Relato de ficcin
Publicado en Jun 16, 2016
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Carábola
 
Es difícil de explicar, pero si te miran sin ánimo de hacerlo, sudas. Una estridencia que ataca a la voluntad por la espalda sin más respuesta que la de cuestionarte la motivación de ese gesto, aunque, quizá, eso sea suficiente… Así, volví a sudar cuando ella esgrimió de soslayo sus ojos verdes y asustados, dos diminutas esferas a juego con el color cetrino de su piel. Algunos decían que estaba muerta, que era únicamente un reflejo proyectado desde el Carábola, tan cercano al campus en distancia y en rumores. Para mí representaba las últimas ganas de arrastrarme por aquel bloque de hormigón con vistas a la muerte.
En la universidad, y en “puras” en concreto, te vuelves un atleta de fondo, sin embargo ella nunca juzgó el tiempo ni el concepto estético de pódiums académicos. Era ella,impregnada de un aura incólume, como de miedo a tocarla siquiera, quien convenía con la armonía de tácitas miradasla definición de nuestra estancia allí. Parecía de acero, incluso sus matemáticas perdían forma en una habitación infranqueable, henchida de razón y sobriedad, cuando engullía, impía, el romanticismo más sublime de la docencia en ciernes, la ilusión de un comienzo. Pese a todo me acordonaba su olor a cada respingo que su voz creía evitar. 
Aquel día, mientras yo esperaba inmutable un nuevo vaivén de su arrojo, un paso en falso, atravesó mis pensamientos, igual que un relámpago, la inquietante languidez de esa edad, bajo cuyas fauces dudas de ti, de lo demás y de los demás, pero, por encima de todo, de ti. Quería comprender qué era, su composición incorruptible, cuáles habrían de ser las consecuencias de haberme cruzado con sus pupilas, de donde nacía mi extraña sonrisa.
Terminó la clase y mis compañeros, muy lejos de allí, abandonaron su más que cumplida asistencia por otra más tediosa, pensaba yo, en lid con pueriles devaneos, o eso quería pensar, porque ahora serpenteaba el telón rojo, las voces enmudecían y creía ser el único aspirante, la sencilla razón de elegir esa hora y ese lugar.
Dedicó a recoger su material idéntica gracilidad que a sus constantes e irremediables tirones de falda, entonces sus piernas mermaron enfermizamente y simuló entenderlo, por lo que acordó, instintivamente, otro leve corrimiento de tela. Había llegado el momento de hablarle:
-¿Cómo estás?- vacilaron mis palabras. Me miró de reojo, obliterando cualquier atisbo de entenderme. Sus labios temblaron y dijo con voz queda algo que no llegué a interpretar. Salió rápidamente del aula. La seguí por los pasillos, puerta tras puerta, guiado por la corriente natural de sus pasos. El primer piso estaba desierto, y la luz de la calle creaba las últimas sombras sobre las baldosas. Miré a través de la cristalera,  y la vi dirigirse hacia el Carábola. 
Al salir intenté coger aire. Aglutinaba los vestigios de una primavera irreal, alérgica de sí misma, atrapada en un estado letárgico infundido de trámites interminables.  Los pocos intrépidos, ajenos a la embriaguez de esa atmósferairrespirable, que como yo, devoraban la tarde, resultaban ser siluetas en perenne búsqueda, mutis de aquel año atestado de carteles descoloridos y desvencijados, de aceras quebradas por la “crisis”.
Carábola, bautizado así por el promontorio que lo erigía,  daba cobijo a un cementerio sin entradas, un camposanto olvidado incluso por quienes compartieron su decrepitud ancestral. El acceso principal, y único, estaba tapiado hace años. Únicamente la niebla, dispuesta con escrupuloso concierto, visitaba regularmente cada rincón.
Era su primer año en la universidad, pero ningún registro del apartado virtual del campus atestiguaba su ingreso dentro del elenco docente. Su nombre se había esfumado entre currículums brillantes y trabajos previos sin parangón. Tampoco había rastro de ella en el Carábola. Me senté a esperar en el primer escalón de diez que ascendían abruptamente hasta el umbral cementado. El viento susurraba en mis oídos igual de incrédulo que mi situación allí mientras los olmos vencían la falta de cuidados ondeando sus copas histriónicamente, empecinadas en dibujar sombras absurdas a mi alrededor.
A las nueve la oscuridad tomó el relevo de la niebla en descomposición. Algunos señalados faroles, que no habían sido víctimas del tiempo, chisporrotearon, emitiendo una nueva e intermitente lumbre que cercaba  los muros del cementerio. Resolví  abandonar el lugar, estaba agotado y confuso, pero algo llamó mi atención. Dos sombras discutían en silencio detrás de una hilera de árbolestorcidos. Me acerqué a hurtadillas hasta que una rama seca crepitó bajo mi pie izquierdo. El forcejeó cesó,  con análogo sigilo. Guardé la posición, conteniendo las ahogadas palpitaciones encaramadas a mi garanta. No confiaba ya en mis sentidos . Una descomunal garra se asomó descuartizando la corteza del primero de los árboles. La imagen de mi mismo se deshizo cuando un manto de nubes copó la luna. No podía despegar los labios. Acaricié mi pelo una vez más, suave y agradable.

La mañana…Una mañana como otra cualquiera, el cielo seguía siendo gris y el teléfono estaba sonando. Descolgué.
- ¿A qué se supone que estás jugando? Ha venido otro tutorando tuyo al despacho. Dice que no has dado las prácticas de las diez- ¿Podía ser la voz del rector?- No lo entiendo, señor, estudio en…- ¿Señor? Déjate de gilipolleces, es el segundo día con la misma queja, ponte las pilas. Por cierto, Carábola ha preguntado por ti, ha dejado una nota.- ¿Carábola?- Si no conoces a tu mujer, yo menos.No entendía nada. ¿Quién era Carábola? El nombre me resultaba singularmente cercano. 
A las once, el cartero, como cada mañana, estrujaba el periódico hasta convertirlo en un atajo de papeles dentro del buzón.  Salí y leí someramente las novedades culturales de la ciudad. Después de aprenderme la ubicación exacta una galería que exponía la obra ignorada de Cézzane, reparé en un anuncio.
“2008. Sueña, haz otra vida de tu vida.” En la margen izquierda del recuadro la cara de una mujer voluptuosa servía de escaparate.
Me ardía la muñeca. Mis venas se configuraban en relieve esbozando cifras penosas: “2008”.
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Foto del autor javier castillo esteban
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Descripción

Ficcin

Palabras Clave: Ficcin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Elvia Gonzalez

un buen texto, me llevaste a imaginar a esa mujer, bella, fina, pero tan contrita, tan reprimida, tipo mujer de acero sin dejar traslucir emociones, un buen texto mezcla historia de ultra tumba, jje, muy buen relato, intrigante, ameno. me gusto.
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June 16, 2016
 

Mara Vallejo D.-

Buena historia, desde su inicio hasta su fin, excelentes vocablos !!!
Grato leerte, amigo Jávier.
Responder
June 16, 2016
 

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