VERDAD - MENTIRA
Publicado en Aug 10, 2016
Generalmente concebimos el concepto de verdad como una descripción precisa y
exacta de una determinada situación que es perfectamente ajustada a la realidad de un hecho especifico. La narración en pasado, con comienzo y final de una situación palpable y visible tal y cual se ha dado, exactamente como ha sucedido. La mentira por supuesto es todo lo contrario, es distorsionar un suceso, es describir un acontecimiento como no fue. La verdad así entendida, la verdad como expresión sobre la realidad de un hecho tiene indiscutiblemente un precio incalculable, pues esta significa las bases para la excelencia en la formación de la persona. La verdad es el valor que sustenta los demás valores que constituyen una buena persona; un buen Ser Humano siempre dice la verdad porque tiene muy claro que este es el paso preciso, seguro y exacto con el cual recorre su camino a lo largo del tiempo, mientras conforma su vida, establece en todos los niveles: laboral, familiar, social, etc un ejemplo de desarrollo y crecimiento espiritual y material que jamás tambalea ni ante el más violento vendaval; un buen Ser Humano siempre dice la verdad porque ante todo valora y aprecia la paz que esta virtud genera antes que someterse a la dependencia que ocasiona la mentira. La persona que dice la verdad merece respeto y se gana la credibilidad de todo el mundo, en cambio el mentiroso será siempre el payaso en el cual no se puede confiar con la horrible consecuencia de que vivirá esclavo de su resabio de mentir, porque toda mentira origina otra mentira, convirtiendo su mácula en un suceso recurrente, donde reinan la trampa y el engaño que desencadenan en fracasos y frustraciones. Muchos de los conceptos preestablecidos como norma general y absoluta que marcan o delinean pautas de comportamiento casi unánimes, son cada vez menos aceptados y, por ende, menos practicados por las multitudes. Estas teorías generan diversos y contradictorios análisis y múltiples interpretaciones que conllevan a una gran variedad de verdades, ocasionando con ello una enorme confusión en el pensamiento colectivo, además de suscitar infinidad de conflictos y controversias. La ética, la moral y la religión no encuentran un punto en común que les permita presentarle al mundo la verdad unificada que explique la concepción idealista del universo. Por su parte la ciencia, entre más días más especializada, se divide y divide, se confunde y confunde y así es muy poca la ayuda que ofrece a la gente que busca en el origen material de la vida, una explicación a las graves disyuntivas que afronta. Por ende, las contradicciones entre espiritualistas y materialistas excluyen el uno al otro, cada uno aferrado a su propia y exclusiva verdad. Todo pensamiento, cada teoría son pequeñas verdades únicas que en conjunto construyen y destruyen este mundo, cada uno por raro que sea, por contradictorio que aparente ser es una idea más que describe el indescriptible fenómeno de la vida y entre todos conllevan a la indescifrable inmortalidad de la verdad única y universal, aquella que tan solo es posible dentro, muy dentro de cada quien; sí, la verdad absoluta tan solo nos la dice a gritos nuestra consciencia, y es individual, particular e ilimitada, por tanto, no hay una verdad universal. Cuando llegamos a esta confusión, cuando las evidencias de la vida nos ponen frente a esta encrucijada donde la verdad y la mentira parecen ser lo mismo, o pura realidad o pura falsedad, que al fin y al cabo resulta ser la mezcla de ambas, nos encontramos frente al gran reto de ampliar el concepto de verdad; para esto es necesario combinar razonablemente y por partes iguales nuestra capacidad de análisis, propia e ilimitada de la mente humana, para controvertir noble y sanamente, con el mayor nivel o grado de tolerancia que nos asiste como seres desarrollados, para aceptar la opinión ajena como una verdad individual, una verdad individual que en un momento dado y en algún lugar de este universo infinito hace parte de la verdad absoluta; independientemente de que la compartamos o no. Cuando logramos el equilibrio entre nuestra capacidad de análisis y nuestro mayor grado o nivel de tolerancia, automáticamente se perfeccionan las relaciones interpersonales todas y a todo nivel, cuando tenemos la mente abierta para asimilar la diversidad de conceptos como una infinita variedad de verdades, descubrimos a la gran Verdad unificadora que nos reúne y nos resume a todos bajo un solo nombre, una sola denominación y una única especie: “Seres Humanos”. Especie humana el más grande ejemplo de diversidad y de unidad que nos ofrece la creación; el más grande ejemplo de materia y espíritu que nos brinda la naturaleza. En la capacidad de aceptar la opinión ajena, aunque controvierta la nuestra, como un elemento más del conjunto de opiniones que conforman la verdad absoluta radica, en gran medida, el control y el