EL BOSQUE
Publicado en Oct 08, 2016
EL BOSQUE Me llamo Isabella, pero me llamaban Bella, no por mi apariencia, la que mi madre dejaba claro que era solo cuestión del azar, sino porque, según ella, era lo más bello que le había pasado en la vida. Ese año nos trasladamos a las afueras de Londres, había construido el taller de su empresa cerca para que pudiéramos pasar más tiempo juntas. Sandra, mi mamá, tenía pareja, pero no vivía con nosotras, decía que por el momento, hasta que los horarios se pudieran compaginar. Era una niña feliz, compartiendo todo el cariño del mundo con mi Nana, mi Madre y Él, su amigo protector, quien hacía más divertidos los fines de semana. Esa primavera nada mas q hacían repetirme “se acerca la noche de tu Primera Luna”, y pensaba :” será porque cenaremos fuera", en el jardín que todos los Domingos alimentaban con agua y con mis mismas vitaminas, porque también necesitaba mimos para lucir sus flores de forma radiante. Aún no habíamos estrenado las sillas, pero desde el primer día disfrutaba del columpio que solo se empujaba cuando salía el viento del Bosque que allí cerca se sentía, sin haberlo visitado porque no era muy traviesa, más bien asustadiza, según mi madre como cualquier calmada Princesa. El Sábado que no llegó su fiel amigo, pareció no importarle, y yo, enfadada, le pregunté cuando vendría, porque no quería perder a quien me daba alegría después de la monótona semana de escuela y clases de piano. Nana aclaró:” este fin de semana tenemos planes de chicas, aunque algo de soledad sentirás, si es que la Luna no es avisada". Iríamos a comer al Bosque, así que perdoné la ausencia, pues también me gustaría conocer lo que al lado de mi casa vivía y donde no me atrevía a entrar, por si el coco regañaba a una niña perdida entre la verde maleza que rozase . Fuimos vagando, con mi capa de terciopelo rojo, con una bolsa de mimbre y un mantel de cuadros: todo un bonito ritual comenzaba, sin saber muy bien porqué y dónde. El Bosque no estaba lejos, a unos quince minutos, no me cansé, ni tuve que pedir brazos, porque las pisadas eran cortas y tranquilas, como esperando que las mías crecieran con la marcha. Justo antes de entrar me pusieron en medio, me cogieron la mano, se miraron, dando todas a la vez el primer paso. Yo saltaba de alegría, como si a una fiesta me adentrase, como si fuera mi cumpleaños y algún regalo me esperase entre esos árboles verdes, que todo cubrían con su abundante copa, a los que yo quizás trepase. Pusimos las cosas en la hierba, me dieron manjares y mi tarta preferida de galletas con chocolate. Jugaba escuchando el sonido del bosque, hablábamos, corría, me escondía, y cuando el cansancio entró, me eché sobre las rodillas de mi amada madre, quien dijo:” cierra los ojos, dentro de una hora, antes de que se haga de noche, nos iremos, pero duerme un poco para que aguantes bien el regreso, con la carga de muchos nuevos sabores”. Le hice caso aunque un poco confundida por el final de la frase; y con la humedad del suelo, con una colcha de lana tapándome las piernas, y con el sonido de ese viento amigo que siempre me mecía en el porche: entré en un sueño profundo que ahora os cuento, y recuerdo cada noche. Sabía que dormía, pero una parte de mí creo vida, y se adentró con mi capa roja en El Bosque. Les dije adiós con una breve despedida, a la que ellas respondieron levantándose y haciendo una reverencia, como si alguna ceremonia se celebrase. No hice caso, y seguí un sendero sin que supiera a donde me dirigía, pero me sentía segura, no quebradiza, como me pasaba casi todas las noches. Llegué a un manantial, me entró la sed del errante, bebí, giré la cabeza, y ahí estaba la mujer más Bella que he conocido, más que mi madre. Rubia, delgada, elegante, acompañada de Ninfas y con una diadema con una Media Luna, que brillaba y hablaba diciendo mi nombre. Me acerqué sin miedo, le cogí la mano, casi esperando una caricia en mi pelo rojo azabache. Utilizo su arco, y una flecha con una cuerda trajo el más bonito Amuleto: un Broche con la misma Luna que en su cabeza relucía, sin que por ello dejasen de brillar sus ojos al tocarme. Sujetando mi regalo en una de mis manos, me senté encima, esperando la canción de cuna que solía escuchar medio dormida en mi sencillo lecho de cuento de Londres. Volví a ser un bebé por un momento, y haciendo de su dedo mi chupete, sentí la Felicidad, creo que ese día la conocí por primera vez plenamente. Y justamente, cuando el canto de una lechuza me hacía despertar, vi a mi madre sentada junto a mí, susurrando lo que quería escuchar para estar entre algodones. Me incorporé poco a poco, mirando alrededor, sin saber muy bien que había pasado por esos abetos y robles. Abrí mi mano y no había nada, ni una huella ni un brote. Nana me dio un suave abrazo, pero rápidamente tocó unas palmadas para que me despertara porque llegaba la noche. Caminamos despacio, sin prisas, porque mi madre decía que eso lo dejó atrás, cuando nací y descubrió otro Mundo sin presiones. Llegamos a mi acogedora casa un poco tarde, por lo que no cené, solo tomé un vaso de leche; casi me hizo otra fiesta porque se calló mi primer diente, y vendría, otra vez por primera vez, el Ratoncito Pérez. Sin parar de festejarlo me dio mi beso y mi canción de buenas noches, para que durmiera relajada, sin importarme que el marfil ya no estuviera en mi pequeña caja de dientes. Giré mi cuerpo hacia la ventana para dar las buenas noches a la Luna, que allí de lejos se asomaba protegiéndome, como lo haría siempre desde entonces, abandonado así el miedo a la oscuridad que como niña tenía cuando se ocultaba el sol a trompicones. Amaneció, me levanté rápidamente esperando encontrar el dinero por la mella torpe. Doblé la almohada, y donde escondimos mi colmillo, ahí estaba mi Broche, el Amuleto de la SUERTE que me acompañaría toda la Vida, haciéndola fácil, sencilla y llena de Amor; porque me lo dio una Diosa en El Bosque… VALENTINA
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