SUIICIDIO
Publicado en Feb 16, 2015
¨Los restos del occiso fueron traslados a las instalaciones del Servicio Médico Forense, en calidad de desconocido para los trámites legales correspondiente":
“Ya no tengo calidad de vida. No puedo comer, no puedo cuidarme, no puedo tener sexo...quiero suicidarme. Y quiero que me ayudes". Con estas palabras había venido hacía a mí el Desconocido que había nacido en una familia religiosa de clase media alta en Puebla. La primera vez que lo encontré, fue cuando en segundo de secundaria me propuso darme la nota mínima para pasar el año, o sea, un seis. Los compañeros de la clase me nombraron Bravolita. Yo era un chamaco chaparro, inquieto y rebelde. Por eso el maestro; el Desconocido, me propuso no asistir a su clase para evitarse conflictos conmigo. Los primeros días, salía más temprano de la escuela que mis camaradas quienes me comentaron que las clases del Desconocido eran muy amenas. Más tarde, por voluntad propia me quedé hasta la salida con el toque de la campana. Sorpresa para mis padres y el maestro, me tranformé en un buen estudiante, Sin embargo, el muy cabrón del pedagogo, a pesar de sacar diez, me ponía una calificación de ocho punto y cinco. Como fui su preferido, él pensaba que por mi mala reputación con los otros maestros, ellos iban a pensar que me regalaba la máxima nota que recibían los ñiños aplicados de la escuela. Desde esa época nos hicimos muy buenos amigos donde yo y mis compañeros empezamos con las aventuras de los viajes, organizados por el Desconocido...Tetesquitengo, Valle de Bravo, Tepozotlán, o sea, conocer México en excursiones de fines de semana. Luego fuimos al Gran Viaje desde el D.F hasta el Norte fuera de nuestras fronteras. En ese viaje él me nombró su mano derecha desde el Cañon del Colorado, pasando por las Vegas hasta llegar a Disneylandia. Ahí vendría la inspiración de lo que sería el Desconocido en el futuro: un inventor de juegos infantiles. En el comedor de la casa de sus padres empezó a construir ese parque infantil, que, casi vuelve loca a la madre del futuro creador por todo el tiradero de cartulinas, madera balsa y pegamento ochociento cincuenta, entre, campanitas, Pater Pan, Mike Mouse, Tribilín, trenecitos y castillos, los cuales fueron formando durante un año su pequeña Disneylandia que fue copia fiel del original porque el Desconocido se trajo los planos desde los Estados Unidos para hacer una maqueta con la que le ayudé durante doce meses hasta separarnos por un par de años. El Desconocido se fue a dar clase a otra escuela y yo, con buenas calificaciones, abandoné la secundaria para seguir con la Prepa. Un día, una voz desconocida me habló para que yo fuera su primer conejillo de indias. Se le había ocurrido fundar una escuela estilo Montesori en una casa que el futuro director había rentado. “Qué chingao será el estilo Montesor”, pensé, mientras ayudaba con algunas modificiones de esa vivienda abandonada durante un par de años. Por otra parte, suponía que mis padres, desde la secundaria, pensaban que el Desconocido era homosexual. Por eso mentí y les dije que me quedaba estudiando en la biblioteca de la prepa durante la reparación. Mis califacaciones, nuevamente, empezaron a bajar y las adecuaciones de la escuela estilo Montesori empezaron a surguir: Columpios en el patio, la primera casita sobre un árbol en una escuela mexicana y salones repletos con material pedagógico pegados en los muros. El profesor quería que los niños sacaran su personalidad, o sea, al que le gustara la flauta, que la tocara, al que le gustaba los números, que sumara o restara, al que le gustara pintar, que se manchara la camisa, el pantalón y hasta el calzón de pintura, al que le gustara dormir, pues que soñara arriba del árbol. En esa escuela se respiró, totalmente, la libertad pedagógica, hasta que un presidente orejón heredó a los padres una inflación económica, que escondió en los bancos de Suiza. En consecuencia los que se apretaron el cinturón, ya no pudieron pagar las cuotas y, el Desconocido ya no pudo