direccionamiento consciente de las emociones momentáneas, aquellas emociones momentáneas que suelen ocasionarnos tantos inconvenientes por la intolerancia que cultivamos cuando nos aferramos a defender nuestro concepto como la única verdad. Se puede decir tranquilamente que todas las guerras (económicas, religiosas, políticas, etc) que ha vivido la humanidad a través de su historia tienen el mismo fondo; todos los conflictos que ha padecido la sociedad en todos los tiempos tienen un origen común en la intolerancia por la opinión ajena debido al apego irreflexivo al criterio propio. En la Verdad Divina tienen cabida todas las verdades individuales o particulares, para la Verdad Divina no existen las diferencias porque esta, la Verdad Divina, las contiene absolutamente a todas, a todas las acoge y las abriga por igual. Pero nosotros los pobres mortales nos pasamos vidas enteras en busca de esa Verdad Universal, procurando encontrar la Verdad Absoluta, aquel concepto, definición u opinión que no ocasione controversia alguna, una teoría que sea aceptada por todo, todo Ser Humano sin otra condición ni contradicción alguna. Esa verdad única que buscamos cuando estamos frente a las dificultades que se nos presentan en nuestra salud y si tres médicos consultamos, tres médicos dicen algo distinto; los especialistas dicen y se contradicen, todos con un gran profesionalismo basado en mucho estudio y en arto conocimiento, y siempre, siempre con la mejor intención. Y siempre, siempre con la mejor intención nos alarman y nos confunden con diagnósticos contradictorios y tratamientos inútiles y en muchos casos hasta dañinos. Ni hablar del resto de las ciencias y de los profesionales de ellas. Observar por ejemplo el mal comportamiento social y familiar de algunos profesionales de la educación que evidencian en su vida particular todo lo contrario a lo que enseñan en el ejercicio profesional de su carrera. El mal ejemplo de la clase política ya más bien da es risa; todo el tiempo están hablando de transparencia en el manejo de los recursos públicos y de una lucha frontal contra la corrupción, pero esto sí que es puro bla, bla, bla, porque en realidad hacen todo lo contrario: una lucha frontal contra la transparencia en el manejo de los recursos públicos y un altísimo grado de corrupción en el uso de los mismos. Pero eso sí, todos amparados en las mismas normas y leyes lo más constitucionales posibles. Claro, cómo no, leyes ambiguas que ellos mismos maliciosamente redactan de tal manera que les sirvan a todos en cualquier circunstancia. Y todo esto pasa porque esto es la verdad, en nombre de la verdad, la verdad acomodada a la conveniencia de cada quien. Frente a tanta confusión con la verdad nos volvemos cada vez más desconfiados, más maliciosos y más mentirosos. La mentira nos ha absorbido tanto, tanto que somos capaces de introducir en nuestro sagrado cuerpo elementos extraños con tal de aparentar lo que no tenemos por cuenta de la perfección de la naturaleza… como quien dice, pretendemos corregir la naturaleza. ¡Qué importa que la propia vida esté en riesgo! Hay que mostrar y demostrar que tenemos lo que no tenemos, ante todo, a nosotros mismos. La inmoralidad en las relaciones humanas, de todo tipo, campea como norma de conducta generalizada en todos los círculos de la sociedad; la deslealtad y la infidelidad son el último grito de la moda en las relaciones humanas de toda índole. El moderno concepto de mente abierta lo admite todo y lo permite todo. Todos contra todos podría ser la mejor manera de resumir la nueva conducta social sin normas, ni reglas, ni límites. Algunos ponen a rodar hasta su propia reputación con tal de recibir la aprobación de su grupo social, con tal de no pasar inadvertido. Pero quizás no haya algo más dañino y estúpido que mentirse a sí mismo, sin embargo, esta sí que es la mentira más recurrente y perniciosa del mundo. Sobre la auto mentira se construyen toda clase de malos sentimientos y malas acciones porque esta es una alcahuete que nos causa el gran perjuicio de justificarnos todo y darnos siempre la razón a todos nuestros juicios, los cuales nos permiten crear odios, rencores, remordimientos, raras pasiones y malignas intenciones. Sin embargo, como en el indescriptible y eterno juego de la vida existen infinidad de normas y leyes que, como no las tenemos escritas en un papel no las vemos y no las palpamos, pero ahí están y en consecuencia estamos sujetos a ellas, a su estricto cumplimiento; consciente o inconscientemente, lo entendamos o no. De todas maneras la Verdad o la mentira tendrán siempre una consecuencia; su recompensa, premio o castigo, basada siempre en la buena fe con que se hable o con que se actúe; el resultado de la verdad o la mentira será determinado proporcionalmente al grado de honradez con que se diga… la intención con que se exprese. Para la consciencia personal puede ser suficiente con la buena fe, la