Un dolor de muelas - Gustavo Gall 2004-
Publicado en Sep 19, 2009
Nicholas Cage, el amigo del Pibe Gamexane, bajó a la farmacia para conseguir un calmante o algo que le quitase ese insoportable dolor de muelas. Tenía un agujero grande como un cráter en aquel molar y se resistía a acudir al dentista porque le daba pánico el sonido del torno, le daban miedo las caras de los niños asustados que aguardaban refugiándose en las faldas de sus madres y le daba náuseas el olor del alcanfor que se respiraba en la salita de espera. Por eso prefería soportar cada uno de esos ataques de dolor esporádicos y pasarlos por alto. Por supuesto que cuando le dolía se juraba que en cuanto dejase de doler iba a acudir de inmediato al odontólogo para que le extirpase malamente ese molar, pero el juramento se anulaba no bien el dolor amainaba. Sin embargo esta vez ya era demasiado dolor, era un dolor sobrehumano que le taladraba la mandíbula por dentro. Había probado con unos analgésicos que acompañaban a los antibióticos pero no había conseguido nada más que una promesa lenta y desesperante. Había estado muy preocupado toda la tarde porque el dolor no cesaba y sobre las ocho p.m llegaría la mujer en la que había estado pensando durante todo el fin de semana. Se suponía que aquella mujer iba a darle clases de holandés. A Nicholas Cage no le interesaba aprender el holandés pero sí le interesaba ella porque estaba buenísima. Al parecer la profesora venía recomendada por otro amigo quien a su vez la conoció por otro anterior y de repente pudo resultar sospechoso el repentino interés de aquel grupo de amigos por la lengua holandesa. La profesora era bastante fácil y por unos billetes extra y unas copitas hacía lo que fuese necesario hacer. Lo importante era convidarle con algo para beber, algo con alcohol, y ella se dejaba ir por sí sola. Lo decía claramente en las indicaciones que se fueron pasando entre aquellos amigos...
1-Le gustan los hombres sensibles. (Decir que te gusta la poesía). 2-Le gusta el Jazz y el Rock antiguo. (No olvidar nombrar a Petula Clark y a Gene Vicent). 3-No hacerle preguntas sobre la dinámica del grupo de alcohólicos anónimos y en lo posible evitar el tema a no ser que ella lo traiga a la charla. 4-En el caso de que hable de su recuperación decirle muchas veces cuanto uno admira su valor. 5-Llenarle la copa cada vez que se la acabe aunque diga "no-gracias". Se emborracha con facilidad, tener paciencia. 6-Usa sujetadores de doble gancho, no intentarlo con los dientes. Nicholas Cage lo tenía todo estudiado. Sobre las siete p.m se aseguró de que todos los detalles estuviesen a punto para recibirla pero el inoportuno dolor empezaba a hacerse presente lentamente, sordo y punzante. Sobre las siete treinta quería matarse. Estuvo a punto de llamarla para cancelar la cita pero no era lo adecuado en la primera clase de holandés y además estaba muy caliente (las cosas como son). Se las aguantó como un campeón. Ella llegó sobre las ocho menos cinco, dejó su abrigo en el respaldo de la silla y dispuso sus libros y carpetas sobre la mesa. Habló de algunas cosas que Nicholas Cage no llegó a comprender porque estaba demasiado ensimismado con su dolor dental que ya se volvía muy agudo e incesante. -¿Quieres beber algo?- le preguntó y sin esperar la respuesta de la mujer sacó la ginebra que tenía preparada para la ocasión. -Solo agua...- había empezado a decir ella cuando él acercaba las dos copitas y la botella. -¿Agua?... ¿qué es eso profesora?. -Parece que en esta ciudad todo el mundo bebe ginebra. -Si, es una costumbre cultural. No aceptar unos traguitos de ginebra es un desprecio para nosotros...