pagar a los maestros, tampoco las cuentas de luz y agua, menos la renta. Por mi parte, lo único que pude heredar de esa escuela fue un auto, porque mi madre me dio una sarandeada con la chancla, el día que se enteró que yo no me quedaba en la bilioteca, sino iba a ayudarle a mi amigo a sacar la basura del futuro plantel educativo, que durante cinco años formó futuros matemáticos, artistas, científicos y hasta escritores quienes fueron a dormirse a la casita que yo había construido con mis propias manos, luego de sacar el escombro que cubría de lo que sería mi primer auto: Un Fiat del año mil noveciento cuarenta ocho, que arrancó una madruga en donde le robé al carro de mi papá la bateria, aceite y gasolina. El acumulador se lo regresé antes de que se fuera a trabajar. Pero, como el marcador no servía, la chatarra, por fortuna, se quedó parada en pleno viaducto, de lo contrario se hubiera desvielado. Mi padre llamó al mecánico. Sospechó que el tanque de gasolina tenía un hoyo. Él estaba seguro que su coche tenía combustible. Lo había llenado esa noche del atraco, porque había rumores que al otro día el combustible iba a aumentar de precio. Luego de que mis padres, no me dejaron estudiar en la escuela del que suponían que era homosexual –sin embargo, me inscribieron donde habían jesuitas–, yo me encontraba a escondidas con mi ex maestro y amigo, no para pasar el año, como me proposieron algunos padrecitos que traían sus enaguas entre sus sotanas, sino para mostrarme algunos de sus juegos infantiles como el que nombraron en el Museo del Papalote el túnel del tiempo –no sé si le robaron la patente estos canijos–, pero sí sé que el laberinto oscuro, me inspiró para que me fuera a Italia a estudiar diseño industrial. Cuando terminara la carrera, tenía la intención de asociarme con el que desarrolló en mis tiempos de gigolo la Telaraña. Este juego consistía en una estructura que tenía varios pisos en donde los niños van cayendo sobre ligas que se encuentra atadas de unos postes métalicos en cada nivel donde los cuerpecitos rebotan para abrirse con sus pequeñas manos un camino a través de cada uno de estos pisos con olor a plástico hasta que aterrizan en una superficie de globos inflados de aire, los cuales amortiguan la caída, que ya no podía comprar quien me buscó hace dos semanas para que lo ayudará a morirse. “No tengo ingresos, mi hermano me ha robado las patentes de mis juegos, me falla la memoria, mis movientos son torpes, ya no puedo cagar, ya no puedo comer, me muerdo la lengua constantemente, no puedo mover la quijada, no me puedo rasurar, no me puedo cepillar y, no tengo quien me asista”, también me dijo al que yo nombrara hace algunos años Dorian Gray. Aun teniendo su credencial de anciano, muchas veces tuvo que mostrar otra identificación para comprobrar sus años. Parecia que había hecho un pacto con el Diablo. Sin embargo, cuando llegó conmigo, después de veinte años, había perdido el orgullo, la vanidad, y hasta su dignidad con esa temblorina que me puso en una situación muy complicada. Por eso pregunté como el ex presidente que, ahora, quiere legalizar la marihuana : "¿Y por qué yo?".. “Porque tú ya visté cerquita la calaca, ese día de tu accidente que te dejó tirado en la cama de un hospital nueve meses de los cuales tuvistes tres meses en terapía intensiva porque para salvarte la vida tuvieron que operarte veintítres veces”, me dijo el que había proyectado ese laberinto ocuro donde los niños se quedaban atrapados en una trampita de muchas ligas hasta que se liberaban y bajaban por una resbaladilla o una escalera. Una esquina del cubo, la aprovechó un pedrasta que se escondía y desde ahí les tocaba a las niñas sus nalguitas y sus cositas privadas, quienes se quejaron con sus padres. Por este evento, el Deconocido con su juego tuvo que irse al Palacio de los Deportes. Sin embargo, como todo aburre y con una nueva inflación, el negocio trajo números rojos en ese tiempo en que yo todavía andaba en Italia como un gigolo sin celos, los cuales iban ser causante de mi desgracia que me dejó más muerto que vivo veinte años atrás, por eso suplicándole le dije al Desconocido: “Entiéndeme. No te puedo matar, esa es tu decisión...no me incluyas...