UNA NOCHE MÁGICA
Publicado en Jun 26, 2016
UNA NOCHE MÁGICA
Me llamo Mateo, no John como mi padre y mi abuelo, y a pesar de ser medio Alemán medio Irlandés, llevaba un nombre español porque tenía un significado que a mi madre le gustaba y porque veraneaba en Málaga, donde había sol y playa, que según ella daban vida a los huesos y al alma. Una frase que utilizaba cuando protestaba al tener que dejar a mis amigos de Londres durante un mes. En el año 2016 iríamos unos días por el Santo de mi padre, había cumplido quince y me dejaban llevar a Robert para que me adaptara mejor a las costumbres españolas, según ella tan sanas, sin olvidar mencionar la dieta mediterránea. Yo era nórdico, mi mente no comprendía la esperanza en algo intangible que los españoles conocidos solían utilizar para casi todo, pues adoraban a cosas diferentes a la Ciencia. Pero como me habían enseñado a ser correcto: aceptaría todo tipo de ritual excéntrico, que también mi madre solía repetir porque estaba un poco obsesionada con las cosas de la Magia. Llegamos un Lunes y nos quedaban siete días de aventuras por plazas y pequeñas calles, aunque mi gran ilusión era pasear por la Gran Manzana. También podríamos hacer Surf, siempre que no hubiera rocas, porque mi madre, con sus visiones, decía que era muy peligroso y que nada de arriesgar por ese deporte ni por ningún otro. Fuimos a saludar a mi guapa vecina, era de mi edad, la conocía desde la infancia. A Robert le gustó y quería quedar una noche para ver si la amistad se animaba. Nos invitó a la Fiesta de San Juan, la harían en el Peñón del Cuervo, no había que llevar nada, seríamos sus invitados, y solo nos arrepentiríamos si no nos bañábamos por la mañana para apaciguar la resaca. Eso dijo, y nosotros escandalizados sonreímos porque jamás habíamos consumido alcohol, nos miramos y a la vez pensamos” Las chicas siempre son más espabiladas”. Los demás días haríamos turismo, y desde la fiesta los tendríamos libre para salir de marcha, otra frase de mi madre, antigua pero que hacía gracia. Llegó esa noche, que siempre mi madre me describía como Mágica. Yo no la hacía mucho caso porque ella siempre me contaba cuentos fantásticos y era un poco extravagante para creer en sus palabras, pero la quería porque sabía que no amaba a nadie más con tantas ganas, ni a mi padre a quien idolatraba. Nos vestimos bien, y al salir por la puerta sonrió y dijo: ” Poneros ropa de playa, es una fiesta pero se llama Moraga, donde estaréis tumbados en la arena, cerca de un fuego para calentaros cuando salgáis del mar, donde os bañaréis y quizás beséis a alguna muchacha. Coged algo de abrigo porque siempre refresca de madrugada”. Nos reímos porque Robert se había puesto su camisa más cara. En cinco minutos estábamos listos, al despedirse me despeinó y dijo:” Ahora ya estás preparado para la primera batalla”. No la comprendí muy bien, pero siempre estaba con sus Historias, y le sonreí sin saber de que hablaba. Nos encontramos con el grupo a las diez, como me dijeron por la ventana esa mañana. Y viendo salir a la Luna Llena, quien más me alteraba, nos tomamos nuestra primera sangría, un ponche dulce, con frutas y sabor agradable que alegraba mi cuerpo rápidamente, casi olvidando que no debía causar problemas porque no era mi casa. Empezaron a contarme un ritual que había que hacer, yo sonreía pensando:” ya estamos con las brujerías de las personas simples, buenas pero poco sabias”. Consistía en tres cosas: apuntar en un papel todo lo negativo de mi vida que quisiera apartar, echarlo al fuego cuando dieran las doce, bañarse desnudo en el mar bajo el reflejo del astro femenino y luego saltar por encima del fuego. A mi me pareció