DESPUS DE LA PATERA continuacin 4 PARTE
Publicado en Jun 16, 2015
María salió con la agilidad propia de sus años.
Estaba azarada pero pregunta ¿Qué tal? ¡De miedo muchacha Estas muy guapa! Contesta el hombre ¡Pero que muy guapa! Repite. Saca un peine del bolso de su camisa y se lo entrega. Toma, si te peinas un poco estarás perfecta. ¿Nadie te ha dicho que eres muy guapa? Sí pero eso no me importa lo mas mínimo. Yo lo que quiero es ser feliz. Todo llegará. Dice Alfonso con la ternura que se trata a una niña. María lo duda pero no pierde la esperanza. ¿Sabes? He estado hablando con mi hermano. La muchacha deja de respirar ¡Dios mío! No sabe si quiere que Alfonso siga hablando tiene tanto miedo... No pregunta nada. Alfonso sigue diciendo. En principio no es nada seguro, tiene que hablar con mis padres. Supongo que se asustarán. Pero luego lo pensarán y quien sabe... Después de todo será por poco tiempo. Mientras te encuentro un trabajo decente. Estaba claro que Alfonso había hecho el problema suyo y no pararía hasta solucionarlo. María lo mira a los ojos y dice. Gracias. Los suyos están llenos de lágrimas. Alfonso dice. Mi mujer sigue pensando que estoy loco. Yo también lo pienso. Dice María. Él se ríe y su cara es la cara de hombre feliz. La carrera sigue su marcha. Ellos van hablando. Ahora parece que se conocieran de toda la vida. Hablan y ríen y a María se le pasa el día muy rápido. Ya está oscureciendo. Alfonso sabe que tiene que descansar. Esta noche dormiré en el parador. Le dice a Maria. Tengo que descansar. Tú tendrás que quedarte aquí. En estos sitios piden el carné de identidad. Espero que no se te ocurra escapar. María lo mira a los ojos como hace la gente honrada y pregunta. ¿Después de lo que estás haciendo por mí? Puedes dormir tranquilo. No me moveré de la cama hasta que tú llegues. Buena chica. Te traeré algo de comer. Alfonso le lleva la cena en unos recipientes. Espera a que cene. Luego la acompaña a los servicios. Nadie se ha fijado en ellos. Regresan al camión. Alfonso abre la puerta y dice: Sube y hasta mañana. María en un impulso le besa la frente. ¡Gracias! Dice y luego sube al camión. Alfonso cierra con llave, sabe que la muchacha no intentará escapar pero no puede dejar el camión abierto. La saluda con la mano y se va. En su cara brilla una sonrisa. La señal de haber cumplido con el deber de cualquier persona honrada. Maria se desabrocha los vaqueros y tapándose con la manta permanece sentada en la cama. La noche no es fría, pero el calorcillo de la manta es agradable. La provoca un pequeño escalofrío de placer. Afuera la noche es oscura. De vez en cuando para algún camión. Algunos camioneros duermen en el camión. Piensa Maria. Eso en vez de darle miedo la tranquiliza. No pasa nada. Nadie sabe que estoy aquí. Esta pensando en los padres de Alfonso ¿Cómo serán y su hermano será tan bueno como él? Deja bajar el cuerpo y se tapa con la manta hasta la barbilla. Ya no le importa nada. El sueño se ha apoderado de todo. La pequeña claridad que se filtra por la cortina anuncia un nuevo día. Siente arrancar un camión y como se aleja. Se sienta en la cama y se alisa los cabellos. Alfonso llega pronto. Hay que aprovechar las horas frescas del día. Han pasado varios días. No sabe cuantos. Los paisajes se van sucediendo Ahora verde, ahora, pardo. Están atravesando los campos interminables de Castilla con su gama de marrones tristes y aburridos, y sus carreteras interminables. María piensa de deberían de plantar árboles. Todo es muy aburrido. Más tarde el paisaje se torna un poco más verde. Después verde por completo. ¡Ya estamos llegando a mí tierra! Dice Alfonso en tono alegre no falto de orgullo. ¡Te gustará! La angustia atenaza el cuerpo de Maria. Está llegando al lugar donde se sortea su futuro. Si los padres de Alfonso no la pueden ayudar, lo comprendería pero su vida se hundiría en un sin fin de dudas, problemas e incertidumbres. El tiempo ahora corría demasiado deprisa. Maria no quiere llegar a ningún sitio. ¡Ojalá este viaje no terminara nunca! Ella sabía que tenía que terminar, pero