Despierto, es de noche aún. Una araña camina por mi cara.
Siento como sus patas se clavan en mi piel. La dejo para ver hasta donde llega. 
Busco la hora pero el teléfono se cayó al piso. Todos duermen, trato de no hacer ruido y decido levantar el colchón y correr la cama. No puedo seguir. Apuesto y digo que son las 5 pero no, son las 7.
Recuerdo lo que soñé pero al ver la hora me doy cuenta que no dormí nada otra vez. 
No entiendo que está pasando adentro mío. 
-Duermo poco y mal para sumar, viste. Le respondo al amigo que pregunta si duermo porque estoy conectada a las redes. Nos reímos de cuando tomamos mates mientras lloviznaba. 
Me desconecto, miro por las ventanas de la habitación, todo está calmo. Pienso cuánto me gustaría ser pájaro. Vuelvo a mi cama. Pido a Morfeo que me regale buenos sueños. Me duermo.
Vuelvo a despertar. El perro llora en las escaleras. Bajo los catorce escalones con una frazada y me acuesto en el sillón para que no esté solo. Dormimos.
Escucho un despertador a lo lejos, el de mi madre. 
Parece que el intentar dormir ya no va más. Es de día, son las 9. Pongo la pava para el té mientras ordeno la mesa que quedó desordenada de anoche, barro y luego cepillar los dientes.
 Subo, llevo la frazada. Pongo Pez en el reproductor. Me doy cuenta que estoy sensible.
Trato de que no se note. 
El día está nublado, hace frío y estoy sola. Me siento sola, mejor dicho.