La noche del vestido rojo (Novela) - Captulo 5 -
Publicado en Mar 27, 2016
Gabino Muriarte estaba en compañía de Luis.
- ¡Gracias a Dios que le encuentro! - ¿Qué sucede, señor Muriarte? - Se trata de saber a qué se dedica usted. - Mi afición es la de ser guía de turismo. - Entonces hablará usted muchos idiomas... - Además del español, el francés, el inglés, el alemán y el ruso. - Y conocerá muchos países... - Casi todos los del mundo. - ¿No está usted exagerando? - Un poco. - ¿Reacciona usted siempre exagerando? - Reconozco que pierdo muy pronto los estribos. - Hablando de todo un poco... ¿conoce usted Indonesia?... - He estado allí en un par de ocasiones. - ¿Por causa de su oficio como guía de turismo o por vacaciones? - Una vez por causa de mi trabajo y otra vez sólo por vacación. - ¿Dijo usted por vacación o por vocación? - Vacación... he dicho vacación... - Entonces deduzco que fue usted quien le vendió la estatua con un pesado mazo indonesio a Rufino. - ¡Sí! ¡Fui yo! Pero eso no me convierte en culpable. - Yo no estoy diciendo que lo sea. ¿Se la vendió o se la regaló? - Se la regalé. - ¿Por amistad? - No. Por agradecimiento. - Cuente... cuente... - Además de mi oficio temporal de guía para turistas mi verdadero negocio es la venta de frutos secos al por mayor. - Ya. ¿Y usted estaba al borde de la quiebra? - ¿Cómo lo ha adivinado? - Porque sé que Rufino es muy generoso prestando dinero; claro que los préstamos siempre tienen sus intereses... - Me prestó cien mil euros pero sin intereses de ninguna clase. - Lo cual es bastante anormal. - ¿Qué quiere decir con eso? - Que cuando no hay intereses es que hay alguna razón poderosa. - Pues no sé qué razón tan poderosa puede ser esa... - ¿Acierto si le digo que está relacionada con las fotografías? - ¿Se refiere usted a la fotografía de Jimena? - Es usted demasiado listo, Luis. Veremos si es usted, además de listo, un espabilado. - Procuro ser inteligente. - Veamos cómo cuánto de inteligente. ¿Sabe lo que son las fotografías de niñas menores de edad en asuntos de mayores? - Sé lo suficiente. - Lo cual no quiere decir que sea usted tan inteligente como cree. - ¡Oiga, caballero! - No lo digo por maldad sino para demsotrarle que hay que ser más modesto a la hora de hablar de uno mismo. ¿No lo cree usted así? - Sí. La humildad es una virtud de la cual yo carezco. - ¿Y eso produce envidia de otras personas? - ¡Por supuestísimo que sí! Pero es una envidia sana... - Me gusta su sinceridad, así que hablemos del pesado mazo indonesio y dejemos lo de las fotografías de niñas desnudas vendidas en picaderos por si es necesario. - ¿Qué quiere usted saber? - ¿Se imagina usted alguna vez que un mazo de esas características pueda convertirse en una arma mortal? - ¡No se me ha pasado jamás por la imaginación! - ¿Para qué los utilizan los indonesios? - ¡Para partir cocos de un solo golpe! - Pues esta vez el coco ha sido el de su amigo Carlos. - No me gustan los chistes fáciles. - ¿Aunque sean chistes de picaderos con picadores? - ¡Le repito que no me gustan los chistes fáciles! - Está bien. ¿Usted cree que sólo una persona con gran fuerza física puede utilizar esa clase de mazos para aplastarle el cráneo a su amigo Carlos con un sólo golpe nada más? - Por supuestísimo que sí. - Me cae muy bien su sinceridad señor picador... esto... quiero decir guía... - No se equivoque conmigo, señor Muriarte. - Ni usted conmigo, señor picador... esto... quiero decir guía... - ¡Me está poniendo nervioso de verdad! - Me gustan sus verdades, Luis. ¿Es usted siempre tan sincero con los demás o hay alguna excepción en que no interesa serlo? - Es normal que haya alguna excepción en que no interesa serlo. - ¡Vaya, vaya! ¿Tiene usted fama de ser sincero pero oculta esa verdad? - ¿Se puede saber qué quiere de mí? - ¿Cuánto pesa usted al día de hoy? - Al día de hoy peso 95 kilos en bruto. - ¿Son suficientes para poder manejar el pesado mazo indonesio sin ninguna dificultad? - ¡Por supuestísimo que sí! No es imposible. - Lo único imposible, o por lo menos eso creo yo, es que su amigo Carlos se aplatara el cráneo a sí mismo. ¿No piensa usted lo mismo que yo? - ¡Por supuestísimo que sí! Fue un crimen y no un suicidio. Quien le partió la crisma lo hizo con toda la intención de no fallar el primer golpe. Y lo hizo agarrando el pesado mazo indonesio con las dos manos. - ¡Estupendo