no deseaba volver a su país. No hacía calor pero la muchacha sentía un sudor sordo y frío que no presagiaba nada bueno. Según ella. La voz de Alfonso parece tranquila cuando pregunta ¿estás preparada? No sé si tendremos suerte, pero lo vamos a intentar. Subiré a la casería yo solo. Te quedarás en el camión. Tengo que hablar con ellos y es mejor que no estés tú delante. Cuando vuelva te diré si subes o te quedas. Alfonso se dio cuenta que la muchacha temblaba y la animó un poco. Vale no te pongas triste. Todo va a salir bien. Ten confianza. Lo peor ya pasó. Después que esto pase nos reiremos de ello. ¡Ya verás! María no sabe si es la esperanza o que confía en él, pero se tranquiliza un poco. ¡Verás que guapa es mi tierra! Dice Alfonso con entusiasmo. ¡Es la mejor del mundo! Hasta las clásicas nieblas tienen su encanto. Están pasando un túnel. Al final las clásicas nieblas los están esperando. Maria mira para Alfonso con cara de susto. Sus ojos preguntan ¿Qué es esto? Una especie de humo espeso no deja ver más allá de dos metros. ¿Cómo se podía conducir sin ver la carretera? Alfonso sonríe. No te preocupes. Lo más seguro es que desaparezcan en cualquier momento. Maria ahora piensa. ¿Cómo puede decir que su tierra es bonita si no se ve? La niebla sigue y la muchacha tiene la sensación de que están metidos en una horrible nube que no le deja ver nada, y que se matarán en cualquier momento. Después de todo esa sería una solución. Piensa. Las luces del camión siguen rompiendo aquella especie de humo denso. Alfonso no habla, toda su atención está ahora en la carretera. Llegan a un peaje. Las luces alivian un poco los ojos de ambos. Maria se da ahora cuenta que se ha hecho de noche demasiado rápido, o eso la parece a ella, pero debe de ser natural porque Alfonso no parece extrañado. El camión se para. Sigue habiendo mucha niebla. La noche reina por completo. Maria no sabe que ha llegado a su destino por eso se queda de piedra cuando Alfonso dice: ¡Por fin, ya hemos llegado! La muchacha aferra las manos al asiento hasta hacerse daño ¡Dios mío ayúdame! Se siente verdaderamente mal. Toma un poco de agua. Bueno dice Alfonso. ¡Vamos allá! Acuéstate lo más tranquila que puedas. No sé cuanto tiempo me costará convencerlos y si lo conseguiré. Reza para que así sea. Siente la puerta que se cierra. Cuando se vuelva abrir, sabré que pasara con mí vida. Recuerda a su madre ¡Madre por favor ayúdame si puedes! Siempre decías que yo era muy fuerte, pero no es verdad. Creo que te voy a defraudar. ¡Tengo mucho miedo! No quiero regresar, pero tampoco ser una escoria. Alfonso tiene razón. No puedo andar rodando por ahí. Esa no es mi meta. Se pone a rezar con la esperanza de quedarse dormida. El sueño no acude. Sigue la pertinaz niebla. El parabrisas del camión está mojado. ¿Cuánto tardará Alfonso? Se pregunta. A pesar de su angustia por la soledad, no quiere sentir la puerta del camión. Su cabeza es un sí y un no continuo. Me voy a volver loca. Piensa. Respira hondo y vuelve a beber agua. Tiene la boca seca y las manos húmedas. Sin saber por qué se calza los playeros y se los ata. Es como si eso la ayudara a salir de sus problemas. Luego se sienta en la cama, piensa si Raquel volvería a admitirla en su casa. Oye pasos que se acercan. Son dos hombres. -Mira. Es el camión de Alfonso. -Sí. Habrá subido a ver a sus padres. -Sí es buena gente ese Alfonso. Sí repite María. ¡Buena gente! El fresco de la noche se filtra a través del material de la cabina. Maria se acurruca. No sabe si por el frío o por el miedo. De nuevo se oyen pasos ¿Será él? Piensa Maria. Otra vez aparece el nudo en su garganta que no la deja respirar. Tan pronto quiere que venga Alfonso para que desaparezcan las dudas, como que se detenga el tiempo y Alfonso no llegue nunca. Los nervios la atenazan y ya no le queda ni una uña que morder, las tiene destrozadas. Los pasos se acercan más y más, pero al final pasan de largo. Un suspiro hondo llena la cabina. María se deja caer de espaldas en el camastro y cierra los ojos. No puede más, quisiera llorar pero no