DESPUS DE LA PATERA
Publicado en Jun 15, 2015
Autor A. Rico
Un horrible dolor recorría todo su cuerpo. Sin embargo un calor agradable le invitaba a no mover ni un solo músculo. La claridad del Sol traspasaba sus parpados, pero no quería abrir los ojos. Tenía tanto miedo... Medio amodorrada por el cansancio y el calor del Sol, su mente retrocedió. Recordaba su país, su familia, su humilde casa y lo triste que era su vida. Una infancia penosa, de hambre, desamparo y suciedad, había dado paso a una no menos desgraciada adolescencia. Sus padres habían muerto a consecuencia de una terrible peste, que ayudada por la falta de higiene y de defensas, acabo con ellos en pocos días. Era la mayor de cuatro hermanas, y la vida se le presentaba dura. Debía de cuidar de ellas y hacer de padre y madre. Pero era tan joven... Solo contaba con doce años. Las penalidades fueron tremendas. Tenía que procurar comida de donde fuera. Las niñas necesitaban comer y a ella no le importaba robar si era preciso. Es más, robar para comer se había convertido en algo muy normal para poder subsistir. Pasaba tanta hambre, que su estómago a veces parecía querer salírsele del cuerpo, pero primero estaban las niñas y la mayoría de las veces no alcanzaba para todas. Había poco agua y hacía mucho calor, un calor pegajoso que humedecía hasta el alma. Unas tablas cubiertas por una especie de alfombra eran su cama, y sus únicos ropajes unos harapos maltrechos. Pensó: No tengo nada bonito que recordar. Después se dio cuenta que sí lo tenía. La sonrisa de su madre y la inagotable ternura que se desprendía de ella. Su madre siempre les sonreía, incluso mientras se moría, su madre le había sonreído al tiempo que le decía: Yo sé que tú eres fuerte y cuidarás de ellas, pero procura ser feliz tú también hija mía. La vida es un regalo de Dios, no se puede desperdiciar. Podrás hacer muchas cosas, eres muy inteligente, pero también tienes la obligación de cuidar tu vida y ser feliz. Las mujeres tenemos el privilegio de poder tener hijos, y eso aunque ahora te cueste creerlo te hará muy feliz. No hay nada que se pueda comparar a la dicha de ser madre. Sé que ahora no lo entiendes pero algún día lo comprenderás. Ese era el único pensamiento bonito que podía recordar. Lo demás la verdad era mejor no recordarlo, pero no podía sacarlo de su mente. Después de la muerte de sus padres, la vida se había complicado aún más. Sobrevivir en su aldea cada vez era más difícil. Ahora no solamente era el hambre y la falta de lo más esencial, sino que también había revueltas y conflictos políticos en los que sin querer y como siempre lo pagaban las personas más débiles y las menos involucradas. Ella no se daba cuenta, pero se estaba convirtiendo en una mujer muy hermosa a pesar de sus harapos. Alta y bien formada, tenía algo especial en su manera de caminar y en la mirada de sus ojos negros, tan negros como la noche más oscura. Lo que sí sabía, es que los hombres la miraban insistentemente con mucho descaro y a ella no le gustaba esa manera de mirar. Los recuerdos se oscurecieron de nuevo. Aquella noche, ella llegó a casa, estaba muy cansada, el día había sido largo y duro. Las niñas la estaban esperando asustadas, la más pequeña no sé encontraba bien. Tenía mucho frío a pesar de que su pequeño cuerpecito estaba empapado en sudor. Las convulsiones de su hermana era lo que más le asustaba. ¡Dios mío se está muriendo!- Pensó Maria. Tengo que traer al padre Anselmo. ¡No os mováis de su lado!- Dijo a sus hermanas al tiempo que salía a toda velocidad hacia el bosque. El padre Anselmo, era un sacerdote con vocación de santo que un día llegó a la aldea. Venía de España y era el consuelo de todos. Sabía muchas cosas. Era doctor en medicina y eso le servía para ayudar a mucha gente. También los enseñaba a leer y escribir. Era tan amable que se había ganado el cariño de todos los habitantes de un montón de aldeas. María salió disparada en busca del doctor. Sus pies volaban a la misma velocidad que sus pensamientos. Recordaba la muerte de sus padres y había sido algo parecido. ¡Dios mío que no se muera por favor! -Rezaba por el camino en voz alta. Llegó a la casita donde vivía el sacerdote. No vio señales de vida. El terror se apodero de la niña ¡Dios mío! ¿No estará ?Que este en casa Dios mío, si no está, mi hermana se muere. ¡Que esté por Dios! Aporreó la puerta con los dos puños llamando.