Brutal amante, Analfabeta emocional
Publicado en May 30, 2015
Aquel era un amor de rasguños, mordidas y desvelos; un completo disparate al que nos entregábamos de vez en cuando. Su condición emocional no le permitía otra cosa ni a mí me interesaba obtener más que esos explosivos arrebatos. Decir que era asombroso es una farsa, lo era ante mis ojos empeñados en concebir belleza donde lo ordinario prevalece, nada especial lo definía, solo que yo soy demasiado condescendiente con la mediocridad. La atracción empezó por las palabras (en papel) esas benditas aliadas que pueden convertir la sal en oro; cada cierto tiempo recibía de él un poema deslumbrante construido con emociones de primera, luego supe que ni siquiera eran de su autoría. Me alimentaron el morbo esas frases con que me desnudaba y provocaba un furor inusitado, un caudal de pulsaciones sexuales que se estrellaba entre mis piernas; cada noche en mi cama razonaba la verdadera dimensión de mi soledad en la medida que mis deseos carnales me asfixiaban y solo podía sentir que su nombre se enredaba entre mi lengua. Cuando llegamos a la piel ya estaba muy comprometida nuestra imaginación y la apuesta lasciva se encontraba en el borde de la locura, no fue difícil querernos de esa manera: convulsos, arrebatados, llenos de angustia por sentir que un día se esfumarían tan lúbricos momentos. En esas entregas me maltrataba y a mí sus estrujones me sabían a redención. ¿De qué necesitaba redimirme? De mi tibieza y puerilidad a la hora del arrumaco, siempre había un retén que me cortaba los bríos en seco, era mi falta de fe en mis facultades eróticas y él las detonó todas, toda mi concupiscencia se vertió en cada espacio de la cama donde convivían nuestros cuerpos. De espalda, en cuclillas, encaramada sobre él, arrodillada en sumisión total, postrada en el piso, todo era sexo y ardor, nada de darnos permiso para descubrirnos el alma. Entonces, surgió el error básico que siempre se nos achaca a las mujeres, solo que esta vez no fui yo. Se enamoró de mí porque encontró un camino, una manera diferente de hacer las cosas, porque no solicitaba su tiempo nada más su cuerpo para entregarle mi lujuria; porque con mis dientes sabia hacerle caricias rudas, léperas y desvergonzadas y no tenía miedo de contener sus fluidos entre mis labios. Porque mi instinto no entendía de jerarquías sexuales y lo mismo me daba montarlo que ser sometida bajo su rigor masculino. Le regalé un mapa lleno de territorios inexplorados, el caudal de mi malicia puntiaguda, le mostré mis orígenes oscuros y me amó por eso, pero yo no lo amé nunca. Siempre supuse que esa falta de querencia era por no haber encontrado al hombre ideal, pensé que el defecto de no ser empático con las emociones les pertenecía a ellos por antonomasia, porque la pisque masculina es áspera, inconsciente y egoísta, al final descubrí que era yo la incapaz de entregarme al amor entendido como ese bálsamo que nos cura de toda egolatría, que esa frecuencia tal vez no existía para mí, mi temperamento amatorio padecía una especie de anestesia selectiva y falta de entusiasmo para el romance. Así, de una forma inesperada me convertí en el estereotipo ideal de muchos que vinieron después de él y hasta puede decirse que tuve un pequeño séquito de hombres trémulos de mí, pero mi corazón jamás sintió por nadie la devoción que experimentaba por sí mismo.
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