Pensamientos al borde del abismo.
Publicado en Jun 24, 2015
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Estar sentado o tumbado, de hinojos o en movimiento, como fuere o como se quisiere, al fin de cuentas, en mis condiciones actuales resultábame insufrible. Este frío, que es como se siente el vacío, se proyecta de la boca del estómago a todo el cuerpo, amputado de voluntad, porque, así como el humo es al fuego, el alma es a la voluntad. De donde se colige que desalmado estoy. Entonces, en virtud de estas sensaciones, además, claro, de la inercia de mis miembros, la cavidad de mi pecho, descuidada, terriblemente descuidada, dejó de un tiempo acá volar aquello que me impulsaba, que animaba mis miembros. Se levanta la cabeza, luego de mucho dormir, y esta vuelve a caer, y muchos dicen que eres un flojo, no sé si para dar ánimos o contribuir al hundimiento, pero ya, sordo al mundo, te revuelves en el torbellino ocasionado por los gélidos vientos que, cual ocurre en el mundo con las diferencias de presiones atmosféricas, son atraídos adentro para llenar el vacío. Ya nada, ni lo que más excitó tu entusiasmo alguna vez, atrae tu atención, y, entretanto, el frío sigue su proceso de congelamiento. Se imaginará quizá ese estado, pero remisos a creer, contribuiré, por tanto, a encarecerlo, ya que no es el fondo del pozo todavía. Apelo en este punto a la imaginación del lector, quien, con la imagen ya en la cabeza, esperará pacientemente mis pinceladas, aunque más parezca un mal brochazo de aguas negras. Imaginen, pues, la frialdad en el pecho y boca del estómago, la fatiga, porque pesa aunque digan que no hay porqué si no hacen nada, las cosas que llamaban tu atención esparcidadas a tu alrededor con el viperino fin de atormentar más, y encima, como remate de la perfecta obra divina, los hombres, a los que ya no recordabas y los que no te interesan ya, se empeñan en decirte: "Anda, hombre, levántate que el día es hermoso y nos llama a ser felices", haciendo énfasis en esto último. "¡Sé feliz, sé feliz!" Y te digo que lo imagines porque solo con una imagen cabal se comprenderá que es lo mismo pedirle a un cojo que corra. "Anda, hombre, corre que el día es hermoso, y así no llegarás a esos manjares de allá. Corre que nadie te los va a traer". Aunque que no corra el cojo es mal menor y excusable porque se le puede cargar. Solo los valientes se atreven a trasponer deliberadamente el umbral de la muerte, y tú estarás motejándele de cobarde y enumerarás, con una parsimonia imperdonable, los peores estados a los que está reducido el hombre. Con el fin, según tú, de hacerle ver su error. Pero, en fin, son pocos los que se van, aunque es mucho decir "se van", porque los cuerpos desalmados no expelen sino un humito, sombra de un alma verdadera que hasta los malos tienen. Pero estos últimos se van para recibir tormentos, merced de sus actos, y se creerá que los desalmados, al menos del género que hablo, puesto que no hicieron nada, pues nada les espera. No, señores, se van, y tienen, aunque nada hicieron, que seguir su predestinación de desgraciados. Y no se van al cielo, lo que, al menos al ver a Dios, ofrecería un pequeño consuelo escupirle en la cara, sino que, ya en el infierno, una gavilla de diablejos, tridentes en mano, te rondará diciendo: "sé feliz, hombre, anda, sé feliz". Y ni siquiera lo hará el diablo, de quien esperarías respuestas, sino que te conformarás con esos diablejos ganapanes, que ni son graduados de la Universidad Infernal, ni les importa razonar contigo. Así que noticiosos por intuición, prefieren llevar sus cuerpos vacuos por el mundo, con la resignación de la mula con su carga, y con la esperanza, si algún afortunado la tiene, de encontrar sustancia adecuada para engañar la cavidad. Otros tratan de encontrar salida en las luces, y lo único que logran es deslumbrar los sentidos, cansarlos más, porque la oscuridad de dentro es impenetrable por haz alguno y la de fuera insuficiente. Así que no queda de otra: cambia de posición, revuélte. Trato, pues, de ejercitarme en este arte, que así como estoy leyendo, aparezco frente al televisor, y así como veo televisión aparezco en la computadora. Así que trato de hacer todo y no hago nada. Ahora mismo, mientras escribo, lo mismo se me da escribir "escribo" con b de burro o con v de vaca, tanto como se le da al burro las ancas de la vaca. Llevo escuchando cincuenta veces la misma música mientras tecleo, y el placer sigue el mismo que cuando empecé, nulo. Ciertamente, no sé qué me mantiene escribiendo, lo que sí sé es que ese calorcito que destila la