puede y el nudo en la garganta amenaza con ahogarla. La muchacha quiere pensar en otra cosa. En sus hermanas, por ejemplo, pero al instante se mezcla todo de nuevo. ¡Dios mío no puedo ni pensar! Abre la boca para coger aire y respirar hondo. Se levanta y se sienta. Fuera la noche es extremadamente silenciosa. Solo algún coche al pasar rompe el silencio. La muchacha se acuerda del padre Anselmo y empieza a rezar. Le pide a Dios que la ayude. En un momento dado hasta se lo exige. ¡Tienes que ayudarme! ¿No ves que no puedo más? Sus puños están tan apretados que a pesar de no tener uñas, las palmas le duelen. Su cuerpo está tan tenso que si alguien la tocara pensaría que es de piedra. Siente llegar un coche pero ni se inmuta. Ella espera unos pasos. El coche se detiene a su altura y suena una puerta. Maria ahora no piensa nada. De pronto oye la llave en la cerradura y siente que todo se mueve en su cabeza. Comprende que es él. En efecto Alfonso abre la puerta. Su voz en el silencio de la noche suena muy clara. Bueno Maria ¡Vamos aya! Mi hermano me ha dejado el coche. La muchacha no puede mover ni los parpados. Sus ojos están desmesuradamente abiertos. En todo su rostro se dibuja el terror a lo desconocido. Alfonso sin embargo sonríe. Creo que vamos a tener suerte. De momento te quedarás aquí. Ese de momento le suena a Maria como una eternidad. De momento esa noche no irá a la policía. De pronto todo su cuerpo se afloja de tal manera que si llega a estar de pie no hubiese podido sujetarlo. Sale como un autómata. La niebla sigue allí pero a ella ya no la importa. Se cubre es rostro con las manos y rompe en sollozos. Alfonso no la interrumpe, sabe que necesita llorar. Cuando los sollozos van cesando y su llanto es más tranquilo, Alfonso pone una de sus manos en la cabeza de la muchacha, y pregunta ¿Ya? Sí ya. Contesta Maria limpiándose los ojos con el puño del jersey. La invita a entrar en el coche. La luz esta encendida. La muchacha se sienta, luego vuelve la cabeza hacía Alfonso le mira a los ojos al tiempo que dice. Gracias. Gracias a ti por esa mirada. La verdad es que en un segundo Alfonso ha visto tanto agradecimiento que no lo olvidará jamás. Maria. Le dice de pronto Alfonso. Nunca dejes de mirar de frente, como lo has hecho ahora. Es la mirada más bonita que he visto en mí vida. Gracias. No lo olvidaré. Dice María. Una mirada así abre muchas puertas. Dice Alfonso a la vez que arranca el coche. La carretera es más bien un camino. María ya no tienen miedo. Ya no piensa si les gustará, ya no le importa ser negra, no le importa nada solo quiere llegar y ver que pasa. La niebla sigue y Alfonso circula despacio. Tardan mucho en llegar y Maria no tiene ni idea de la hora que es. Se lo pregunta a Alfonso. Este le dice que son las dos de la madrugada, pero que los están esperando. Al fin el coche se para ante unas grandes puertas de madera. Las luces del coche iluminan a una casa que parece ser muy grande. Unos grandes arcos dan lugar a un porche que sirve de apoyo a una hermosa galería cubierta de cristales pequeñísimos. En el porche, un banco de madera, una mesa y varias cosas que Maria no ha visto nunca. En el suelo hay cuatro pares de un calzado muy especial. Son de madera. La muchacha hace ademán de descalzarse. Ella piensa que debería entrar descalza, puesto que el calzado de los demás esta afuera. Alfonso se da cuenta y ríe de buena gana. Maria lo mira interrogante. Él la explica: Son madreñas. Se ponen con unas zapatillas. Maria sigue sin entender pero no dice nada. Sube los tres escalones que los separan de la puerta. Él no se ha quitado nada. La puerta no está cerrada. Es grande y fuerte. Un llamador con forma de mano y una aldaba, dan aquella puerta un aire especial. Para Maria es la puerta del paraíso En el laberinto rápido de la mente de María no puede imaginar. Alfonso mira a la muchacha. Le da pena, parece una gacela acorralada. Le pasa el brazo por los hombros para darle ánimos y empuja la puerta. Esta cede despacio. Marí jamás podrá olvidar aquella escena entrañable. Los negros ojos de María