- ¡Padre Anselmo, padre Anselmo! ¡Padre por favor mi hermana se muere!- gritó Se abrió la puerta, y una figura que más parecía un fantasma se recortaba en el umbral. Alto, delgado, con una larga barba blanca y un camisón del mismo color, más que un sacerdote parece la viva imagen de “El quijote de la Mancha” ¿Qué pasa?- pregunta.- ¡Tranquilízate muchacha! Cuéntame. ¿Qué le pasa a tú hermanita? Entre sollozos, explicó lo que había visto en la niña, y el doctor poniéndose un abrigo, cogió su maletín, se dirige en busca de la mula que le servía para sus desplazamientos por aquellos parajes. La noche es oscura, pero él sabe el camino, lo mismo que a la muchacha, a ninguno de los dos les hace falta mucha luz para defenderse en el bosque. Los pasos de la caballería junto con los ruidos que producen las aves nocturnas, es lo único qué rompe el silencio. La preocupación de la muchacha no es nada comparada con la del doctor, se teme que haya comenzado una nueva peste. La cabaña esta en silencio. Las niñas asustadas vigilan a su hermana sin hablar. Se levantan y dejan sitio al doctor. -Prepárame unos paños con agua fría. – Pide el doctor, examinando a la pequeña al mismo tiempo. Después de ese examen el médico respira aliviado. -No es grave. No os preocupéis, Vuestra hermana solo tiene las anginas inflamadas, se le pasará pronto. Dicho esto les entrega unas medicinas junto con las explicaciones de lo que tienen que hacer. María no sabe cómo puede pagar al doctor todo aquello, y así se lo dice.- -No te preocupes le responde el sacerdote, tú cuida a tu hermanita. María piensa: -Tengo que hacer algo por él. Es tan bueno con nosotras... ¿Qué podré yo hacer para pagarle tantos favores? Recogió los paños para ponérselos de nuevo en la frente de su hermana. Ya no tenía tanto calor y respiraba más tranquilaba , aunque está muy pálida su cabeza no se movía y su cuerpo estaba relajado. Qué bueno era el doctor. De pronto se dio cuenta de que la niña no respiraba. Salió corriendo de la cabaña gritando el nombre del sacerdote. El silencio de la noche le había hecho llegar los sollozos y los gritos de María. El sacerdote dio la vuelta y regresó a la cabaña. El trote de la vieja mula parecía mas lento que otras veces. Cuando llegó junto al petate donde reposaba el cuerpecito de la niña, los ojos del sacerdote se llenaron de lagrimas. Aquel cuerpecito ya no tenía vida. Su pequeño corazoncito había dejado de latir. Solo era una infección de garganta, pero sin defensas de ninguna clase no había tenido posibilidades. María se quedo sin habla unos minutos. Luego su llanto inundó la ya triste cabaña. El sacerdote impresionado, decidió quedarse para ofrecerles un poco de consuelo. La soledad era palpable a pesar de que todos estaban al pie del camastro. Impresionaba ver aquellas caritas tan tristes. La noche iba a ser larga. Las pequeñas se iban durmiendo, pero Maria parecía un fantasma con sus ojos perdidos en un rincón. Apenas pestañeaba. El recuerdo de sus padres acrecentaba más su pena. Si al menos estuvieran ellos allí... El padre Anselmo la sacó de su triste letargo. -Escucha María- ¿Te gustaría aprender a leer y escribir?- Le pregunta. Ella le mira ausente y le pregunta a su vez- ¿Para qué? Vd. sabe muchas cosas, pero no ha podido salvar a mi hermanita. Eso es la voluntad de Dios, María. Será más feliz en el otro mundo. No me contestes ahora piénsalo, te servirá de mucho en la vida, leyendo se aprenden muchas cosas y un día tú podrías enseñar a tus hermanas. Si quieres empezamos ahora mismo. Te voy a leer un poco de la Biblia, verás cómo te gusta. El sacerdote dijo: En este libro tan pequeño, está la verdad de la vida. Cuando sepas leer te lo regalaré. Al principio a María no le interesaba lo más mínimo, pero poco a poco su atención fue aumentando. ¿Cómo un