emoción y el placer en la boca del estómago no me es acicate. Supongo que de igual forma el robot ejecuta sus órdenes, pero no me parezco a este sino cuando está sin batería. Frío como una batería sin carga. Cansado, aunque muchos me digan " de qué si no haces nada", envidio hasta a la cucaracha, que va en pos de no sé qué, pero va en pos de algo. Algunos, en su afán de explicarse las cosas, ensayaron la posibilidad de que, dada mi malhadada predisposición al pensamiento, pues que hacerlo tanto y no darle al cerebro recreo, no le ocurrió otra cosa que lo de al Quijote: que se me secó el cerebro. Y que a fuerza de pensar gasté en veinte años lo que era para ochenta. No di crédito a esta hipótesis, y dijera por qué si no fuera eso pensar, que como tengo dicho, ya no se me da esto ni quiero hacerlo más. Pero a veces, y sólo muy de vez en cuando, salgo de mi guarida -decir casa es considerarme humano, y yo soy un robot con la carga al límite-, pero la pretendida medicina resulta peor que la enfermedad. Caminar sin rumbo, no obstante, enajena, y más de una vez me creí miembro de la humana grey. Mientras caminaba, me guardaba de pasar por las iglesias(de todos los tipos), de miedo que me cobren, y eludía a sus acólitos, de miedo que me embauquen. Y estos pretendían hacerme creer que la causa de mis desdichas era mi distanciamiento de Dios, respondiéndoles yo que la causa era que no me había alejado lo suficiente. Y así, pues, daba tumbos de aquí para allá con la esperanza de cansarme lo suficiente para hacer luego lo que más me gusta: dormir. Pero hundido ya en la cama el sueño me huía como yo de las iglesias. ¡Ah, malditas fuerzas que todo mueven, dadme un poco de paz! Entonces pensaba en la muerte, contrariando mi decisión con respecto al pensamiento, que como fuere de la muerte, igual era pensamiento. Buscaba un arma, y cuando buscaba las balas y las hallaba, perdía el arma. Y así me dormía de puro frustrado, cuando lo ideal era hacerlo de puro cansado. Al día siguiente me levantaba, y no pasaba mucho para darme cuenta que, lejos de haber descansado, estaba igual o peor. Y, agobiado por mi Cruz, arrastrábala adonde fuera. En ocasiones, me sumergía en un reminiscente paréntesis, preñado de recuerdos de infancia, y me preguntaba si habría alegría mayor a la de un niño en diciembre. Y puesto que hacía lo que un niño en diciembre, es decir, nada, preguntábame qué había entonces de diferente. Y ya estaba pronto a averigüarlo cuando, expulsado del paréntesis, retomaban mis tormentos, que se hacían más amargos cuanto más dulces los recuerdos anteriores. "Has crecido", me decía luego, en esas largas noches de insomnio, que no hacían más que recordar y acusar el estado de cansancio, la desesperación y, sobretodo, la incapacidad para hacer, aunque solo fuera alzar mierda del suelo. Y es que recientemente agarré afición a esto último, por recordarme el trato con los hombres, y ya ni eso puedo hacer, no porque no tenga brazos, sino porque alguien sisó los resortes. Y son varios años que llevo tras el escamoteador de voluntades, pero me consuela saber que aquí todos roban, y pues el ladrón me robó, ya a estas alturas debió también ser robado. Tiene sus bondades vivir en sitio así, porque, aunque pródigo de hostilidades, da estas minúsculas satisfaciones. Y muchas veces escuché panegírico a tamañas templanzas, no siéndolo tanto no teniendo de otra. Sí, tengo mis momentos de lucidez, pero no vivo por estos momentos, como se pensará, sino que vivo por evitarlos, porque no hay momentos más dolorosos. Como la rata escapa de su vergudo de turno, yo escapo, así, espantado, de estos momentos acerbos. Y maldigo cuando puedo haber crecido, porque de niño estaba lleno, lo sentía en el ardor agradable de la boca de estómago, y ahora estoy vacío, los resortes no responden y me entretengo buscándolos. En eso estriba la vida, en buscar y no hallar. Algunos me dicen cobarde, y yo replico que aquel huye porque cuida de algo que atesora, siendo valiente quien arriesga algo, y como nada tengo que cuidar no puedo ser cobarde. "Pero mira qué hermoso está el día", recibo por contestación, y de un golpe de vista reconozco los cuernos y la cola y ahuyento al diablejo, quien entusiasmado se adelanta en su trabajo. "Ya tendrás la eternidad para agobiarme con tu optimismo, sucio diablejo, no te quieras adelantar". Pues en esto entretengo mis días, no hay razón para alargar este artículo, que, así como es de largo, encierra mi rutina diaria, que espero no se dilate. En algún mes del 2015, yo.
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Daih