesidad, por ahora, de proseguir el interrogatorio, ¿Algo más que agregar, Sr.? Volví, acompañado por supuesto, a mi albergue temporario. Se acoplaron, durante mi ausencia dos jovencillos, muy bien vestidos, dudé en un primer momento cual era el motivo de la visita a este especial lugar. Como atraídos por un imán, mi persona, en instantes se acercaron y casi sin pedirlo, contaron, a media voz, su historia. Según ellos viajaban en el coche del padre de uno de ellos; al llegar aun semáforo descompuesto, a entender por el tiempo que se mantuvo encendida la luz roja, ellos junto a otros vehículos cruzaron la intercesión dicha. De un patrullero estacionado al otro lado de la ruta, bajó un policía que les señaló detenerse a un costado de la carretera. Las explicaciones fueron en vano, sumado a ello el resultado positivo de la prueba de alcohol, fueron motivos más que suficientes para encontrarse frente a mi en estos momentos. -Tiene visita de su abogado, ¿acepta?- Esto consultó un policía que se acercó a la entrada del compartimiento dirigiendo su mirada a mi. -Por supuesto, por supuesto- Contesté antes de que sea tarde. -Escúchame, Don busca problemas, no tenes cura, si no es por una es por otra, esta vez llegaste demasiado lejos, para ambos es la primera que nos toca visitar estos nada agradables lugares. Relátame con lujo de detalles lo acontecido, con tu noviecita ya conversé, esta aterrorizada, quédate tranquilo, conseguí calmarla, se fue a la casa de los tíos, cuando quede todo arreglado pásala a buscar. Ahora, dale, desembucha, te escucho... De acuerdo a lo pedido, conté desde un principio lo sucedido, traté de no olvidar ningún punto que podría ser importante. Mi amigo el abogado, ducho en conflictos y querellas, tomó nota, guardó su libretita y me aseguró que en menos de una hora estaríamos rumbo a un café. La espera duró un poco más de lo previsto. Recién a las cuatro fui conducido, por segunda vez al Juez de Turno. Me presenté. Un viejito simpático ocupaba el sillón detrás de la amplia mesa. Miró los papeles dentro de una carpeta, levantó la vista, me sonrió y continuó en la lectura, por lo visto interesante. -Estimado joven, por lo visto lo encontraron en el lugar y momento nada oportuno. No se esfuerce en explicar nada, quizás empeore las cosas. Considerando su legajo policial, el cual está vació por completo, y teniendo en cuenta su conducta correcta, lo pondré en libertad. A causa de los gastos ocasionados por su detención, me siento en la obligación de exigir el pago de los mismos, como única condición para llevar a cabo mi veredicto. -Muy agradecido, Sr. Juez, y lamento haberlo molestado. Ya en el café, comentando mi experiencia policial, aseguré a mi fiel y abnegado abogado, que le podría hasta jurar que no existirá una segunda vivencia de este tipo. |||||||||||||||||||||||| BETO BROM Registrado/Safecreative N°130207455770
Página 1 / 1
|
Enrique Gonzlez Matas
YE FELICITO POR TU BUEN RELATO.
UN GRAN ABRAZO, AMIGO BETO.
Mara Vallejo D.-
Historia corta, pero llena de imágenes que llegan, buena descripción.
Lo Felicito.
Saludos
María