AMOR DEL MISMO SEXO
Publicado en Oct 06, 2015
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Una flauta ensayaba sola al otro lado de la pared. El grupo de amigos soñaba sobre lo que de ahora en adelante permanecería. Jaime, el mayor de los tres, no se escondía ante la espiral verde que se advertía cerca de allí. Revelaciones salvajes y desaires asumidos en la intimidad protestona. Sandro, por el contrario, conocía su aceresco destino de placer en placer y Marco; aquél no sabía nada de lo que parecía real. Tres formas irregularmente definidas encima del finísimo papel inmaculado. Líneas negras muy marcadas y colores desperdigados. Eso, tan grotesco y sublime, eran las vías, las últimas traqueteantes vías. A las 20.00 h abandonaron el silencio, truncado de repente incómodo, para coger el tren que los llevaría hacia la despedida. 2 Sandro hacía ostensible su enfado por compartir asiento con otro desconocido, y más aún el hecho de que su acompañante, decrépito y maloliente, no articulara una sola palabra y respondiera lacónicamente a los infructuosos intentos de Sandro por entablar palique. Removido en el número asignado miraba el valle cerrado y pensaba en montar una venta de quesos. La visión de la emergente luna comenzó a producirle espanto. 3 Marco, en verdad, no ofrecía mucha compañía. Pero eso a Jaime no parecía importarle demasiado. Leían y respiraban acompasados intuyéndose cerca. El sentimiento poderoso y alicatado se mostraba impenetrable frente a la apariencia del frío extenuante. La situación les provocaba una sonrisa grácil y cómplice que hablaba en silencio cuando se sentían lejos de las miradas. 4 A las 22,00 h Sandro observó, con un entusiasmo ojeroso, a sus dos amigos levantarse e ir hacia el vagón delantero. Hizo ademán de incorporarse pero Jaime le disuadió argumentando la señal del servicio. Sandro volvió a recostarse de mala gana. 5 El servicio pretendía ser una burbuja virgen y opaca, de un tono oscuro y similar al de su entorno. Sin embargo, los dos amantes no pudieron reprimir su deseo con tanto rigor. Antes de entrar en uno de los cuartos ya se besaban , incautos y despreocupados, volteando la puerta a su paso. Sandro, que se había cansado de mirar el paisaje, entró violentamente en el servicio. La puerta de uno de los cuartos dejó de moverse por fin. Los rostros yacían pálidos en el suelo y la vergüenza había anegado el espacio.
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Mara Ester Rinaldi
Un saludo desde argentina.
javier castillo esteban
Un placer leerte. Lo mismo desde España
;)