- mintió él y llenó su copita. En ese mismo momento recordó que el alcohol estaba contraindicado en las recetas de los antibióticos. -Yo no debería beber alcohol, tuve problemas con el alcohol durante años... estoy en período de recuperación- comentó ella. -Pues "hoy bebo... mañana no sé" -bromeó Nicholas haciendo alusión a la tradicional frase de los del grupo de terapia "hoy no bebo, mañana no sé". Rieron del chiste. Pero Nicholas Cage no tenía ganas de reír. Le dolía la caries y lo único que lo consolaba en ese momento era ese monumental y generoso escote de la holandesa con cinturita de avispa y pronunciadas curvas. De no haber sido por intenso dolor que no le permitía hablar mucho y conservar esa absurda sonrisa, él hubiese empezado a descargar su entrenado repertorio de verborrea hipócrita de la que viene muy bien en las primeras citas cuando uno tiene las intenciones severas de llevarse a una desconocida a la cama pero tiene que fingir que no. Ella bebió la copa de un trago. Nicholas se la quedó mirando y de inmediato llenó de nuevo su copa. Aquello era más sencillo de lo que se había imaginado. -¡Ey Vaquero!... no tan deprisa. Vamos a empezar la clase porque si nos bebemos esa botella no vamos a poder estudiar nada. -Tranquila profesora... hay tiempo. -Te recuerdo que yo cobro por hora y... -No problem- interrumpió él. Brindaron por algo y chocaron sus copas. La muela le latía como si alguien la estuviese bombeando por dentro con un fuelle aunque los breves buches de alcohol relajaban unos instantes el dolor. -Profesora, tengo que bajar a la farmacia. Solo será un momento y estaré de nuevo aquí. -Vas muy deprisa Vaquero. Igualmente no te preocupes, yo tengo condones en mi bolso- dijo ella y empinó el codo nuevamente. Nicholas quedó por unos instantes desconcertado. Era mucho más sencillo aún, ella lo tenía todo muy claro. -Eso está muy bien. Pero no es por los condones... seré sincero... tengo un fuerte dolor de dientes y necesito un calmante o no podremos ni empezar las clases o lo que sea que hagamos. Volveré enseguida. -Yo estaré aquí Vaquero, no te preocupes. Recuerda que el tiempo empezó a correr a las ocho. Nicholas bajó las escaleras velozmente como un rayo. Estuvo a punto de darse un golpe intencionado de cabeza contra la pared del descansillo para ahogar el fastidioso dolor. La farmacia estaba a pocos metros de su casa, pero las farmacias cierran a las ocho. Dentro de la tienda el empleado estaba cerrando la caja y quitándose el delantal blanco. Eran las ocho y cuarto. Cuando Nicholas llamó haciendo un ruidito contra el cristal del escaparate el empleado lo miró por encima de sus lentes y le dijo: -Está cerrado. Cuatro calles para abajo hay una farmacia de guardia- y enseguida bajó la mirada para continuar con sus cuentas. -Señor, es una emergencia. Tengo un fuerte dolor de dientes y necesito un analgésico ahora mismo, una inyección o algo por el estilo. El empleado farmacéutico balbuceó e hizo una mueca desagradable. Volvió a mirarlo por encima de sus pequeños lentes. -¿Porqué le duele? -¿Cómo?... ¿me pregunta porqué me duele?... me duele porque tengo una caries, es obvio. -Si tiene una infección lo que debería tomar son antibióticos- aconsejó el empleado de mala gana. -Los estoy tomando pero lo que yo necesito es... -¿Cuánto hace que los está tomando?- interrumpió el empleado con impaciencia. -Desde anoche. -Tiene que esperar veinticuatro horas hasta que le hagan efecto. -Eso ya lo sé pero ahora necesito algo que calme el dolor. -¿Usted es dentista?, ¿médico? -No señor. -Entonces no diga lo que necesita o no necesita. Si tiene una caries debería ir al odontólogo. -Pero es que el odontólogo no puede tocar nada si hay una infección y si me duele significa que ahora mismo hay una infección, por eso mismo le pido que... -Señor, jódase si tiene una caries. La farmacia está cerrada y yo terminé mi trabajo por hoy pero no puedo hacer estas cuentas si usted me interrumpe. Nicholas se mantuvo unos instantes desconcertado ante la respuesta... -¿Me dice que me joda?