La ltima cena
Publicado en Sep 07, 2016
La suave brisa del verano ayuda a estirar el mantel. La comida está lista y a punto de servirse. Siempre se sirve a punto y, por ende, hay que ser raudo en la tarea. Es preciso que todo esté listo pronto, o se corre el riesgo de que se enfríe, y como ella siempre dice; “No se puede comer frio”.
En otro lugar, no tan lejano, se inicia la cuenta regresiva. Trabajos exhaustivos se hacen para tener todo en orden, en línea, antes de la puesta en marcha. Todos esperaban este día con ansias, y apresurados corren por pasillos y puentes de servicio, para que la activación ocurra cuando debe ser. “No podemos permitir el menor retraso”, él siempre decía. Los niños, conscientes del banquete que les espera, colaboran con todo lo que pueden. Alistan los platos, llevan el servicio a la mesa, estiran las puntas del mantel. Lenta y rigurosamente, ella va sirviendo la comida. Una a una va entregando las preparaciones más exquisitas y detalladas que jamás había elaborado. No había detalle dejado al azar. El amor y dedicación eran evidentes en cada plato puesto en la mesa. Y, antes de sentarse, observaron por un momento el espectáculo, casi de ensueño, que estaban a punto de degustar. Mientras, desde la más alta torre de control, él seguía gritando órdenes mientras corría de un lado a otro. Sus subordinados, herramienta en mano, afinaban los últimos detalles, las últimas conexiones, tomaban los últimos puestos. La cuenta regresiva seguía su curso, cada vez más cerca de su inmisericorde final. De a poco, la acción en las plantas y bóvedas se detenía. Todos habían ya hecho su trabajo. Uno a uno, se iban librando los sellos, y la incertidumbre crecía. Cada segundo parecía eterno, y la tensión crecía mientras todos observaban la escena surreal que se les presentaba ante sus ojos. Nunca habían probado bocado tan delicioso. El asombro y el placer les hacía creer que soñaban despiertos. Viajaban a través de los sabores con suavidad y gracia. El cálido aire de verano soplaba en su piel como la comida en su paladar, como la sangre por sus cuerpos. Y habiendo terminado, satisfechos ya en todos sus sentidos, no quedó más que descansar, que recostarse y observar el cielo claro de tan glorioso día, de tan hermosa vida. Y así, en paz, durmieron. Al finalizar la cuenta regresiva, y liberado el último sello, la bestia se levantó y rugió. La fuerza de aquel grito sacudió el alma de todos los presentes. No era lo que esperaban, pero estaba dentro de lo presupuestado. Los indicadores tampoco excedían lo normal, mas en él se reflejaba la sospecha. La incertidumbre y el temor invadían su cuerpo. Estaba todo en sus manos y, si alguien podía manejar la situación, era él. Para eso estaba ahí. Corrió por escaleras y pasillos, puentes de servicio, hasta llegar a una gran consola. Con cada peldaño los gráficos se alejaban un poco más de lo normal. Con cada paso, se alejaba un poco más de su control, y si no hacía algo pronto, todo estaría perdido. Sin pensar, oprimió el botón. Una gran explosión sacudió a todos y la bestia gritó de forma salvaje. Al darse vuelta, sus ojos se encontraron y, por un segundo, vio la salida. Un temblor sacudió la casa y, asustada, salió a observar qué ocurría. El rojo cielo del atardecer la recibió con una brisa helada y salvaje. El aroma le anunciaba el acontecer de algo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y la incertidumbre se transformó en certeza. Todo pareció ocurrir lentamente. Él sabía que todo dependía de cómo manejara la situación. Los gritos parecieron alertar, conmover incluso, a la bestia. Las emociones le invadían y, con cada alarido, una nueva se manifestaba. Sintió que la tenía en sus manos, que pronto se calmaría y volvería a su control. Pero algo, un destello en la vista sincera y salvaje de aquel monstruo, de aquella inocente víctima, le hizo dudar. Le hizo pensar en esa familia que, no muy lejos, cenaba al alero de un grato día, común, de verano. El amor y el temor quebraron su confianza, su fortaleza, su orgullo, y le invadió el miedo. Miedo que no pasó desapercibido. Aquella debilidad fue el detonante. Sin mediar un momento, todo lo presente fue destruido, consumido, por aquel demonio creado por los hombres. La bestia, manifestación alada de todo lo espantoso, absorbió toda existencia a su alrededor, y rápidamente su impacto se expandió. Él mismo se sorprendió cuando, enfrentado a su extinción, su corazón fue invadido por la esperanza. Y con un esbozo de sonrisa, su presencia fue asimilada. La fuerte brisa de aquel día de verano, le anunció que aquel rojo atardecer era el último. Acongojada, mas no sorprendida, abrazó a los niños con ternura y paz, consciente. En el horizonte, alas se desplegaron. El atardecer fue aclarado. Las nubes, despejadas. El cielo desaparecido. La tierra, evaporada. Y su existencia, en un destello de pasión, unificada.
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Lucy Reyes
Felicitaciones.
Carlo Biondi
Elvia Gonzalez
DEMOCLES (Mago de Oz)
Carlo Biondi