MARGINAL
Publicado en Sep 14, 2015
Plagio era ver su espalda a través de una cerradura, colmarse de deleite encumbrando la cima de sus piernas infinitas. Sin embargo, adivinar su intimidad sin haberla manoseado ni esculpido en demenciales propósitos, era morir de enfermedad despiadada, hablar de algo tan prosaico como remoto. Plagio, seguro y obstinado, quiso pintar sus ojos sin las pistas de sus constreñidas cejas, arrebatar sus ignotos encantos dando por hecho que flotaban sobre la superficie de lo cierto. Plagio no conocía la verdad de un cuerpo virgen y desprendido de miradas, pues era él la nota común y quebradiza que emplean algunos hombres que sufren de torpeza para obtener la belleza inalcanzable. La mujer sintió en ese momento un escalofrío. La crisis y los celos que la escudriñaban se ocultaron tras el rostro del silencio perturbador. Trémula toda, igual que el trofeo de oro tambaleante que está punto de estallar en mil pedazos, soltó una estruendosa risotada, casi inhumana. La cortina empapada de sangre seca se movía sin hacer ningún ruido. Afuera las luces de la noche y el revoloteo de algún pájaro agazapado eran los únicos testigos de un crimen que no se iba a resolver. El cuerpo grácil y tranquilo yacía con las manos sobre su sexo. Cuando llegaron, el inspector y el forense, encontraron idénticas pruebas a los casos previos. Tres horas después el viento crecía en intensidad y mecía la ventana con violencia. El frenético balanceo convirtió las ventanas en trocitos de cristal, que se esparcieron por la habitación. Cada uno de estos fragmentos reverberaba de manera distinta, pues los intentos desesperados de la luna por demostrar su inocencia se habían esfumado.
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Elvia Gonzalez
catalina medinelli
javier castillo esteban
Mara Vallejo D.-
Es mi concepto, amigo Javier Castillo Esteban.
Abrazos
María
javier castillo esteban
Un abrazo