honradez y la mejor intención al hablar o al actuar; en la práctica constante, consciente e inconscientemente como norma de vida integral de la Sagrada Comunión entre Pensamiento, Palabra y Obra tan solo es posible que surja la verdad. Porque la forma como el otro recibe la información o el mensaje corresponde, de igual manera, a su buena fe, honradez y malicia al escuchar. Obviamente que un diálogo entre dos o más personas, durante el cual todas piensan, hablan y actúan de buena fe, con absoluta honradez y con la mejor intención, se pueden y suelen generar controversias de las cuales resultan distintas verdades, todas ellas válidas en la misma medida, todo porque la percepción que cada uno tenga acerca de uno u otro concepto depende exclusivamente de su estado de evolución y del grado del desarrollo en el que se encuentre su consciencia, más que al nivel intelectual o de conocimiento que posea. A esta controversia entre la dualidad Verdad – Mentira no escapa ningún sector, ninguna raza, ninguna religión, ninguna clase social – política – económica, etc. En cualquier grupo siempre, siempre será efectivo aquello de que no hay cosas mal dichas, sino mal interpretadas, dependiendo de la comprensión individual de los participantes, de quien habla y quien escucha, pero ante todo, está estrechamente ligado al interés individual y particular de cada quien. Quizás no haya una perla de filosofía universal más acertada para describir la frecuente confusión entre verdad y mentira que aquella que dice que “nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”, color del cristal grandemente afectado y frecuentemente determinado por nuestra conveniencia. La mentira cínica e intencional, aquella que pretende, no solo ocultar la verdad sino distorsionarla, con algún propósito, siempre, siempre será dañina y así mismo será su recompensa, porque, si hay algo cierto es que es imposible sostenerla, la vida útil de la mentira es efímera, pues la mentira no resiste un disgusto, una calamidad, un miedo, una necesidad. La mentira es el peor de todos los demonios porque enreda cada vez más y más. La persona mentirosa siempre termina absorbida y enredada en sus fantasías, malicias y trampas; el mentiroso siempre será un perdedor, ante todo, de tranquilidad y credibilidad; ante sí mismo el mentiroso se convierte en un ser frustrado que busca a toda costa ocultar la verdad, evadirla para no vivirla; para el prójimo del nivel que sea, la persona mentirosa es totalmente desconfiable y traicionera ya que así mismo y con igual facilidad y malicia con la que miente a uno, de igual manera le miente a todos. Sin embargo, la gran enseñanza que nos deja, a todos y por siempre, esta maluca experiencia, es que la tumba para la mentira la cava su propio creador; en el juego de mentiras hay un único perdedor y se llama mentiroso, aunque inicialmente piense que ha ganado porque logró engañar a alguien, pero fue justamente ahí, precisamente con ese logro, donde empezó la cadena de su más grande mal. En cambio la Verdad que a veces, muchas veces, parece esquiva o evasiva, termina por salir a la luz sin importar ni el tiempo ni la distancia. Tarde o temprano la verdad se impone porque ella es humilde, demasiado humilde y se hace a un lado para que cada quien establezca sus intereses particulares en total libertad y absoluta independencia, para que cada uno piense, hable y actúe de común acuerdo con su consciencia; pero no es posible anularla, aunque escondida, siempre está ahí y se niega a ser olvidada o relegada definitivamente. De todas maneras la verdad surge, de todos modos la verdad impera independientemente del poder que pretenda difundirla u ocultarla. En todo caso la verdad resplandece sin necesitar la ayuda de autoridad alguna para mostrarse o para manifestarse, porque irremediablemente entre el cielo y la tierra no hay nada oculto, la verdad posee su propia magia y su trofeo natural es la libertad, esa libertad que emerge soberana e indestructible, de una consciencia en paz; esa libertad que surge de una consciencia en pleno gozo con su Ser Interior y, como consecuencia lógica, con su Prójimo. La práctica constante de la verdad, la verdad instituida como filosofía inviolable e inalterable de la vida de una persona constituye en todos los casos, sin excepción alguna, una acción liberadora que genera credibilidad y proporciona tranquilidad en todo su entorno. Por dura que sea la verdad, por más dolorosa que sea, afrontarla y enfrentarla representa un enorme alivio que libera de miedos porque purifica la consciencia y rompe cualquier atadura a aquellos sentimientos que nos torturan la vida. La verdad libera, purifica, aliviana el peso de la vida y con ello nos abre todas, todas las puertas. Ahora bien, la práctica cotidiana de la verdad no nos hace dueños absolutos de esta, como ya dijimos; todo lo contrario; entre más y más sinceros seamos, entre más grande sea nuestro