Valor
Publicado en Feb 09, 2015
Él había pasado por aquellas praderas, cuando era joven, no lo recordaba bien, aquellas copas y el tiempo le habían hecho borrar ciertas cosas de su infancia.
Vivía en una constante lucha, vivía soñando, había tenido una infancia abrumada por los acontecimientos trágicos, pero, él se enteró treinta años más tarde de aquello, cuando murió. Simplemente recordaba como la sangre se había impregnado en sus ropas aquella tarde, no sabía la hora exacta, pero, sí sabía claramente por qué lo había hecho, esa mañana se había levantado más temprano que de costumbre, había puesto en sus bolsillos unas cuantas municiones y se dirigió a la taberna en la cual sabía que lo encontraría, había escondido el arma entre sus ropas y su respiración cada vez se hacía más lenta y helada. “El destino me obligó a hacer esto, me obligó a correr sangre, o si no ella no será vengada” pensó Julio Rodríguez. Había tomado esa iniciativa tres años atrás, cuando fue asesinada de un escopetazo, su madre, una partera, lo había hecho sonreír en más de una oportunidad, recordaba entre llanto las veces en que ella le había dado caramelos a escondidas de sus hermanos, también recordó las veces en que ella interfirió para que su padre, un albañil, no lo azote. Aquella mañana no había desayunado, el tiempo era escaso, sólo se detuvo un instante frente a la imagen de Dios y se persignó. Avanzo un par de metros y de pronto corrió, corrió; quería llegar lo más pronto a la taberna, se detuvo un instante y reviso que el arma estuviese cargada, lo estaba; abrió la puerta de la taberna y disparo. Julio Rodríguez fue velado esa misma tarde; no tuvo el valor para asesinar, después de todo aquel que iba a asesinar era su padre, Julio Rodríguez prefirió suicidarse.
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Nadia Nada Romano Cruz
Te felicito, Gesc.
Un cariñoso saludo,
Nadia Nada.
Mara Vallejo D.-
Es una historia que me ha llevado a cada escena produciendo imágenes casi palpables y eso querido amigo es fantástico.
Que bien escribes. te felicito.
Abrazos
María