- preguntó escandalizado. -Cuatro calles para abajo hay una farmacia de turno. -Mire, voy a hacer esto... iré a esa farmacia de turno y compraré calmantes y luego volveré y lo esperaré para romperle todos los huesos, hijo de puta. -Haga lo que tenga que hacer- respondió el farmacéutico y regresó a sus números sin prestarle mayor importancia. Nicholas caminó las cuatro calles. Por un momento pensó en bajar al garaje y coger el coche pero no iba a poder conducir en ese estado. Después de las respuestas del farmacéutico y con aquel dolor incesante se sentía demasiado violento. En la otra farmacia lo atendieron por una ventanilla de madera que parecía un confesionario. -Inyecciones aquí no damos pero si quiere puedo darle unas pastillas efervescentes que son antipiréticas y desinflamatorias. -Déme eso por el amor de Dios... lo que sea. Primero le cobró. Luego le dijo que esperase y cerró la ventanilla. En ese instante llegaron otros dos clientes que aguardaron detrás de él. Uno de ellos se parecía a Joey Ramone y el otro, a pesar del traje, se parecía a cualquiera de los Sex Pistols, tal vez a Syd. Tenía un arsenal de aretes y pins distribuidos por toda la cara. Los dos muchachos hablaban en voz baja y cada tanto estallaban en una risita burlona mientras miraban de reojo a Nicholas. Al cabo de un rato la bromita ya lo empezaba a fastidiar pero no quería problemas... iba a llevarse los analgésicos y regresar a su apartamento donde la profesora de holandés ya debía estar totalmente perdida esperándole. La ventanita del "confesionario" se abrió y apareció una bolsita plástica con el medicamento y el recibo. Nicholas se apresuró a marcharse. Cuando pasó junto a Syd Vicious intercambió una mirada de reojo bastante provocativa. Syd sonrió. Joey Ramone se aproximó a la ventanilla y pidió algo en voz baja. Nicholas Cage siguió caminando en dirección a su casa y a los pocos metros sintió que Syd lo llamó desde sus espaldas... -¡Ey! Nicholas no volteó, siguió andando. -¡Ey!- insistió Syd y esta vez Nicholas escuchó sus pasos al acercarse -Has perdido esto- y pasando el brazo por encima de su hombro le acercó el pequeño papelito con la cuenta que debió caerse en el momento en que se cruzaron. Nicholas alcanzó a ver esas delgadas manos con uñas pintadas de negro y esa muñeca atestada de pulseras. Se detuvo. Agarró el recibo y sin mirarlo directamente a los ojos dijo un "gracias" entredientes. Syd rió. Tenía una risa perversa, de labios muy finos y en los bordes había unos apliques metálicos ensartados. Toda su cara estaba decorada con cosas metálicas que le atravesaban la piel. Fue todo en un segundo en el que Joey Ramone abandonó la ventanilla y se reunió con ellos. Aparentemente el farmacéutico le habría dicho que no había aquello que estaba buscando porque lo atendió demasiado rápido. -¿Qué pasa?... ¿Hay problemas?- preguntó en ese breve trayecto. -Este tipo dice que quiere jugar- respondió Syd. -¿Quiere jugar?... ¿Y nosotros queremos jugar? -Yo si quiero jugar...-dijo Syd y su sonrisa elástica y delgada se estiró como la de un payaso macabro. Nicholas los miró a ambos. Adivinó en sus miradas que estaban a punto de causarle problemas. Permaneció en silencio. Por unos instantes el dolor de muelas pasó a un segundo plano. -Dame eso que compraste tío - dijo Syd. Nicholas Cage se aferró fuertemente a su caja de calmantes. Joey Ramone intentó arrebatársela. En ese momento la ventanilla de la farmacia volvió a abrirse y alguien desde la oscuridad de su interior preguntó: -¿Hay algún problema? -Cierra la puta ventanilla y vete a dormir- ordenó Joey Ramone. El farmacéutico obedeció de inmediato. Nicholas entendió que ese era el momento ideal para huir porque aquellos dos muchachos no iban a conformarse con robarle lo que acababa de comprar y tal vez su billetera... querían algo más, querían divertirse y el juego que los divertiría a ellos iba a ser desagradable para él. Lo intuyó y la información disparó una alarma de peligro en su interior, por eso salió corriendo con todas sus fuerzas. Los otros dos lo persiguieron. Syd reía a carcajadas mientras corría. Su risa era perversa como todo en él. Nicholas corría más rápido. Siempre había sido muy veloz y sabía muy bien como esquivar obstáculos que se presentasen como barreras sorpresivas para los perseguidores. Corrió y corrió sujetando fuertemente la caja de calmantes. Dobló la esquina para que no pudieran adivinar el camino hasta su casa y luego cambió de acera y volvió a doblar sin detenerse un solo instante y sin mirar hacia atrás. Escuchaba los pasos descontrolados de sus perseguidores y ese ruido a mercanchifle que producían sus pulseras y todo el artilugio metálico que llevaban colgando. -¡¡Te vamos a machacar!!