razonamiento, Luis! Pero el pesado mazo indonesio no aparece por ninguna parte. - ¡Es fácil deducir que el asesino se cuidó mucho de hacerlo desaparecer! - Un asesino muy calculador y muy astuto. - ¡Por supuestísimo que sí! - Me gusta mucho que sea usted tan sincero del todo... ¿o me equvoco al considerarle sincero del todo?... - Supongo que sí lo soy. - Lo cual dice mucho en honor a su verdad. - No soy soberbio pero es verdad. - Aunque a veces... - Sí... esto... a veces no conviene serlo... - Y también me gusta mucho su forma de ser tan epatante. - Sí. Me gusta ir epatando. - ¡Cuánto me encantaría tenerle como mi ayudante para resolver los casos que se me presentan en mi oficio! - Estoy a su entera disposición, señor Muriarte. A mí también me gusta su sinceridad. - Algo muy difícil de ver hoy en día. - Sí. Pero yo lo admiro porque soy chapado a la antigua. - ¿Muy a la antigua tal vez? - ¡Le repito que no me gustan los chistes fáciles! - No lo digo por usted, Luis, sino por el asesino. ¿Está o no está muy chapado a la antigua alquien que mata de esa manera tan salvaje? - No sé cómo sabe lo de la chapa pero... sí... ese pesado mazo indonesio estaba rematado con una chapa metálica... - Es que de chapas sé bastante. - ¿Es que alguna vez fue usted chapista? - Sí. Me pasé gran parte de mi juventud con las chapas. - Si fue usted chapista me cae muy bien. Por eso añado que tenía unos buenos clavos puntiagudos. - Lo cual lo hacía todavía ser un arma mucho más mortal. - Sí. - Veo que le gusta a usted mucho eso de impresionar. - Hablando de armas... es mi mejor arma a la hora de conocer mujeres... - Pues con Carmen le va fatal. - Es que Carmen es de Canarias y ya se sabe que todas las canarias son muy soñadoras. - Ya. ¿Y con las demás cómo le va? - Hasta ahora no he conseguido ligar nada con las que me gustan. - ¿No será que tiene usted que cambiar de táctica? - ¡No! ¡Genio y figura hasta la sepultura! - ¿Aunque esté uste más equivocado que una cabra en medio de un millar de lobos? - ¿Está queriéndome decir que estoy loco? - ¿Lo dice por lo de la cabra? - ¡Sí! ¿Está usted insinuando que estoy como una cabra? - ¡Quién sabe! - ¡Pues debe saber que estuve a punto de hacerme jesuíta! - ¿Por culpa de algún cargo de conciencia? - ¡No! ¡Por ver si resultaba ser mucho más apetecible! - ¿Mucho más apetecible para las mujeres que le gustan o para todas? - No puedo elegir demasiado... - No sé que estaría usted pensando en aquel entonces... pero supongo que terminar siendo un jesuíta no debe ser muy agradable para un picador.... - ¡Usted también es muy sincero, señor Muriarte! - Entonces sigamos siendo sinceros los dos. ¿Qué le pareció el deslumbrante vestido rojo que llevaba puesto Jimena la noche del crimen? - ¡Odio todo lo que sea rojo! - ¿Y no sabía que Carlos lo era? - Lo sabía... pero para mí Carlos siempre ha sido un cero a la izquierda... - Lo cual podía encerrar cierta envidia contra él. - ¿Yo envidar a un comunista? - No se enfade tanto. Es por decir algo. - ¡Se equivoca usted conmigo, señor Muriarte! - Lo mismo digo yo en cuanto a usted conmigo. Pero sigamos equivocándonos miesntras seamos tan sinceros los dos. ¿Puedo saber cuándo llegó usted a la cena que se llevó a cabo antes del crimen? - Yo soy siempre demasiado puntual para las citas. Llegué una hora antes. - ¿Y en qué se ocupó mientras esperaba? - En jugar con las cartas a un solitario. - ¿Le encantan a usted las cartas? - ¡Por supuestísimo que sí! - ¿Incluídas las que llevan impresas las fotografías de niñas menores de edad tomadas en los picaderos? - Esto... yo... no sé... - No responda si no lo desea. ¿Le encantan o no le encantan los naipes? - ¡Sobre todo los ases! ¡Adoro los ases! - ¿Tal vez el as de bastos por ejemplo? - ¡El as de bastos es que ya me enamora! - ¿Porque se parece bastante al pesado mazo indonesio que usted regaló, por agradecimiento, a Rufino además de cierta clase de fotografía? - ¿Está usted señalándome como el asesino? - ¡Dios me valga de hacer tal cosa! Yo no tengo ninguna clase de prejuicio sino que planteo soluciones hasta que encuentro la verdadera. - Y lo más fácil en este caso es cargarme a mí con el mochuelo... - No. El mochuelo lo guardo solamente para el final. - ¡Su fama de investigador es para partirse de risa! - Siempre que no sea para partirme la cara le doy gracias a Dios. ¿Usted se atrevería a intentarlo? - ¡Respeto