¿cual es tu idea?”: “Echarme un clavado en el mar”, me contestó, el que por otra parte era un rídiculo, pues no quería entrar a un local con aire acondiconado para que no le diera tos. Tampoco quiso comer los mejores tacos de la calle, ni tomar agua de coco, porque estuvo angustiado le diera diarrea, mientras yo desesperado le decía enfrente del carrito de tacos: ”!No me chingues! Estamos hablando del suicidio y tu con tus mamadas. En tu caso yo estuviera pensando hacer las cosas que siempre quise hacer y no las he hecho como fumar mota, echarme un pericazo y hasta meterme el dedo en el culo. La verdad que absurdo eres. Casi me dices que quieres ser el muerto más sano del panteón...Ya estoy cansado de esta situación. En vez de llevarte a la playa de Cayaquitos, te voy a llevar a comprar marihuana y, por favor, no la pagues para que ahí, en ese mismo segundo, los narcos te quiebren con un chingo de balazos”. Con una mirada triste y una voz casi salida del más allá, me tranqulizó el que no quería que lo confundieran con un narcotraficante, asi que nos fuimos con dirección hacia la playa, donde al final de esa pequeña costa encontramos un hotel que nos gusto por su nombre: Hotel Evasión. Bajamos del auto, acompañados por el frasco de insulina que me había recetado un amigo que era doctor. Él me aseguro que con esa dosis, se iba morir el Desconocido que no tenía diabetes y nunca lo vi tomarse una pinche aspina. Mientras apagaba el auto pensé: “hasta donde llega la frontera con esta decisión del suicidio para ofender a Dios”, cuando una orden me trajo a la realidad: ¨Me pones las inyecciones y te vas". “Ya te dije y vuelvo a repetir yo no quiero matarte, tienes que hacerlo tu mismo, de lo contrario le hablo a tu hermano y te regreso a México, a lo mejor, se compadece de ti” , volví a insistir. “ No, no lo hagas” , me suplicó el que volvió a preguntarme qué se siente estar cerquita al lado de la muerte: “Mira, ese día que andaba persiguiendo a esa hija de la chingada para confirmar que me andaba tracionando, me escondí entre un árbol de almendro y un poste luz, sin saber que los cabrones de la Comisión Federal de Electricidad dejaron unos cables pelones. Esa tarde lluviosa, precisamente, en ese sitio me paré sobre la tierra mojada y con mis zapatos llenos de agua, dejando a toda una colonia sin luz por el cortazo eléctrico que me dejó algunos minutos inconsciente con un chingadazo en el filo de la banqueta. Cuando desperté, todavía aturdido, solamente se me ocurrió decirle a Jesús: Cabrón, si tienes un dady, dile que si me dejó vivir, no se ande con pendejadas, porque si ahorita me da un paro cardíaco, allá arriba se la voy hacer de pedo hasta que me mande al Infierno, así que, mejor dame más huevos para salir de esta y seguir dándole duro en la vida para sacar adelante a mis hijos... Tú sabes, la edad que tenían, ellos eran muy chiquitos cuando estuvistes en el hospital y distes la orden en nombre de mi papá de la amputación de mi brazo derecho mientras mi esposa andaba culeando con el otro. Así que no me hables de compación y, ahorita que te deje en el cuarto del hotel, hoy mismo o mañana te pones las inyecciones y te vas al mar para que te arrastren las olas...Se escuchan bien salvajes, seguramente, que no te van a traer a la orilla, sino te van a desaparecer para que te coman los tiburones. Así que te dejo y mañana te hablo por teléfono por sí te arrepientes y, antes de venir por ti, voy a ir a la ferretería. Eso es lo último que hago por ti”, le dije al que me había encargado un lazo para ahorcarse...
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estefani
Mara Vallejo D.-
Has compartido una historia de realidades vivas, la has llevado impecable en su descripción, imágenes han pasado por la visión y en mi concepto, es un texto de gran valor literario.
Le felicito.
Saludos
María
Carlos Campos Serna