peligroso y a la vez tonto, pero mi madre también me había enseñado: “ Donde fueras haz lo que vieras”. Pusieron en la fogata comida, por supuesto seguíamos bebiendo y ya empezábamos a reír sin ningún motivo. Me relajé durante segundos, entonces me di cuenta que la playa estaba llena de fiesta, de gente, de calor y de alegría. Me gustó, no había eso en mi ciudad, pensé demasiado ruido para tanto orden. Nos sentamos alrededor del fuego, me pasaron la libreta para que escribiera lo malo que quería apartar, y durante un eterno minuto concluí que todo lo que me rodeaba me hacía ser una persona feliz, que no necesitaba quitar o añadir algo, pero mencioné en voz baja: “Pondré lo que no me gusta porque no lo llego a comprender: que mi madre deje sus tonterías sobre la Magia”. Cerré el papel en tres trozos, como debía ser, y lo guardé en mi mano hasta la hora señalada. Seguimos bebiendo, me daba cuenta que me estaba haciendo efecto ese alcohol que parecía tan rico como una limonada. De repente escuché gritos por toda la playa, me sobresalté y me gritaron “ Es la hora, haz cenizas las cosas malas”. Eché con fuerza el papel, me levanté, me desnudé y me bañé en un mar en calma, cogido de la mano de mi vecina que me sonreía sin darle vergüenza que le viera el pecho saltar al correr por el agua. Era una sensación única, muy libertina para mí, pero eran mis vacaciones en España. Nadamos un poco, incluso nos besamos y tocamos sin llegar a nada. Robert estaba dormido, le había sentado mal la sangría, no se enfadaría por ser yo quien primero amara. Nos acercamos a la fogata, nos cubrimos con una toalla mientras uno a uno saltaba sobre el pequeño fuego, que quizás solo sirviese para hacer pinchitos de la carne cruda que habían traído para cocinarla. Llegó mi hora, Clara me miraba de una manera diferente a la acostumbrada, como esperando acabar la noche de una forma que yo no esperaba, pero si debía ser ese día, lo haría con ganas. Y salté el fuego, caí, y no miento, un Gigante con fuego en las manos quería quemarme, según él por no creer en la Magia. Corrí, pero siempre me adelantaba, haciendo incluso una estela con llamas de mis pisadas. Surgieron más figuras que me rodeaban, todas ardiendo pero con una mirada maternal, sonriendo y a la vez acechando si quería salir de sus llamas. Peleé con mis manos, con palos, con los movimientos de las artes marciales que había aprendido en mi infancia; me salió una escondida valentía, fuerza y rabia, porque creía que querían hacerme daño sin haber hecho nada. Pero a pesar de ser muchos, les ganaba y entonces el Gigante cogió una vara, la clavó en la arena, sonó un ruido ensordecedor como si se rompiese la Tierra, cerré los ojos; y ya solo recuerdo hacer el amor con Clara, mi primera vez y estuvo llena de Magia. Amaneció, recogimos las cosas en silencio, como si no hubiera pasado nada. Mi madre vino a por nosotros porque no había autobuses hasta tarde, y queríamos ir a casa. Chilló mi nombre desde la carretera, me acerqué a ella, la verdad que confuso, era aún joven y ella siempre me tranquilizaba con una de sus misteriosas miradas. Me abrazó, esta vez me peinó, y dijo casi susurrando al oído:”¿ Ha sido muy cruel contigo Prometeo?”. Yo agaché la cabeza, otra vez estaba con sus cosas, que ahora para mí “ NO” carecían de sentido, y creo que más me asustaba. Caminamos hacia el coche, me cogió fuerte la mano como cuando era niño, dándome la seguridad que en ese momento me faltaba. Me besó mientras andábamos, y exclamando afirmó: “Ya estás preparado para luchar en la vida, porque no siempre habrá cosas buenas cuando salgas a pasear solo por TU GRAN MANZANA…”
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