reflejan las llamas de la chimenea. Es verano María no lo entiende pero la parece precioso. En un sillón de mimbre lleno de cojines, un hombre muy mayor, la mira fijamente. A su lado su mujer. También es mayor pero parece más joven, el pelo blanco recogido en un moño bajo le da una mezcla de elegancia y ternura inigualable. Viste ropa clara y su rostro irradia ternura. Es alta y delgada. A María le recuerda a su madre. En el lado opuesto de la chimenea, un poco mas alejado del fuego. Un hombre de aspecto agradable le sonríe. El alto. Lleva vaqueros y camisa de grandes cuadros muy alegres. Tiene los ojos oscuros y es la viva imagen de Alfonso. Está de pie, apoyado en uno de los brazos del sofá. A sus pies un pastor alemán y un gato blanco. El salón es grande pero muy acogedor. Está adornado con flores y plantas por todas partes. En la pared de la chimenea cuelgan algunos cacharros antiguos de cobre y de hierro que le dan un aire especial al salón. Una gran mesa de castaño y ocho sillas dominan la parte izquierda de la habitación. Encima de la mesa hay un ramo de rosas blancas. ¡Es precioso! Piensa María. El primero en moverse es el pastor alemán. Se llama "pipo" Sale corriendo y salta al pecho de Alfonso. Este se ríe lo acaricia y lo aparta. El gato se revuelve pero no se levanta siquiera. La leña cruje en la chimenea y la señora explica como sabiendo lo que piensa María. La casa es grande y los viejos ya sentimos frío. María sonríe sin saber que hacer. Ven aquí muchacha. Le dice la señora con gran ternura. María se acerca sin desviar la mirada de aquellos ojos ya cansados. ¿Cómo te llamas? María. Contesta sin pestañear. Yo me llamo Alicia. Se levanta con trabajo y le ofrece su mano. María se acerca a la silla donde está la anciana y estrecha suavemente su mano. Esta fría pero irradia calor y confianza. Luego se vuelve despacio y dice. Este es mi marido. Se llama José. El hombre sonríe. Perdona que no me levante, me cuesta mucho trabajo. Le dice. María se acerca y le acerca la suya. No importa. Dice con ternura mirándolo como mira ella, de frente. Una voz al otro lado dice: Bueno ¿Y yo es que nadie me presenta? Vale continúa. Pues soy Fernando, el hermano del Samaritano. Mira con guasa a su hermano y dirigiéndose a la muchacha la saluda con un ¡Hola! Luego la mira bien. Pero si eres casi una niña ¡Dios! ¿Pero qué haces tú por el mundo sola? Alicia se ríe. ¡Otro Samaritano! Bueno dice Alfonso. Hechas las presentaciones, y dado que son casi las tres de la madrugada. Sugiero que nos vayamos a dormir. Mañana seguiremos hablando. Alicia se levanta y pregunta ¿Queréis comer algo? No habréis cenado. Yo tomaré un vaso de leche, María a lo mejor quiere comer algo. No yo si no les importa, un vaso de leche también. Voy a por ello, dice Fernando dirigiéndose a la cocina. Sentaos, dice Alicia al darse cuenta que los dos están en pie. María se sienta en el borde del sofá. Alicia siente pena de la muchacha. ¿Qué estará pensando la pobre? ¡Dios mío que dura es la vida para algunas personas! Es solo una niña. Fernando aparece con dos vasos de leche grandísimos y unas pastas. Las hace mi madre. Dice orgulloso mostrando las galletas. Pruébalas, están riquísimas. María coge una. La mano le tiembla. Fernando se da cuenta. Pobrecilla, ¡Bien por Alfonso! Piensa. Las pastas están buenísimas, y el sabor de aquella leche se le quedará a María en la memoria por el resto de sus días. Luego la señora coge a Maria suavemente por un brazo. Ven te enseñaré donde esta el baño y tu habitación. Despacio suben las escaleras que nacen en la parte derecha del salón, son de castaño como la barandilla y el zócalo de la pared. Todo da sensación de calor de hogar. Al final de la escalera, un pasillo largo y ancho termina en una puerta de cristales. Sigue habiendo plantas por cualquier espacio libre de muebles, unos muebles de madera tallada preciosos. Un arcón, maceteros, cuadros. Es una maravilla.
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Elvia Gonzalez
antonia
Mara Vallejo D.-
antonia
lo de publicar poco a poco pero te gustara