- gritó uno de ellos. No identificó la voz que, entre edificios y bloques oscuros y cerrados, hizo un eco suficientemente lejano como para adivinar que ya les había sacado una distancia considerable. Dobló otra esquina y en lugar de encaminarse hacia la avenida, que era el sitio más iluminado, prefirió internarse en los suburbios donde le iba a ser más fácil ocultarse entre las sombras en el momento en que se sintiera abatido por la excitación y el cansancio. El corazón le latía con fuerza y le faltaba el aliento. Necesitaba recuperar el control para no desorientarse y terminar nuevamente delante de esos dos maniáticos enfermizos. Se aventuró por una calle angosta y solitaria sonde la única luz importante provenía desde la entrada de un hotel. Sabía que si ellos tomaban esa senda iban a ir a buscarlo directamente allí porque un perseguido siempre va hacia la luz en busca de ayuda. Por eso evitó ese camino y franqueó la calle en dirección a un terraplén que desembocaba en una hilera de garajes y donde había varios contenedores dispuestos y rampas para descarga de camiones. Esos almacenes eran como cloacas oscuras y húmedas durante la noche y solamente servían como refugio para yonquis y borrachos sin domicilio. Atravesó la callejuela sin correr. Cualquier ruido desde allí se amplificaba y si los dos macarras estaban cerca iban a escucharlo. Aguardó unos instantes para recuperar el aliento. Miró hacia lo alto. Los edificios de esa zona estaban totalmente deshabitados. Seguramente eran huecos por dentro y eran utilizados como galpones de maquinaria o talleres metalúrgicos. Demasiado silencio. En la distancia se escuchaba el leve siseo de una radio encendida que seguramente era la de algún sereno o cuidador de alguna de esas superficies. Ni rastro de los dos chicos. Entonces se encontró frente a un pequeño pasadizo que hacia los lados tenía unas verjas cubiertas de maleza. Comprendió que había llegado a las vías. Eso le dio una idea orientativa del lugar en el que se encontraba. Nunca había estado allí antes. Tenía que darse prisa para atravesar al otro lado pero sin hacer ruido y una vez cruzado el terraplén podía volver a lanzarse a la carrera y buscar ayuda. Los dos chicos ya podían haber abandonado la persecución pero también podían estar por allí cerca, ocultos entre las espesas sombras nocturnas esperando una señal de referencia. Lo que estaba claro era que no lo veían. Nicholas pensó en la profesora de holandés que debía estar, a esas alturas, tumbada sobre la mesa con la botella de ginebra vacía. O tal vez se habría marchado pensando en que ya no regresaría. O tal vez estaba revisando todas sus cosas, metiendo mano en los cajones, buscando más alcohol en alguna parte del apartamento y volviéndose loca al comprobar que no había. Pero no era el momento de preocuparse por ella sino de salir de ese aprieto en el que se había metido sin querer. No era culpa de nadie... en todo caso del empleado de la farmacia que se negó a atenderlo... en todo caso de su dolor de muelas... en todo caso de su pereza y su fobia a acudir al dentista. Si hubiese ido al dentista a tiempo, nada de todo eso hubiese sucedido. Se movió por el pasaje de las vías agazapado. Entonces un sonido lejano de pies corriendo a toda marcha lo detuvo... -¡¡Ahí!!...