libro tan pequeño sabe tantas cosas? El sacerdote advierte que la muchacha está muy atenta, lee un poco más y luego le pregunta: -¿Qué te parece Maria? Ella le mira con tristeza y responde: - Yo nunca aprenderé a leer, soy muy torpe. -Tú inténtalo. Mira esta es la letra "a" y esta la "e" poco a poco las conocerás todas y aprenderás a leer. ¡Te lo prometo! -Mira, aquí pone, Dios. Él te ayudará. Nadie sabe los destinos de Dios. -¿No te gustaría irte a vivir a la ciudad? Allí podrás trabajar y ganarías dinero para ayudar a tus hermanas y tener otra clase de vida. Le había dicho el sacerdote. -¿Cómo puedo trabajar, y en la ciudad si no sé hacer nada? Además no podría ir. No tengo dinero.-replica María. -Eso se solucionaría, tú eres muy inteligente puedes aprender todo lo que te propongas. -Mira en la ciudad, le cuenta don Anselmo, hay muchas cosas que tú puedes hacer, yo te ayudaré, pero es imprescindible tener unos conocimientos. Te enseñaré todo lo que necesitas. A María ya no le parece tan imposible pero sabe que sus hermanas no podrían subsistir sin ella. -Si me voy ¿Quién cuidara de mis hermanas?- dice -Tú aprende a leer y escribir, lo demás lo iremos solucionando. Las niñas pueden quedarse conmigo, yo me encargaría de ellas. El padre Anselmo sabía que se metería en un buen lío pero merecía la pena solo por ver los ojos de Maria que ya brillaban con esperanza y un poquito de ilusión. Pasaron unos días muy tristes, pero todas las penas se soportan. Poco a poco María sintió que su interés por la lectura cada día era mayor y así es como empezó a caminar por el mundo de las letras. La vida es difícil le había dicho el sacerdote, pero con esperanza y ganas siempre se sale adelante. Maria no estaba muy segura de eso, pero si tenía ilusión y ganas. El sacerdote y Maria tenían largas charlas. Le había contado como era la vida en la ciudad. Tenía muchas ventajas, pero también muchos inconvenientes. Le hablo de su país, España. Él adoraba a su patria, pero su vocación le había llevado a ese lugar inhóspito donde la vida humana casi no tiene valor. La joven María pronto aprendió a leer y escribir es más dominaba perfectamente las cuatro reglas básicas de las matemáticas. El sacerdote había descubierto en ella una inteligencia tan grande como las ganas de saber. María, no sabía cómo pagar todo lo que el doctor estaba haciendo por ella. Un día empezó limpiando la casa y la ropa. Después aprendió a cultivar el huerto en el que el sacerdote sembraba, un trozo de tierra fértil en la que el sacerdote tenia la base de su alimentación. Las amenas e interminables charlas con el sacerdote, habían hecho de ella una persona muy culta. Hablándole de su país el sacerdote había explicado a María el problema de los emigrantes. A la muchacha se le hacía imposible cómo podían exponerse a tanto riesgo, por muy bien que se viviese del otro lado. Lejos estaba de su imaginación que sería uno de ellos. Dos años más tarde, el padre Anselmo se las había ingeniado para que las Hermanas de María, fueran adoptadas por un matrimonio español algo emparentado con él. Maria se quedo muy sola, pero sabía que era lo mejor para ellas. Con la ayuda del padre Anselmo y la confianza en Dios aprendió a sobrellevar su soledad. Cierta mañana el sacerdote le dijo que tenía que hablar con ella. Esta se asusto. Se había dado cuenta que el doctor tenía muy mala cara y no se encontraba bien. Siéntate María. Le dijo. Ella se sienta y espera. Veras, dice el sacerdote. No me encuentro bien, pero lo que más me preocupa es que será de ti el día que yo no esté. Tú ya estás demasiado preparada para vivir en un lugar como éste. Deberías irte a la ciudad. La muchacha palideció ¡Por Dios padre no diga eso! Yo no me moveré de aquí y lo cuidaré hasta que Dios lo llame. Pero hija allí puedes tener una vida mejor y conocer gente. Sabes hacer muchas cosas. Te será fácil adaptarte a esa clase de vida. No insista no me moveré de aquí. Está bien dijo el sacerdote, sabiendo que era imposible convencerla. Conocía muy bien su carácter. Bien, pero prométeme que el día que yo falte té iras de aquí. Queda