mucho a los bajitos! - Y yo que estaba pensando que usted era más violento que Atila con las mujeres que todavía son solamente adolescentes... - ¡Deje ya el asunto de las fotografías, por favor! - ¿Es que ahora resulta que le dan miedo? - ¡Oiga, caballero! - Déjenme ya todos ustedes con eso de oiga, caballero, y responda a mis preguntas. - ¿Y después me dejará en paz? - La paz es para quienes se lo merecen y usted se la merece tanto como cualquier otro sospechoso. - ¡Pregunte y déjese ya de rodeos! - ¿No le gustan los cowboys? - ¡Repito, por última vez, que no me gustan los chistes fáciles! - Está bien. ¿Qué es lo que de verdad sabe sobre Carmen? - Solamente que es canaria y trabaja con la señora García. - ¿Por qué será que, de repente, ya no creo tanto en su sinceridad, Luis? - ¿Cree que le oculto algo? - No. Creo que es usted muy sincero... pero solamente cuando le interesa serlo porque le conviene serlo... lo cual no quiere decir que sea usted el asesino de Carlos... al menos mientras no se demuestre lo contrario... - ¿Soy el principal sospechoso? - No; pero usted es un de los principales protagonistas a la hora de asumir el papel de asesino... porque como le gusta tanto epatar a los demás... - ¡Oiga, caballero! - Que se deje ya de tanto oiga, caballero, por favor. ¿Qué desea decirme a la cara y no por la espalda? - ¡Usted se cree demasiado guapo! - No es que me lo crea sino que nací siéndolo; algo que no todos, como pro ejemplo usted mismo, pueden decir. Y lo siento por usted, Luis, pero está muy lejos de ser guapo o de haberlo sido alguna vez en su vida. Lo siento. Soy tan sincero con usted como usted lo es conmigo; pero llevándole de ventaja de que nunca jamás manchó la traición mi noble sangre y de ser siempre español. Pero no entremos en temas personales. ¿Cuándo se retiró usted a dormir? - ¿Cómo sabe usted que yo estaba invitado a dormir en casa de Rufino? - Simple intuición. Si todos los invitados estaban invitados a dormir en la mansión y como usted era un invitado he ahí la deducción. ¿He acertado? - Pues sí. Ha acertado. Me fui a dormir el primero de todos los invitados. - ¿Incluídas las invitadas? - Incluídas las invitadas. - ¿Y no se levantó usted en ningún momento? - Sí. Solamente una vez. Fue para ir al baño. - ¿Al baño del salón dónde se celebró la cena? - Efectivamente. - ¿Es que le sentó mal el pato a la naranja? - ¡Es usted muy ganso! - ¿Ve? A mí no me molestan los chistes fáciles. - ¡No todos los hombres somos iguales! - Afortunadamente no somos todos iguales, Luis. Unos somos un poco más hombres que otros. - ¿Está dudando de mi hombría? - No. Veo que usted también tiene hombros. - ¿Es que usted siempre es así de irónico? - Menos con las niñas menores de edad para sacarlas fotografías en los picaderos. ¿Me está entendiendo? - Pase a otro asunto, por favor. - Solamente ironizo cuando alguna cosa me hace gracia y usted, de verdad, y no se me enfade si le llamo cosa, me hace mucha gracia. Sobre todo porque es muy sincero... por supuesto... ¿o tengo que decir por supuestísimo para entendernos mejor?... - ¡No tengo ni idea de quién pudo aplastarle el cráneo a Carlos! - Yo no estoy diciendo que tenga usted idea o no tenga usted idea sino que me hace mucha gracia que sea usted tan sincero... en algunas ocasiones por supuestísimo... porque si para usted Carlos era un cero a la izquierda no hay motivo alguno para que le aplastara el cráneo con un pesado mazo indonesio, rematado con chapa y además con clavos puntiagudos. - Menos mal que me considera inocente... - Tampoco he dicho que lo sea sino que no hay motivo aparente para serlo. - ¿Y eso no es lo mismo que decir que soy inocente? - ¿Puedo serle totalmente sincero, Luis, aunque usted sólo lo sea cuando le interesa? - Es lo que más deseo en este mundo. - Procure beber menos. - ¿Cómo sabe usted que bebo demasiado? - Por los dos grandes bolsas que tiene usted debajo de sus párpados a lo Felipe el Hermoso. Eso es señal de que está usted hecho más polvo que el Isidro. - ¿Usted ha tenido alguna vez que olvidar a alguien? - Digamos que sí. - ¿Sin beber ni una sola gota de alcohol? - Sigamos diciendo que sí. - Pues no me lo creo. - No me hace falta que usted se lo crea sino que lo crea mi esposa. Con eso estoy más que satisfecho. Así que hasta la vista.
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Elvia Gonzalez