- gritó una voz desencajada. Pronto los dos punks reaparecieron en escena. Uno de ellos, tal vez Syd, que era el que tenía la voz más aguda, respiraba haciendo ruido, emitiendo una especie de chillido como el que hace el rebote de una pelota de plástico muy hinchada. Ahora se presentaba una cuestión de espacio y velocidad... Nicholas tenía que cruzar las vías sin tropiezos y lanzarse a toda pastilla por aquellos suburbios que no prometían mayor claridad que esos callejones oscuros donde se encontraban. El primer salto lo transportó al centro pedregoso entre las vías de una y otra dirección y un segundo salto lo apostó a la carrera desenfrenada por un arrabal donde no parecía haber ni un perro, ni un alma despierta. No era tan tarde pero aquel casco antiguo de la ciudad se enlutaba de inmediato cuando el sol se reclinaba por allí acostándose sobre los puentes. Sin darse la vuelta Nicholas Cage dedujo que alguno de los dos perseguidores debió perder el equilibrio entre los rieles y debió darse un porrazo. Uno de ellos, (ya estaban demasiado distantes para definir cual era), vociferó, descargando a gritos todo un arsenal de palabrotas, insultos y blasfemias. Los chicos estaban furiosos y ahora definitivamente no iban a detenerse hasta apagar la sed de esa furia. Iban a llegar al final contra viento y marea. Nicholas dobló hacia la izquierda en la primera esquina. Siempre hay que empezar doblando hacia la izquierda cuando se intenta despistar a alguien, sobre todo en aquellos barrios viejos donde las manzanas no son nada cuadradas. Entre los añejos caserones de fachadas semiderruidas, que se sostenían entre sí casi como una lástima en común, no parecía haber rastro de vida. Las calles desiertas apenas iluminadas por lejanos focos de neón se perdían en la penumbrosa distancia. Bifurcó hacia la acera arbolada soportando un dolor punzante bajo las costillas que se sumaba a la muela latiente que aún seguía allí haciendo acto de presencia. Tenía que darse prisa para encontrar un refugio donde ocultarse porque en cualquier momento los dos perseguidores iban a aparecer. De repente distinguió una luz que lo enfocó desde abajo, una luz circular, la de una linterna. De inmediato la luz se apagó. Nicholas se asomó a aquel hueco que quedaba justo por debajo de su cintura en la fachada de una vieja casa que estaba elevada a unos cuatro escalones del suelo. El hueco era la ventana de un oscuro trastero o sótano que no tenía rejas. -¿Hay alguien ahí?- preguntó Nicholas. Nadie respondió. -¿Hola?... por favor... necesito ayuda. De repente la luz volvió a encenderse encandilándolo. Nicholas achicó los ojos e intentó ver algo a través del fuerte resplandor pero fue imposible. De inmediato la luz se apagó nuevamente y una mano se aferró a su chaqueta y lo empujó hacia adentro, como abduciéndolo del peligro inminente. Una nueva oscuridad mucho más recogida lo contuvo, esta vez salvándolo. Reinó el silencio, no se dijeron ni siquiera "hola" porque enseguida el repiqueteo de las botas corriendo a toda marcha se hicieron escuchar desde la esquina. -¿Dónde mierda está?- gritó Joey. -No puede estar muy lejos... ese desgraciado corre como una liebre. -Vamos... uno por cada acera...- ordenó Joey. Los chicos se dividieron y continuaron corriendo hasta la esquina siguiente, observando atentamente cada hueco, cada posible escondrijo. Cuando los pasos se alejaron Nicholas soltó el aire que llevaba contenido en sus pulmones. Aquella otra persona que estaba sentada frente a él se mantenía silenciosa. Nicholas no podía verlo, apenas si adivinaba donde podía estar ubicada exactamente. La oscuridad era absoluta. Ni siquiera se la escuchaba respirar. -Quiero darle las gracias porque me acaba de salvar la vida...- dijo Nicholas con la voz entrecortada todavía por los jadeos de la carrera -... si esos dos me alcanzaban... no quiero pensar de que son capaces esos tipos... ¿Quiere que le diga que fue lo que pasó?... no lo va a poder creer... El otro seguía en silencio. Nada... ni un ruido... ni una sola señal. Por un momento Nicholas dudó de que alguien estuviese allí realmente. Tocó a los lados para reacomodarse. Sintió que a su alrededor estaba lleno de envases de botellas de plástico vacíos. Lo había notado al caer desde el exterior, le amortiguaron la caída. -Resulta que fui hasta una farmacia porque tengo un fuerte dolor de muelas...