LAGRIMITAS DE AZÚCAR III
Publicado en Jun 22, 2015
Estoy contenta por Veronika, le perdono que nunca haya mencionado la existencia de un novio, además del taxista (único) con el que chapó toda su adolescencia. Quizás me lo ocultó porque en este último tiempo, un poco distanciadas estuvimos. La verdad es que yo soy una mina bastante insoportable, no tengo por qué enojarme con mi amiga; una pequeña (aunque importante) omisión de su vida, no se compara con las cosas que le hacía yo a ella desde que teníamos cinco.
«Quisiera conocer al candidato antes del gran acontecimiento», le dije. «No será gran acontecimiento, una boda sencilla nomás», me contesta. Sencilla como ella pienso, simple, sin chiste, ha de ser por eso que ella se casa y yo no. Me avisa que vendrán a casa ella, el susodicho, y la madre a entregarnos la invitación. Que esperan por supuesto, esté mi familia y así cenamos algo rico mientras charlamos de la vida y los planes. (¿¡WHAT!? ¿Invitación?, ¿ya tenés fecha desgraciada, tenés lugar?; tenés hasta el vestido seguro ¿y yo recién me vengo a enterar? Forra hija de puta. Tu única amiga soy, la única amiga en toda tu reputísima vida, ¿cómo me haces esto?) «Dale hija, acá te espero». Mi abuela enloqueció, mi madre no te cuento. Esta casa era un griterío total, tanto que me daban ganas de llenarme los oídos con cemento y dejarlo fraguar. Comimos, brindamos, me enteré que la boda es en tres meses y que al otro día ellos dos tomarían un avión y volverían quizás y con suerte una vez al año. Me estoy bancando todo como una diosa, lo que no estoy pudiendo manejar es la bronca que me da no sentirme realmente feliz por Veronika. Estaba enojada, muy enojada, y triste, muy triste. Enojada y triste porque me quedo sin amiga de un momento para otro y para siempre, enojada y triste porque no me tomó en cuenta para absolutamente nada (cuando me enteré que M era gay, corrí y llorando sobre sus piernas se lo conté), pero sobretodo enojada y triste porque no entiendo cómo ella que siempre fue segunda pasó a ser primera sin que yo me dé por enterada. Mientras la algarabía continuaba en la sala de estar, yo de acomedida ponía los platos al lavadero y en eso aparece mi querida amiga, con su vocecita de dulce turrita y me dice sin aspavientos: -No estás contenta vos, no te hace feliz que yo me case. La miro con la misma cara que Lorena Bobbitt miró a su marido minutos antes de cortarle el pene y le respondo: -¿Me estás jodiendo vos?, por supuesto que no estoy contenta. No sabía ni siquiera que tenías novio, no seas cara rota. Al menos eso te pido. -Lola, yo tenía miedo decirte. Vos no estás muy bien últimamente. Vivís quejándote de la vida, de que la empresa donde estás cualquier rato quiebra, de que hasta Herbalife tomaste y no podés adelgazar, de que el infeliz de M tiene de pareja a un travesti que tiene más cintura que vos, yo tenía miedo. En eso irrumpe mi querida abuela media en pedo ya, me abraza y larga: -Es verdad hijita, no podíamos contarte (¿¿¡¿WHAT??!? ¿“podíamos”?, ¿éstas hienas estaban todas enteradas?). -Nosotras te vamos a contener -tira mi madre- sabemos que será difícil porque vas a ver partir a tu ÚNICA AMIGA (énfasis en ÚNICA), pero sobretodo será difícil porque el vestidito de dama seguramente no te entrará e irás de negro, solita. ¿PERO POR QUÉ NO SE VAN A LA REVERENDA PUTA MADRE QUE LAS PARIÓ A TODAS? Mejor no continúo con la conclusión de ese diálogo, pero esa noche trabé la puerta y detrás de ella con las piernas dobladas lloré. Lloré lagrimas grandes, gruesas, llenas de agua, pesadas. Lloré así de mucho, lloré como hace tres años no lloraba, lloré como lloré esa vez cuando M me dijo que me quería mucho y que peleó con él mismo los 5 años de nuestra relación pero no lo logró porque lamentablemente las mujeres no somos su primera opción y era momento de aceptarlo. Así lloré. Continuará...
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