Pulpita IV-Mimos y el Coronel
Publicado en Sep 16, 2009
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La fauna del bar, a esas horas, ya había cambiado. Los inofensivos borrachines de la tarde habían desaparecido para dejar lugar a los verdaderos predadores de la noche. Allá estaba, en la mesa de siempre, Millán con su rígido engominado, con la cicatriz surcándole la frente y con famoso su Colt oculto a la cintura; lo acompañaba, como en cada jueves, el Coronel, quien llevaba al bar su propio whisky importado. Millán era hermanastro del comisario Ferro y entre los dos medios hermanos abarcaran la criminalidad total de la ciudad; Millán, por esa circunstancia familiar, tenía una "tarjeta verde" que solía usar muy a menudo. En varias ocasiones, cuando llegó el furgón de Gendarmería averiguando antecedentes o afiliaciones en alguna razia, él salió por la puerta de enfrente, por la puerta grande, saludando a los milicos por el apodo y sin hacer la venia siquiera; recuerdo que meses atrás yo estaba ahí, con las manos contra la pared, y oí al cínico Millán probar su impunidad gritándole a los milicos el imperdonable "¡Viva Perón!". Los milicos se rieron del chiste. Millán, gorila como su medio hermano, silbando la marcha peronista se metió a su Dodge con chofer, y se esfumó. Repasé el lugar con la mirada: sin rastros del Polaco. Me senté a esperarlo en uno de los incómodos taburetes cercanos a la entrada. Por suerte, tampoco estaba el Facha, aunque casi todas sus putas si. Y hablando de... -hola Angelito (ooo).- saludó dándome sonoros besos en las mejillas, oliendo a naipe marcado, a mezcla entre colonia barata y comida recalentada, una Mimos anhelante y cada vez más gorda; el maquillaje ya no conseguía ocultarle ni las sórdidas ojeras ni los balazos de una temprana viruela, su peluca rubia, apretada en moño, había perdido más mechones de lo aconsejable. Pero aún sostenía su éxito en la profesión, y nadie podía negárselo: ella era toda una leyenda en la ciudad ¿cuantas generaciones de cajetillas habían debutado con aquella cocotte que bamboleaba rítmicamente sus pechos patrios?; debo ser justo y decirlo: estaba tan radiante como todos los jueves en que aparece el Coronel, con whisky importado, a jugar al billar antes de pasar la noche con ella, la gloriosa Mimos, en un rito que se repite, religiosamente y todo jueves desde hace casi dos decenios, cuando el Cordobés, huyendo de algo que nunca sabremos, dejaba Alta Gracia y un ojo para poner un bar en esta ciudad, el Coronel todavía no era oficial, y la Mimos aún era tan increíblemente hermosa que, decían, era la trilliza perdida de las hermanas Legrand. -¿que tal, Mimos? -saludé caballeroso, sonriéndole de costado. -muy bien, lindo (ooo) -sus pantomimas habituales también se exacerbaban en todo jueves: me tiró de las solapas de mi elegante saco negro (de las épocas de leguleyo). -Me enteré que te vinieron a buscar esta tarde (eee)... y dicen que es una chica muy mona (aaa)- -¡¿qué?!- mi cara, con seguridad, se habría transformado porque soltó las solapas para amonestarme y decirme, con el ceño fruncido: -ay bueno, che (eee), no es para tanto (ooo) ¿Qué tiene de malo (ooo)? - con cada "o", su boca carmín formaba un obsceno corazoncito desdentado que me daba un poco de asco. Atiné a decir, por decir algo y rápido: -qué chusma el Cordobés. -él nunca dice nada, vos ya lo conocés.- Como eso era cierto, le pregunté entre dientes, enfurecido: -decime entonces: ¿quién es el infeliz que habla tanto al pedo? -se dice el santo y no el pecador, querido.