- aguardó un momento antes de continuar-...el farmacéutico no quiso atenderme porque había cerrado y... ¿me está oyendo? Nada. Silencio total. -¿Sigue ahí señor?- insistió Nicholas Cage. No obtuvo respuesta. Estiró un poco la mano y tanteó al aire. No había nadie delante suyo, solo envases de plástico. Probó hacia los lados y de inmediato su mano rozó una piel fría y sudada. La retiró de inmediato. Fue una percepción de tocar carne trémula. Sin duda "eso" estaba ahí pero no quería dar señales de nada. Nicholas intentó incorporarse lentamente. Nuevamente tuvo la impresión de que estaba expuesto ante el peligro pero ahora, esta vez, este peligro era totalmente insondable. Sin dudas no era una buena noche para pensar en sexo. Cuando estaba en cuclillas "eso", con la inmensa mano con la que lo arrastro desde la acera, lo devolvió al sitio donde estaba sentado de un empujón. -Oiga... debo marcharme... le agradezco mucho la hospitalidad pero creo que ya puedo continuar sin que esos dos... Se encendió la linterna enfocándolo directamente a la cara. Luego la luz lo recorrió y se detuvo en la pequeña bolsa donde llevaba el medicamento. Nicholas sintió pánico. Con la sórdida iluminación alcanzó a distinguir que estaban dentro de un sótano lleno de mugre. El suelo era duro, húmedo y frío como el cemento. "Eso" se le encaró y le arrebató de las manos la bolsita con los calmantes. Su aliento era pestilente. De cerca, en un instante, el vaho de su aliento parecía como el olor que despide una vaca muerta. La luz se apagó y hubo un ruido de dedos intentando deshacerse de la bolsita plástica con torpeza. -Señor... tengo que marcharme... si quiere le dejo esos medicamentos... son calmantes, no le servirán para nada... La luz se encendió y esta vez no fue para enfocar a Nicholas sino para alumbrar la bolsa que se resistía a desprenderse. Esos dedos gordos como morcillas eran de las manos de alguien muy grande y muy grueso. La luz, que apoyada se volvía minúscula, le dejó ver un vientre blanco y un ombligo hondo como un cráter. Sin dudas "eso" era alguien muy obeso. Con la misma impaciente torpeza arrancó malamente la bolsita y desmembró la caja de cartón hasta dar con los dos blisters de pastillas rojas. Uno de los blisters se le escapó y cayó al suelo cerca del pie izquierdo de Nicholas. Luego hubo una especie de gruñido nasal. Nicholas aprovechó la distracción para volver a intentar levantarse pero "eso" lo empujó nuevamente, ahora con más fuerza. La orden de que permaneciera en su sitio estaba bien clara. En ese movimiento la linterna rodó y quedó muy al alcance de la mano de Nicholas quien la levantó de inmediato y enfocó a la cabeza de "eso". -¡Dios!- exclamó al ver una cabeza pequeña cubierta por una máscara plástica de las que usan los luchadores de catch. Era una máscara roja, con un extraño dibujo en blanco que delimitaba la zona de los huecos para los ojos, la nariz y la boca. Era un gordo gigante con la cabeza pequeña, casi hundida y con ausencia de cuello. El gordo emitió otro gruñido de queja, pero de inmediato volvió su atención al blister que no conseguía abrir. El ruido metálico del blister le llamaba la atención, tanto que ni siquiera pareció importarle demasiado que Nicholas lo iluminara con su linterna. Debajo de su axila llevaba un pequeño osito de peluche con dos botones negros como ojos. Parecía un demente, un idiota de gran tamaño, un bebé gigante. Iluminó un poco el alrededor... ciertamente había muchísimos envases de botellas vacías y también latas de salchichas, vacías, abolladas. En las paredes había algunos pósters gigantes de Bridney Spears y un inmenso Buzz Light Year con la frase "al infinito y más allá" escrita en una viñeta de cómic. "Eso" movía el blister como un sonajero llevándoselo cerca de la oreja que era un pequeño hoyuelo en el plástico de la máscara. Nicholas comprendió que iba a ser imposible razonar con aquel bebé gigante. Tenía que pensar en algo rápido y distraerlo para poder salir de allí a salvo. Lo primero que hizo fue tantear el grado de agresividad y el límite del idiota. Intentó recoger el blister que se había caído al suelo. El otro se lo impidió de inmediato con un manotazo y un gruñido de esos. Nicholas no se rindió. Con mucho cuidado volvió a intentarlo y entonces descubrió que aquel osito de peluche, que parecía minúsculo en la flácida carne de su brazo, era muy importante para él porque después de cada movimiento se aseguraba de que aún siguiera allí, sujeto bajo su axila. Volvió a inclinarse sobre el blister y recibió la misma respuesta. -Oye amigo... no sé si puedes entenderme... dame una señal si entiendes lo que te digo...