GERTRUDE
Publicado en Nov 19, 2015
El día 5 de enero, después de infructuosos ensayos, se decide retirar al paciente J del programa debido a la constante negación de lo acontecido y su parentesco con el equipo docente. De cualquier modo, el cabello sintético y los productos cosméticos siguen en su poder con el fin de encauzar el pensamiento inconsciente. Ha superado su primer “periodo”, sin embargo aduce no reconocer a su beneficiaria. Quizá sea demasiado prematuro enfrentarla con ella misma.
Día 1 No hablaré de Gertrude a nadie, de lo contrario, no tendría sentido nada de lo que voy a relatar. Sólo diré que es bella y peligrosa, como toda naturaleza que provoque conocimiento y tentación. Ella me ha arrastrado hasta donde estoy, no la culpo, al igual que no me culpo a mí, pues quizá sea inevitable que las paredes de la habitación no tengan ventanas ni tampoco cordones mis zapatos. Ahora, con más intensidad, la recuerdo sin su máscara. Sé que está al acecho, un soplo de viento ha cruzado sobre el espacio cerniendo un extraño silencio. (Nota) Gertrude… Relámpago infinito Caricia cegadora ¿Dónde estás cuando aquí no se oye? Día 2 Ha comenzado a llover con fuerza cuando un silbato estridente nos ha guiado hasta el patio El cielo ha seguido negro un buen rato y, en su dilatada expresión, ha disparado con suspicacia a los que nos movíamos, apesadumbrados, mirando a los adoquines. Algunos se escondían, o quizá ni siquiera eso, estaban presentes en otra calidad orgánica. Otros, caminaban deprisa, con rabia, articulando miradas frenéticas y ávidas, no sé muy bien de qué. De vuelta a mi tabuco he leído varias páginas de un libro venerado por muchos y leído por pocos. Yo lo interpreto a mi manera y copio los pasajes que más me enseñan. Después de dos capítulos la imagen desfigurada de ella me ha hecho estremecerme y cerrar los ojos. He apagado la luz y me he sumido en la oscuridad. Día 3 Un sueño escalofriante me ha despertado a las 8.00. Me encontraba solo en el bloque de hormigón, solo podía oírme, nadie más hablaba. Tenían la boca sellada y sus ojos enormes me miraban altivamente. Eran fotografías de los antiguos propietarios que, desde cada ángulo, querían arrancarme la ropa con su diabólica sonrisa. El día normal, aunque necesito hacer un gran esfuerzo por escuchar a mis compañeros. Día 4. He acudido al médico al punto de la mañana, la incipiente sordera de ayer me hace interrumpir los ejercicios pidiendo a gritos que me repitan cada frase. Palabras huecas retumban como un ladrillo al final de un pozo. Mis compañeros creen que finjo y eso me hace estar más alerta. Día 5 Mi piel es más suave. Me gusta deslizar mis dedos sobre la esponjosidad de esta nueva textura. Pero me siento vacía, extraña en este cuerpo tosco y descompensado. Ya no me dejan salir con los demás. Los únicos rostros que deambulan por el pasillo palidecen de frío y tampoco los envidio. La corriente, intrusa, se cuela cuando se abre y se cierra la puerta y una gélida sensación penetra entre mis piernas. A pesar de la temperatura no paro de sudar… Día 6 Una mujer frente a mí. Me han atado a la cama. En un bolsillo de su bata un alfiler sustenta el aviso de plástico: Gertrude. He chillado sin oírme y han venido más médicos. Después de varios calmantes me han soltado las cintas de goma y he escrito con el único instrumento que poseo, mi sangre.
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