- dijo también por decir algo y rápido, entre sorprendida y desahuciada, ya sin ningún asunto. Me levante del taburete con cierta violencia para mirarla fijamente a los ojos. -¡ja! Mimos... haceme el favor: ¿Una puta hablando de santos y pecadores? Nunca había sido así de grosero con ella. La indignación le abrió su boca de labios carmín y, sólo un instante después, me sentenció con un: -morite, imbécil. Recobrando propiedad y con ademanes de enojo, La Mimos giró sobre sus tacos vueltos a pegar mil veces. Sentí la misma puntada que cuando dejé caer el frasco con el payé. El Coronel me amenazó de reojo y, enderezando el bigote como en un tic, agarró su gorra de oficial que dormía al lado de la botella whisky, sobre la mesa de Millán. Sé que para él soy un comunista por el sólo apellido; y que me la tiene jurada. -¿que mirás, milico?- susurré moviendo los labios ostensiblemente. Respiré hondo. Intenté calmarme pero antes de lograrlo ya estaba apoyado en la mesada de mármol encarándolo al Cordobés. Su respuesta inicial era la de esperarse: me aclaró que "no se mete en puteríos". Insistí hasta que me dijo que era el Polaco. Cuando le respondí "Imposible", el Cordobés ofendido justo debajo del banderín de Instituto, mirándome fijo con el ojo bueno, me retrucó con otra pregunta: -ah ¿Encima me tratás de mentiroso?- Era mejor que me calmara. Me senté en el taburete. Pelearme con el Cordobés era el peor error que podía cometer. Haber sido hiriente con la Mimos ya era algo más que inconveniente. -Para nada, Cordobés. Uf, qué calor... ¿Me das un porrón de Quilmes?- sabía que pidiendo algo para consumir, y más si era un botellín de un mango y no una medida de caña por moneditas, al Cordobés se le iría el enojo. -Sale... pero ¿la vas a pagar? -claro que sí, Cordobés. La botella chistó llamándome la atención. Di un buen trago, la cerveza estaba helada. -gracias.- dije al Cordobés, al botellín, a la vida que me había dado tanto. Y trago a trago me dije: "¿Qué diablos tenés en la cabeza?" "Calma, Ángel" "Pensá en el mar, pensá las playas, en Brasil." "Despedite de éste lugar infame al que no vas a extrañar, despedite con generosidad y pedile perdón a la Mimos." "Ya está. Todo pasa, Ángel". Apenas terminé el porrón, sentí una fuerte puntada en el estómago. -si querés saber ¿por qué mejor no le preguntás al Polaco? Recién se fue con la chica nueva. -¿con la Carmen? ¿La que patina con Paquito? -si, con esa. Deben volver enseguida ¿Estás bien, Ángel? -no es nada. -Parece que el Polaco anda con plata, como vos. Pagó su cuenta... y mirá que me debía el triple que vos... algo rarísimo. -Cantó el Cordobés en su melodía de Alta Gracia. -y cómo supo lo de ésta tarde?. -mirá: esta tarde, cuando vos te fuiste con la mujer que te vino a buscar, y te digo que todos hablaban de eso.., llegó el Polaco ¡con una mamúa!... pidió caña para todos y ¡las pagó, Angel!... Según él, vos le habías contado que andabas "viviendo" a una "mina bien", y nos aseguró que era la misma que te vino a buscar. -no te lo puedo creer... ¡es mentira!. -¿era Paulina Mezquita? -¡¿Qué?! ¿Cómo caraj...? -No se, Angelito, yo no le quise creer... no es por nada, pero la hija de Mezquita... ¿con vos? eso no me lo creo. Yo sólo te digo que eso pasó esta tarde, después de que te fuiste.- Dijo el muy Pilatos, mostrando ambas palmas limpias. -El guaso se fue de acá en cuatro patas, un rato antes que... El taburete rezongó al golpear el piso. Yo ya me había ido sin pagarle el porrón.
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inocencio rex
Ricardo Fernndez
inocencio rex
miguel cabeza
inocencio rex
un enorme abrazo, amigo
Arturo Palavicini
Sigo maravillado con la fluidez de la historia, se van intrincando y no pierdes el hilo; no te separas de la escencia de la historia.
¿A dónde me llevas Rex?
Va espectacular el relato amigo.
Arturo Palavicini