- dijo, y el otro continuó sacudiendo levemente el blister de pastillas. -Vas a tener que disculparme por lo que voy a hacer...- dijo Nicholas y repitió lo mismo en un tercer intento pero con una gran variante... en el mismo instante en que la mole se inclinó para quitarle la mano, él le sacudió un golpe fortísimo con aquella linterna sobre su cabeza. La linterna amenazó con apagarse pero no sucedió. La mole permaneció inmóvil unos instantes. Nicholas advirtió unos ojos pequeños que lo enfocaron directamente contra el rayo de luz que debía estar encandilándolo. Entonces la mole se echó a llorar llevándose una de sus manos a la cabeza, justo ahí donde había recibido el golpe. Lloró como un niño pequeño emitiendo un chillido lastimoso e insoportablemente agudo. Nicholas sintió pena por él, pero no desaprovechó la oportunidad para perfilarse hacia la ventana e intentar salir a la calle. La mole lo detuvo aferrándose al fondillo de sus pantalones y lo devolvió a su sitio. La linterna cayó rodando al suelo y el rayo de luz enfocó directamente al osito de peluche que, en medio del desconcierto, había caído desde su brazo. Nicholas lo cogió de inmediato y también cogió la linterna. La bestia se enfureció, se levantó contra él y estuvo a punto de aplastarlo cuando se encendió una luz e irrumpió el sonido de un silbato. La mole retrocedió y se acurrucó contra la pared. Desde el extremo de aquella habitación, en lo alto de una escalera de tres peldaños apareció una mujer anciana que llevaba aquel silbato en la boca. -¿Qué demonios pasa aquí? -Señora... este animal quiere matarme...- dijo Nicholas con el osito en una de sus manos y la linterna en la otra. -¿Quién es usted?... ¿Qué hace aquí?...- gritoneó la vieja acercándose a Nicholas.. -Yo iba caminando por la acera y... -Ya, ya, no me diga nada más...- y se dio la vuelta para sacudir manotazos y golpes secos sobre la cabeza de la mole quien se cubría de esos golpes y lloriqueaba. -¡¡Te-he-dicho-que-no-volvieras-a-hacer-eso!!- le decía al son de los cachetazos secos. -Está bien... no le pegue... La vieja enfocó con sus ojos claros a Nicholas. Tenía la ceja mala levantada y arqueada y la boca tensa entre una enmarañada red de arrugas. Nicholas le entregó el osito y desde atrás la bestia se apresuró a amarrarlo y colocarlo bajo su axila. -Es que ya lo ha hecho otras veces sabe... pasa uno por la calle y él lo trae aquí dentro... ya nos han denunciado por eso... una vez tuvo a una niña durante toda una noche. Yo no me enteré porque había salido al bingo y cuando regresé me fui directamente a la cama. Habíamos perdido. Mi amiga Sole cantó línea y cuando vino la chica resultó que le faltaba un número. ¡Tarada!. La vergüenza que nos hizo pasar. Nos marchamos de allí, yo no soportaba que nos mirasen y se rieran diciendo "mira las pobres viejas... ya no distinguen los números"... Por eso regresé de mal humor y me fui a la cama. Al otro día la policía llamaba a la puerta. La chica había estado aquí dentro toda la noche y este...- y le sorteó un coscorrón sobre la cabeza-... se la había metido debajo del brazo. No sé como disculparme señor. -No, no se disculpe... yo seguiré mi camino... mi esposa me espera en casa y debe estar preocupada...