¿Puede ya dejar de tocarme los huevos? (Diario)
Publicado en Aug 31, 2015
Hubo un tiempo pasado en que no estaba ni mal visto ni prohibido por la ley eso de toquetear los alimentos antes de comprarlos en los mercadillos. Recuerdo, de una manera muy especial, el de Cuenca capital. Estaba situado en la Plaza de los Carros y allí los vendedores y las vendedoras levantaban sus voces.
- ¡Patatas sanas! ¡Tengo las patatas más sanas de toda la provincia! ¡Sin gusanos! ¡Sin mohos! ¡Tengo las patatas más buenas de toda la comarca! Y las mujeres, para comprobarlo, toqueteaban y toqueteaban todas las patatas antes de elegir solamente un par de ellas. En cuanto a las barras de pan las tocaban tanto que las achurreaban por completo. Aquello del toqueteo se volvía surrealista al llegar los carros de las frutas. - ¿A cómo están sus peras? - ¡A dos céntimos cada una, señora! Y la señora comenzaba a toquetear y toquetear las peras que entraban en el espacio óptico de su mirada para, al final de todo el proceso, irse sin comprar ninguna dejándolas ya prácticamente convertidas en zumos. - ¡Fresas! ¡Fresas de California más dulces que los labios de Paloma! - ¿A cómo las vende usted? - ¡Se las regalo todas antes de que venga el Emilín y se las coma sin ninguna clase de permiso! ¡No voy a estar regándolas todo el año para que luego él se las coma en un par de segundos y sin pagarme ni medio celemín por ellas y no darme ni las gracias de lo gracioso que es que es tan gracioso que se las come a puñados! - ¡Pues muchas gracias, tío! - ¡De nada, tía! Luego llegaban los pollinos con burros inclusive. - ¡Tengo una pollita en muy buen estado! ¿Quién quiere mi pollita? - ¡Melones con polvos! ¡A los ricos melones con polvos! Pero lo más gracioso, y al mismo tiempo lo más chistoso, era cuando llegaba el tío de los huevos que, normalmente, siempre tenía mu mal genio. - ¡Tío Benito! ¿Tiene usted sus huevos frescos? - ¡Yo tengo siempre mis huevos frescos, señora; y para servirle a usted! - ¡Me gustaría comprobarlo por mí misma! Y la señora comenzaba a toquetear y toquetear los huevos del tío Benito sin decidirse por ninguno de ellos. - ¿Puede ya dejar de tocarme los huevos? La señora, muy enfadada, le lanzaba un par de bolsazos al tío Benito que le dejaban hecho polvo del todo! - ¡Maleducado! ¡Grosero! ¡Tío mugroso! ¡Pero si resulta que tiene usted los huevos más chuchufríos de toda la región! Se armaba entonces tal follón que el tío de los huevos y la señora que toqueteaba los huevos del tío terminaban en Comisaría tras ser detenidos por el tío Luis, guardia municipal por aquellos tiempos, que luego me lo contaba todo estandos los dos alrededor de la mesa camilla y al calor del brasero después de una buenísima cena. - ¿Qué te parece? - ¡Muy bueno! - ¡Pero odo! ¡Claro que es muy bueno! ¡Qué tiempos aquellos en que todos y todas toqueteaban los tubérculos sin coger nunca jamás la tuberculosis. ¿No le parece una bonita historia con un buen final, tío Benito? ¿Y a usted qué le parece esta historia, don Emiliano? Lo digo por lo de la tuberculosis que, por supuesto, era una mentira. Ya ven ustedes lo que es la realidad. ¿Cuántos pichones se han comido ya este año? ¡Deseo que les sean de mucho provecho para su salud! ¡Paloma, palomita, palomera! ¡Quién te vio y quien te viera! Sólo sonrío una vez más porque ¿para qué enfadarse con la pileta de la fuente si el agua no tiene la culpa de que haya tanto listo haciéndose el tonto mientras las varillas van y vienen y vienen y van de feria en feria y de lugar en lugar? A mí, la verdad sea dicha, me gusta otra clase de humor no tan chabacano. Lo digo por poner un ejemplo nada más. Y nada más. Cierro mi diario y nada más.
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José Orero De Julián
Elvia Gonzalez