prometido. Pero solo el día que Vd. Falte. El doctor sabía que ya le quedaba muy poco tiempo y lo preparó todo muy bien. Maria iría a la ciudad. Ya tenía un trabajo para ella en casa de unos amigos suyos. Se encargaría de las tareas de la casa y de los niños. El tiempo pasaba y el sacerdote cada vez estaba más débil. Una mañana, Maria entró en la habitación con el desayuno. Dio los buenos días como hacía siempre, pero esta vez nadie contestó. El padre Anselmo había muerto. Yacía en su humilde cama, en su boca fría había dibujada una sonrisa. Maria besó sus manos que descansaban cruzadas con un viejo rosario entre ellas. Debajo de estas, un sobre con letras grandes y temblorosas que decían: " Para Maria" La muchacha lo abre, la carta es muy bonita. En ella le agradece lo mucho que le ha cuidado y también trae escrita una dirección, al tiempo que le explica que ya la están esperando. Tú eres muy valiente. Escribía el doctor, podrás salir adelante si confías en Dios. Abrazándose al cuerpo ya frío lloro en silencio. Qué bueno había sido con ella y con todos. Estará en el cielo, se dijo convencida. Desde allí me seguirá ayudando. Días más tarde llegó a la ciudad. En su mano una bolsa que contiene todas sus pertenencias. Su dedo tiembla cuando aprieta el botón del timbre. ¡Dios mío ayúdame! Se repite una y otra vez. La puerta se abre y una señora rechoncha con cara de ternura le sonríe y pregunta: ¿Eres tú María? Sí contesta la muchacha con el corazón en la boca. Pasa le dice abriendo la puerta de par en par. María no puede creer lo que ve. No se podía figurar que hubiese casas como esa. Era preciosa. Claro lo mejor que había visto era la casa del sacerdote y ya era un lujo comparada con la de ella. La señora seguía sonriendo cuando la presentó a su familia. Vivía con su marido, su padre y seis criaturas preciosas, cuatro niños y dos niñas. Una de las niñas la pregunta con ternura si es ella la que se va a encargar de cuidarlos, como les había dicho mamá. En la casa del sacerdote, no había espejos, solo uno de mano que el doctor usaba para afeitarse. Por esa razón Maria se llevaría una gran sorpresa un poco mas tarde. Al entrar en la habitación que le habían destinado para ella, se queda clavada en el suelo. Aquello no se lo podía imaginar. Una preciosa cama reinaba en medio de la habitación. Los colores de la colcha hacían juego con las cortinas de la gran ventana. Tenían unos colores muy alegres y convertían aquella habitación a los ojos de Maria en algo insospechado. La señora lo comprende. El doctor le había contado todo sobre Maria. Mira. Le dice enseñándole un gran armario. Es para que guardes aquí tus cosas, y abriendo la puerta le muestra su interior. Lo que la joven ve, la queda sin habla. En una de las puertas se refleja una mujer. Una mujer preciosa de raza negra. Comprende que es ella y su cara de asombro se refleja en el espejo. No puede ni pestañear. ¿Cómo puede ser posible? La señora dándose cuenta le dice. Sí María eres una chica preciosa. La verdad es que a pesar de ir tan mal vestida resultaba elegante. Una figura escultural de piernas largas y bien formadas que no puede pasar inadvertido para nadie. Su rostro ovalado y sus grandes ojos, no son menos bellos que su boca de labios perfectos y dientes blanquísimos. Bueno María, le dice la señora de la casa. Yo me llamo, Raquel. Llámame así. Ven te enseñaré el resto de la casa. Los críos dan vuelta alrededor de Maria haciéndole miles de preguntas, a las que ni siquiera esperan que conteste. María. ¿Me contarás un cuento? ¿Cómo eres tan alta? Y un sin fin de cosas más. A María le hacen mucha gracia, la recuerdan a sus hermanas. CONTINUARA EN ENTREGAS POCO A POCO
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Mara Vallejo D.-
Una historia que inicia por tocarme el alma y unos recuerdos que creí guardaditos.
Colaboré con ayuda física, material y profesional a diagnosticar la tuberculosis, en algunos grupos indígenas de mi región Caribe Colombiana, expuesta a cualquier cantidad de riesgos; pero, lo hice a conciencia y con mucho amor.
Grato leerte.
María
antonia