El color de la rutina
Publicado en Feb 08, 2016
Hay días que amanece y quieres romper madres, luego anochece y sigues queriendo partirle la madre a alguien, clamas por atención y derramas el café sobre el teclado de tu computadora igual que aquel senador pendejo que viste en las noticias de ayer. Te desvías del camino a casa y te vas con una puta no una scord, a las cosas por su nombre, como dices tú. Tienes veinte minutos con ella y no logras venirte, eso te frustra. Mejor te vas con tu mujer quien te recibe de espaldas y sin entusiasmo, hace mucho tiempo dejó de importarle tu hora de llegada, tus borracheras infames, tu trato indelicado cada vez que tienes que firmar el cheque para pagar la renovación anual de los muebles y el menaje de casa y el entrenador personal con nociones de masajista que se trajo de Canadá en sus vacaciones de verano.
Por las noches enciendes el televisor y ves la misma mierda en todos los canales, no mejora en los de paga, es como si una cortina plástica y sofocante te cubriera los ojos, es esa pinche lápida que llevas a cuestas y no sabes dónde aventarla. Te preguntas si tu vida sería igual de no haberte casado, tuviste tantas aventuras antes de eso, te hartaste de culos pero ese fuego que sentías nunca se apagó. Todavía no se apaga. Los domingos te vistes sport, sacas de la cochera la camioneta familiar, ojalá no tuvieras que subir en ella a los mocosos, pero no hay alternativas, es mejor que se ensucien las vestiduras de la camioneta que las de alguno de tus carros que te sirven para impresionar al mundo, especialmente a tu séquito de empleadas. Sería genial si alguna de ellas lograra emocionarte pero es pedir demasiado, se les ve igual que a ti, aburridas, cubiertas por la misma coraza del encierro continuo en una oficina que no tiene ni luz del sol ni aire natural. Apenas el aire acondicionado alcanza para no asfixiarse y aún así sientes en momentos que los pulmones te van a reventar, probablemente tengan algo que ver las dos cajetillas diarias de esos cigarros que antes vestían un empaque tan elegante dorado y rojo, hoy gran parte sustituido por imágenes horrorosas y sentencias de culpa que algunas veces sí te hacen sentir mal. Los domingos son construidos de una forma lineal y exacta no hay una sola imperfección que saque de quicio a tu mujer; la vestimenta impecable de toda la familia, comprada durante un viaje a San Antonio, el bolso de diseñador de ella llama la atención de sus amigas cuando entran a la iglesia, durante esa hora fingirás oír lo que dice el clérigo, sentado en uno de los asientos preferenciales en ese templo donde todos son clientes distinguidos pero tú eres de los Vip por eso te ubican hasta adelante nadie ocupa tus lugares todos saben que están reservados para el mayor benefactor y su tribu. Te preguntas si eres el único hombre al que le caen gordos sus hijos, los varones son tan mentecatos y al mismo tiempo tienen una idea bien jodida de lo que es el mundo, te parece que jamás serán capaces de tener a una mujer contenta por méritos propios para eso te has encargado de abrirles una cuenta en el banco para que en unos años más tengan con qué comprar a las viejas que les gusten. Por su parte la niña en algún tiempo fue tu adoración, pensabas que en el fondo de esos ojazos azules se hospedaba una inteligencia aguda, tal vez si llegó a tenerla pero su madre la extirpó de raíz, entró temprano al colegio carísimo de monjas que también patrocinas, ahora se queja en voz alta de no haber nacido noble igual que Carlota, la niña española que se sienta a su lado en clases. Antes de dormir te fumas un churro, como en los viejos tiempos, te acuerdas de tu novia de los años de juventud, Verónica Medel, no se afeitaba las axilas ni el pubis menos las piernas, tampoco usaba desodorante pero hacía las mejores mamadas del mundo; nunca tuvo remilgos para el sexo ni te puso objeción para que entraras por la puerta de atrás. Sientes nostalgia momentánea y ganas de verla otra vez pero recuerdas que se casó con un tipo muy parecido a ti por lo que supones que debe ser un desastre de mujer igual que la tuya. Vuelves a practicar el nudo de marinero, sientes un placer que hace que tus dedos tiemblen al imaginar el revuelo a la hora del hallazgo; tú, desnudo, acabado de masturbar y atado por el cuello con una mueca feliz, tus hijos y tu mujer descompuestos por la mancha del escándalo. Pero vuelves a dudar, mejor lo dejarás para después, Romeo Marchese el nuevo representante legal de la firma te ha contado de un lugar donde los efebos son elásticos y complacientes además de hermosos, casi todos extranjeros, sería una pena irse de este mundo sin haber probado tal deleite. Tal vez otro día, siempre y cuando no sea los lunes de golf o lo martes de copa en el bar de tapas o el miércoles de putas, o el jueves de putas o el viernes de putas o el sábado en las fiestas del corporativo y sus socios, o los domingos familiares donde además hay que ir a misa.
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