- dijo Nicholas temblando de miedo. No sabía si aquella mujer no le daba más miedo que la gigantesca mole semidesnuda y enmascarada. Advirtió que llevaba unos inmensos pañales puestos, como lo de los bebés. En ese momento la mujer distinguió los blister de pastillas que yacían tirados en el suelo. -Son míos... -¡Eso sí que no!... drogas en mi casa no... puedo admitir cualquier cosa pero drogas... -Son pastillas para el dolor de muelas. Tengo una caries. -¡Ahhhh!... disculpa...- exclamó ella aliviada- ...yo ya había pensado mal...- dijo y se dio un fuerte golpe en la frente con su propia mano. -¿Tu mamá sabe que cogiste esas pastillas? -¿Eh? -¡Hmmm!, creo que te he pillado... deberías llevarlas y dejarlas allí donde las encontraste. No hay que tomar medicamentos de las personas mayores. -Si... si... iré ahora mismo a dejarlas...- dijo Nicholas acercándose a la ventana para poder huir de allí de inmediato. La vieja estaba completamente chiflada. -Oye... no salgas por la ventana... ¿para que están las puertas?... Nicholas no le hizo caso y casi se zambulló hacia fuera. Una vez en la acera tuvo una nueva sensación de alivio. La mujer se asomó a la ventana... -Ve a dejar eso y dile a tu mamá que no volverás a hacerlo, luego si quieres vuelve a jugar con Litto... les prepararé galletas de hombrecitos de maicena. -Si, es buena idea... luego regreso...- dijo Nicholas y caminó velozmente por la acera en cualquier dirección que lo alejara de inmediato de ese sitio. Al llegar a la esquina miró en ambas direcciones. En la distancia divisó a un hombre parado a una calle de allí. Era Syd Vicious. Aquella parte estaba más iluminada y la soledad y el silencio los hizo adivinarse a ambos. -¡Ahí estás cabrón!- gritó Vicious y se lanzó a correr. Nicholas permaneció en su sitio. Su instinto de supervivencia no le permitió ver otra posibilidad que enfocarse hacia las luces lejanas de la próxima avenida que se divisaban a pocas calles de distancia desde allí. Sin embargo tuvo un rapto de lucidez... Regresó por la misma calle y se mantuvo en la misma acera. Aguardó unos preciosos instantes calculados para que Syd pudiera acercarse a él y se aproximó al hueco de aquella ventana por la que había salido que ya, por cierto, volvía a estar a oscuras. La pasó de largo unos metros y esperó la llegada del otro. -¿Qué pasa?... ¿Has decidido jugar?... ¿Estas cansado?...- decía Vicious con los dientes apretados de furia y esa asquerosa sonrisa cínica en su cara. -¿Qué quieres?... No entiendo...- dijo Nicholas Cage acercándose lo más posible a la fachada de la casa. -Primero quiero que pagues por el golpe que me he dado en las vías... mira...- y enseñó sus codos y sus rodillas raspadas por la caída entre las piedras sin dejar de avanzar lentamente -...y luego cuando venga Rulo (así se llamaba el que se parecía a Joey Ramone) -...te vamos a enseñar como nos gusta divertirnos... En ese instante, apenas en un guiño, irrumpió una iluminación circular y luego una mano proveniente desde el averno, desde la oscuridad de una ventana, capturó a Syd y lo chupó hacia dentro. Ni siquiera le dio tiempo a gritar. Le cortó el aliento. Nicholas sonrió. Retomó su camino. Al llegar a la esquina escuchó sus gritos. Al otro, a Rulo Joey Ramone no volvió a verlo. Al llegar a la avenida detuvo un taxi que lo condujo a su apartamento. Subió las escaleras casi gateando. La profesora de holandés se había marchado dejando la puerta apenas entornada. La botella de ginebra estaba vacía. Buscó un vaso de agua y se tragó dos pastillas juntas a pesar de que ya no le dolía la muela. -¡Ahhh!... debía ser para que no se hiciera daño a sí mismo...- dijo en voz alta respondiéndose a la pregunta que se había estado haciendo durante el viaje en taxi respecto a la máscara de luchador de cath que llevaba la mole. Se dejó caer sobre la cama y se juró que visitaría al dentista. -FIN ©-Gus Gall & Narrativa Alud Ediciones-1996/2005-A.R.Ress-Int.Copyright- Los Tres Lobos- ISBN-E.T.987-01627-04/-2005-dep.Ley 11.723 Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta obra sin la autorización por documento escrito de parte de los responsables de Copyright. Registro Alud-2005 Correcciones: Ana García Montilla
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