El ladrn ( 1 parte)
Publicado en Aug 01, 2015
Hace dos días que Fernanda no aparece. La última vez que la vieron fue en la ventana de su casa, observaba la luna. El tío Carlos y Mamá Sofia se la han pasado pidiendo ayuda por todos lados. La policía registra la casa entera y en el vecindario las señoras junto con Blanca, consuelan a Sara. Nadie puede concebir que la más pequeña de la familia haya desaparecido sin dejar rastro.
Fernanda no era una niña de rutinas, igual que todos los niños de su edad, vivía los días como si fuese el primero, sorprendiéndose de todo. Pero cada tarde, luego del ocaso, se sentaba a un costado de la ventana a mirar el cielo. Parecía que quería descubrir algún misterio escondido entre las nubes o lo que se ocultaba detrás de la oscuridad. —usaba un vestido de tafeta verde, andaba descalza creo y sin peinar—dijo Mamá Sofia al judicial que elaboraba un retrato hablado. Por su parte tío Carlos y sus amigos recorrieron casas y cantinas buscando al hijo de puta que se había llevado a su sobrina. A todos amenazó furioso, pero la verdad era que ninguno de ellos había sido el culpable. Según las descripciones de Mamá Sofía, sólo la dejé de ver unos minutos y se evaporó. No entró nadie a la casa. La única puerta de acceso estaba lo suficientemente lejos de la sala y jamás se abrió. El seguro lo tenía todavía puesto hasta que Sara llegó y se enteró de todo. La gente empezó a decir que Mamá Sofía tenía raptada a la niña, oculta en algún lado del campo. Era una tontería absurda según ella—es mi nieta, nunca le haría daño—. Aquél incidente no era un secuestro, no había cartas con amenazas o recompensas exigidas, era un robo. ¿Dónde se halla Fernanda? Parece que la tierra se la tragó por completo. Una desaparecida en su propia casa. El lugar a pesar de que era amplio no era tan grande; el sitio era viejo, una casa antigua en la que habían vivido generaciones de familias, ancestros de la niña, personas que vivieron en la colonia, sirvientas del porfiriato que se adueñaron luego de la Revolución. Quizá los ecos de los mitos pasados y cuerpos ocultos merodeaban la casa, pero ¿por qué precisamente ahora se robaban a la niña, en qué lugar del mundo la habían escondido? No pasó mucho para que la policía desentendiera el caso, dejó de buscar. Hubo tres meses sin respuestas en el pueblo. Sara cayó en un llanto amargo y tío Carlos en el alcohol, fue Mamá Sofía quien llevaba el soporte de la casa, Blanca a veces colaboraba con ella, pero era como si la familia hubiera olvidado que existía el día y el tiempo. La abuela transcurría sus mañanas regando las flores y azaleas del jardín, quitaba alimañas y caracoles a sus plantas y justo cuando se cansaba se echaba al sofá a mirar por la ventana. Imaginando las risas de su nieta, sus chillidos, su voz lejana donde quiera que estuviera. Tío Carlos encontró a Mamá Sofía sentada en el sofá, azotada por el sol, con el rostro quieto y la mirada vacía. Frente a la ventana. Estaba muerta. Su entierro no hizo olvidar el extravío de Fernanda, sólo la dejó en segundo plano. Girasoles y claveles, rosas y blancas llenaron la tumba de quien fue en vida doña Sofía Leñero, la última que portó un apellido que decía mucho. Sus hijos se vieron hundidos en la tristeza y el licor. La pobre de Sara con su madre fallecida y su hija sin paradero, experimentó un quiebre emocional, dividido entre la realidad y la locura. Delirio. Ya no comía. Sus llantos hartaron a las vecinas que después de varios días, supieron que era imposible calmarla y dejaron de visitarla. Era un aburrimiento abrumador soportar las mismas palabras lastimeras de la madre. Blanca, su mejor amiga, fue la única quien la apoyaba en la casa, con la ausencia de Mamá Sofía (excepto por su retrato en el altar mirándolos a sus veintitantos años eternos) la casa se quedaba apagada. El tío Carlos derrotado en la liquida soledad; se deshizo de sus pocos amigos luego de la paranoia asesina. Maldito sea el ladrón que se llevó a mi Fernanda, se decía todas las mañanas. Sara la pasaba recostada en su cama junto a un vaso lleno de agua desde anoche, observaba el techo ocre de madera de roble, producto de la vanidad de los fantasmas del pasado. Blanca la dejó un momento, fue a prepararse una taza de café negro con dos cucharadas de azúcar hirviendo. Se mantuvo unos minutos en la cocina, viendo qué hacer. No había ni trastes sucios ni comida en las ollas, tenía rato que nadie la usaba. Se hallaba en completa quietud. Dejó la taza sobre la mesa luego de unos sorbos, sentía el cansancio repentino, acarició el lomo de la silla. Alguien pasó atrás de ella. En el pasillo una silueta cruzó a un lado del umbral. — ¿Sara?—siguió a la presencia que aseguró ver. Sara no estaba en la sala, fue al fondo del corredor y la encontró acostada en su cama, tal y como la había dejado. Blanca tragó saliva, giró la cabeza en el instante que la jalaban del brazo. —Carlos—chilló—me espantaste ¿dónde andabas? Tío Carlos tenía un aspecto enfermizo, una dosis de jarabe de wiski perfumaba su aliento. –Sara sigue igual… ¿fuiste a beber verdad?—tío Carlos no dijo nada, jaló a Blanca para sí. — ¿qué quieres? — la mujer se apartó de él— ven, vamos te voy a dar café. Caminó rumbo donde había dejado su taza. En la cocina encendió la lumbre de la estufa y colocó una olla. — deberías de dejar esa porquería Carlos, viendo como están las cosas. No es la solución. — vi a Fernanda — ¿qué dices? ¿la viste?—Blanca dejó de hacer lo que hacía y miró directamente a los ojos del hombre, ¿dónde? Tío Carlos dio la vuelta sin contestar, salió de la cocina y se internó al pasillo. —¡Carlos te estoy hablando! Lo siguió hasta la recamara. Carlos se situó al otro lado de la cama y señaló con su dedo índice el piso. —¿Dónde viste a la niña?—preguntó Blanca, se acercó temblorosa. —¿Dónde está Fernanda? Después cerraron la puerta.
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Gaby S
Alizia Chilena
Silvana Pressacco
Alizia Chilena
Enrique Gonzlez Matas
ME VA GUSTANDO. UN FUERTE ABRAZO.
Alizia Chilena
Daih
Ansiosa espero el próximo capítulo.
Un gusto!
Alizia Chilena
Lucy Reyes
Te felicito.
Alizia Chilena
Maritza Talavera
saludos
Alizia Chilena