compromiso con la verdad debemos realizar un mayor esfuerzo para percibir y aceptar la verdad del prójimo, no sea que detrás de este maravilloso habito de pulcritud y sinceridad se encuentre disimulado u mezquino sentimiento de arrogancia y prepotencia que consiga manchar la pureza de nuestro corazón menoscabando de paso nuestras buenas intenciones. En realidad, en la vivencia cotidiana de la sociedad moderna alrededor del mundo y a lo largo y ancho de toda su estructura piramidal, ésta adolece y urge apremiantemente de la verdad. Definitivamente el hombre de hoy se enreda cada vez más en sus propias trampas, mentiras y malicias desconociendo a su paso que la verdad es una fuerza indestructible o, peor aún, pretendiendo inocentemente esconder la verdad de un hecho acontecido amparándose en el miedo, el poder o la autoridad; procurando algún beneficio o con un interés particular… simplemente inocentes tramposos que atropellan la verdad con tal de imponer sus conveniencias individuales y sacar algún breve y efímero provecho personal. Como apenas es lógico nadie, absolutamente nadie, por más desquiciado que esté, habla o actúa en contra de sí mismo, por esa razón hay que tener siempre muy presente que la mejor manera de defendernos es negándole la entrada principal a este astuto enemigo que tiene nuestra tranquilidad, como lo es el más mínimo pensamiento que tienda a distorsionar la verdad; la única forma efectiva que tenemos para blindarnos contra las angustias previas o posteriores a nuestro proceder es cimentarlo sobre la base de la más Pura Verdad. También a veces la verdad juega con nosotros y se hace nuestra cómplice y permite que la amoldemos a nuestros intereses o a nuestra manera; pero la verdad es tan nítida que cuando se siente manipulada se dedica a torturarnos la consciencia y esta sí que es una seña que nos muestra un error propio, una consciencia intranquila exige atención inmediata. La verdad no resiste ningún tipo de manipulación, porque dejaría de ser, dejaría de existir… De tal manera que debemos ocuparnos siempre de que nuestra verdad nos permita como mínimo, tener la consciencia tranquila para que al menos podamos andar con la frente en alto y mirando a los ojos a los demás. Esto no significa, no puede significarlo, volvernos sectarios o prepotentes con nuestra verdad; todo lo contrario, la consciencia tranquila nos garantiza una sublime humildad para admitir cualquier equivocación involuntaria de nuestra parte, y aunque de muy buena fe, equivocación al fin y al cabo y como tal hay que aceptarla para poder corregirla, ya que de otra manera seria insistir en el error. Por el contrario la mentira construye una cárcel cada vez más asfixiante, pues tras una mentira indispensablemente vienen otras mentiras y se vuelve un círculo del cual tan solo se puede escapar al momento de salir a flote la verdad, no hay otra forma. Quizás esta sea la razón por la cual es tan mortificante y torturante. Todo aquel que consiga algo con base en trampas, mentiras o engaños, más tarde o más temprano perderá en mucha mayor medida moral o material aquello que mal se había ganado; todo aquel que consigue algo con base en trampas, mentiras o engaños está construyendo un castillo de arena que por más majestuoso que sea no resiste el más leve ventarrón; es exactamente igual que levantar un edificio sin cimientos, tan peligroso como efímero. La mentira acecha como el peor de los enemigos para cualquier persona, independiente de cualquier otra condición material o física, siempre disfrazada de ángel que nos da siempre la razón que la justifica. La mentira es el principal demonio que obstaculiza e inhibe la realización integral de cualquier Ser Humano sin importar su categoría o estirpe social, racial o moral. La política y el deporte han sido tradicionalmente unas actividades muy propicias para todo tipo de argucias y artimañas tendientes a distorsionar la pureza de los resultados con el fin de producir ganadores ficticios. Sin embargo, también la política y el deporte son el mejor ejemplo de cómo tarde o temprano el mentiroso termina ahorcado con su propia soga; también la política y el deporte son el mejor ejemplo de cómo tarde o temprano el mentiroso termina patinando en su propio fango. No puede haber jerarquía o escala para el tamaño de la mentira, toda mentira es mentira y punto, es decir, grande o pequeña la mentira no es más que una burla de la consciencia del mismo mentiroso consigo mismo y con los demás. Todo tapujo o disimulo para disfrazar la verdad es otra cara de la mentira, la mentira que avergüenza, tortura, atormenta… Qué tan inteligente resulta ser la costumbre de practicar la verdad? Más que inteligencia es sabiduría pura...
Página 1 / 1
|
Yosef Rodrguez
Si esta existiera solo seria en un entorno metafísico y aquel que la conociera solo seria aquella mano que lo escribió todo.
Me encanto tu articulo, saludos.
Magnolia Stella Correa Martinez