Día y noche (facetas antagónicas)
Publicado en Mar 19, 2016
El día: penetra la luz en el lugar de descanso, los fragmentos luminosos se esparcen en el rostro como una tenue gota de agua se dispersa a lo largo de una hoja cuando llueve. La fatiga sigue presente en nuestro cuerpo, nos amarra firmemente al aposento. Sin embargo, una sensación brusca e involuntaria rompe nuestra estadía en el mundo onírico y nos trae devuelta a la realidad. Así como las aves deben abandonar el nido, los humanos debemos abandonar el aposento para perseguir con incertidumbre esa meta que nos inquieta y nos llena de ansiedad tan placenteramente.
Apenas salimos de nuestra casa, o del lugar donde sea que hayamos pernoctado, el día se revela como un pasaje rutinario en donde el deseo de saber qué nos depara el presente es muchas veces difícil de sentir y escaso en nuestro ser. El carácter repetitivo de la jornada anterior con la recién iniciada nos nubla la mente, opaca nuestra vasta imaginación; nos impide ver que cada momento, cada instante, cada respiro, es un momento de nuestra vida totalmente único. Cuando iniciamos el día acompañando al sol en su aparición titánica sobre el horizonte, el día es extenso, agobiante, un tanto fatigoso en la mitad de su transcurso. Cuando recibimos el día mucho después del arribo del omnipotente luminoso, es significativamente más corto, estrecho, sin tantas oportunidades temporales como en el otro caso. Sin embargo, es de la voluntad de cada individuo de lo que dependen las acciones, las relaciones, los saludos, los abrazos, las distancias recorridas, los objetivos trazados y los resultados conseguidos a lo largo de la primera faceta de la jornada. En todo caso, el día va apaciguándose y mitigando su presencia con el paso inevitable y sombrío de su hermano opuesto. La noche: el espectro desdichado, el oscuro sucesor, el siniestro heredero. Tan temida, pero tan atractiva y esperada. La noche hace su entrada triunfante sobre nuestro mundo y, cuando notamos su presencia sobre los techos y pasillos de nuestros hogares, una sensación de desapego nos conecta irónicamente hacia ella. Los cerros guardan silencio, y con ellos todos sus habitantes. La luna nos sirve de acompañante irrenunciable durante este proceso, nos observa con calma y con neutralidad grisácea. Esa fatiga que habíamos perdido, o más bien acumulado desde la mañana, se vuelva a proyectar en nuestro ser, haciendo un peso cada vez más molesto sobre nuestros parpados y hombros. El final del día se hace cada vez más real y, como las rocas en la costa de una playa fuerte y rebelde saben que tarde o temprano se verán impregnadas de agua salada, los humanos sabemos que se cierra el día con una falta de aventura, una falta de amor, una falta de ambición, una falta de vivir la vida. ¡Qué desgraciada eres noche! ¡Te muestras tan hermosa y tan seductora pero terminas tan vacía y tan insípida! No queda más que guardar reposo, y esperar a que el día siguiente nos ofrezca una señal de que no todo está hecho y que algún día habremos de encontrar un lugar en el cual sentirnos cómodos y amados, de forma tan dulce cómo lo es el pétalo de una orquídea que se desprende de sus hermanas y se deja llevar por la brisa, desconociendo completamente su destino pero sabiendo que llegará a él, un destino merecido, reconfortante y pleno de regocijo. El día es carretera seca, es camino sin trazo, es organismo sin hueso, es árbol sin ramas, es calor en la mejilla, es polvo en la palma de la mano, es andar y andar y pensar y pensar, es la inquietud continua por no saber si se hace el bien o se hace el mal, es la búsqueda del destino tan mencionado pero tan incumplido. La noche es lago de aguas calmadas, es taza de agua con té, es montaña sin vida, es volcán inactivo, es el viaje que emprende el cangrejo hacia su guarida para buscar refugio, es lienzo limitado, es túnel sin luz, es la sensación de muerte o falta de vida cuando se retorna al lugar de descanso y se sabe que falta un logro en la vida, que falta un beso en la mejilla, que falta un abrazo con cariño, que falta un saludo por escuchar, que falta una persona por conocer, que falta un desdichado por ayudar, que falta amor por brindar, que falta una vida por hacer.
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