EL TERCER OJO
Publicado en Jun 22, 2015
EL TERCER OJO
Me senté afuera, el bar se encontraba lleno, recé para que nadie se pusiera a fumar justo a mi lado; elegí la mesa que daba a la calle, no me importó ni el ruido de los autos ni el de la gente, solamente quería sentarme a comer alguna cosa después de una mañana un tanto movida. La vista era perfecta, una plaza tupida de verde, como un oasis dentro de la ciudad, colaboraba con mi pasajero bienestar. Estaba, en realidad, en un pasillo que al fondo conectaba con una galería de antigüedades; hacía mucho tiempo que no almorzaba en este bar y como esa mañana invernal tenía antojo de lentejas y como vi el anuncio en la entrada, no lo dudé ni un instante. Al mozo creí reconocerlo, pero quizá fuese una mera ilusión. Estaba nublado y algo fresco, pero eso no parecía que iba a durar mucho tiempo más. Diría yo que nada fuera de lo común sucedió ese mediodía, el mozo iba y venía de un lado para el otro, la bandeja se movía como en un avión entrando en zona de turbulencias; los comensales se iban remplazando y se retiraban a sus oficinas, yo me debatía entre las posibilidades que me ofrecían para el postre, como si fuera el fin del mundo; por momentos alguna belleza me distraía en su andar, y me hacía soñar por unos segundos, pero la realidad me devolvía al presente, a mi postre y a los inquietos árboles de la plaza. Todo estaba tranquilo, como dije antes, ese mediodía tedioso y común a cualquiera, hasta que imprevistamente preste’ atención en la conversación que tenían unos tipos que recién habían entrado y se habían sentado justo detrás de mí. No los podía ver, apenas se insinuaban en el reflejo del vidrio que daba al salón, eran medianamente jóvenes, o al menos uno de ellos lo perecía. El tenor de la conversación era de este tipo: debatían acaloradamente sobre si el tercer ojo se encontraba dentro del Universo o si era todo lo contrario, si lo observaba desde afuera, como su mero creador. Luego pasaban a algo trivial, a algún comentario sobre fútbol o sobre la comida, y después volvían sobre lo mismo, sobre el origen del mundo, sobre el arquitecto del Universo, y sobre símbolos religiosos y su dudosa precedencia. Inferí que serían masones, lo que le daba cierta coherencia al suceso. No pude evitar parar mi oreja mientras el mozo me traía la cuenta. Ahora discutían sobre la inmortalidad del alma, si el alma no sería parte del arquitecto del Universo, y si no será, entonces, que el tercer ojo nos estaba viendo y dirigiendo desde algún rincón del mundo; sobre el tema de si las cartas ya no estarían echadas de antemano, si nuestro destino no estaría ya prefijado por él y si así fuera, entonces, cómo ser libres, cómo ser dueños de nuestro destino, cómo tomar decisiones. Por un momento me dieron ganas de opinar como si estuviéramos hablando de fútbol y decirles, por ejemplo, que el tercer ojo debería ser seguramente el director técnico del equipo y que solamente él decidía quién jugaba y quién no en el partido eterno del Universo. Y que si se producían cambios en el juego, por algo serian. Después de pagar mi cuenta subí al baño, pero cuando volví los tipos ya se habían ido. Yo hice lo mismo, seguí mi camino por las calles del microcentro esquivando autos y bicicletas, y pensando en lo bueno que sería tener un tercer ojo que vea lo que otros no pueden ver. Al rato, conmovido por los ruidos y por el aire viciado de soberbia, volví a la calle del bar a tomar mi colectivo, y fue cuando los vi de nuevo a los hombres del bar, inmóviles en la parada. Seguían discutiendo efusivamente sobre el origen del Universo como si hablasen de política. Uno parecía ser más ateo que el otro; evidenciaban tener grandes conocimientos sobre cuestiones filosóficas y teológicas. No pude evitar hacer un comentario sobre el asunto. Les dije que yo había estado comiendo junto a ellos y había escuchado una conversación interesantísima. Los tipos se sonrieron y siguieron hablando, hasta que al fin uno me dijo: - Pienso. -Y yo luego existo, dijo el otro, mostrando una sonrisa eterna, sin dientes y sin alegría. Pero de pronto, no sé como ocurrió, sentí algo como que venía de la nada, como una sombra detrás que me zumbó los oídos, un leve viento de ultratumba. Los hombres salieron corriendo y antes de llegar a la esquina, el mayor, me gritó: -¿Vio? Fue el tercer ojo-. Cuando quise acordar, me di cuenta de que me faltaba la billetera. GABRIEL FALCONI
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doris melo
gabriel falconi
Samont H.
gabriel falconi
Enrique Gonzlez Matas
TE FALTÓ UN OJO PARA DARTE CUENTA QUE SE IBA TU CARTERA.
BUEN RELATO. TE FELICITO CON MI ABRAZO GABRIEL.
gabriel falconi
Maritza Talavera
Es un texto interesante y curioso; y me hiciste imaginarme con el tercer ojo, y con el poder ver todo aquello que no podemos normalmente; luego reflexione y llegue a la conclusión que ese ojo puede ser el de nuestra intuición.
Me gusto mucho, Saludos cordiales
maria del rosario
Me encantaría saber los números ganadores del Quini y ganar 60 millones de pesos..¡¡ jeje !!
También me enfrasqué en conversaciones ajenas y tuve la tentación de meterme a opinar pero.. , me abstuve de decir "Pio".
Me gustó mucho tu relato, pero, te confieso que esperé un final diferente: sorpresivo y pasmante.
Tal vez me he vuelto exigente y estimo que tenés mucha mas capacidad para darle otro giro al final.
UN BESO Y la onda es positiva, ¡ Vos podés mas !,( el final no me cerró... )
Lucy Reyes Neira de Lozano
Tu buena historia me trae el recuerdo de que cuando voy a restaurante, mi esposo y yo, también escuchamos los temas de que se ocupan ciertas personas e igual que tú, a veces no resistimos de entrar a opinar de temas históricos o filosóficos, Volviendo al tercer ojo, que bueno fuera poder ver y evitar desgracias.
Maravilloso tu estilo de relato: claro, interesante, fácil de entender.
Felicitaciones.
gabriel falconi
antonia
gabriel falconi