EL VIAJE DE BEATRIZ
Publicado en Nov 25, 2016
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  Era mi primer viaje sola, bueno en realidad era el primero, ya que nunca había salido de la España a la que un Seat Ibiza de segunda mano con más de diez años me había podido llevar. Estuve ahorrando tres años para poder visitar el lugar  donde mis libros de literatura inglesa me describían como una ciudad con mucho encanto, y con una magia inexplicable que ni yo pude contar a mi regreso, pues las cosas que uno siente, al no poderse demostrar, es mejor que permanezcan en secreto.  
 Cogí el vuelo a Londres a eso de las cinco, no sé si sería la hora del té por la mañana, pero mi cuerpo, que quizás  se estaba adaptando a sus costumbres desde la distancia, necesitaba algo reconfortante, algo que me hiciera entrar en calor por el frío que me rodeaba al ver que todo mi pasado iba a embarcar, dando paso a un prometedor y desconocido futuro, siendo aún muy joven. Quizás presentí algo, dicen que las personas sensibles logran ver las cosas antes de que pasen, eso fue lo que deduje cuando volví a mi ciudad sin saber por cuánto tiempo.
En seis horas, después de esperas y trasbordos, me encontré ante la primera puerta de York: “Micklegate bar”, la observé como quien observa un cuadro en un museo sabiendo que dice cada pincelada, y la atravesé cerrando los ojos, como si en un País de Cuentos me introdujese. Sentí como el viento me empujaba, como me llevó  hacia el interior de la ciudad, abrí los ojos e incluso miré atrás para comprobar si había alguien que provocase esa prisa. Sonreí y me atreví a pensar en voz alta: “ No vayas a empezar con las paranoias”. Cogí mi gran mochila, me acorde de la  maleta con ruedas, pero me convencí de que fue la elección adecuada: era más práctica para  pasear. Me dirigí a la Pensión donde me quedaría tres días,  suficiente para una persona sola, lo tenía todo calculado, me sobrarían incluso horas para descansar frente a uno de los ríos. Anduve despacio mirando el mapa de la que había sido mi ciudad favorita, y pronto llegué a mi nueva residencia: Número 35 de la calle Stonegate. Pisé fuerte los escalones de la entrada y llamé a la puerta, contestándome en un inglés perfecto: que estaba abierta y que pasase. Me apoyé en el mostrador y le di al timbre, ya que nadie se encontraba. En el recibidor, como por arte de magia, apareció la dueña por la expresión de su cara al verme. Irritada me preguntó cómo había entrado, a lo que contesté con la sencilla explicación de lo que había sucedido. No se extrañó, solo cogió las llaves con el número de habitación y me dijo: “primera planta”.
 Me gustaba mi improvisada casa, era la típica inglesa de siglos atrás, blanca con detalles de color, moqueta roja y puertas de madera tallada, decorada con buen gusto inglés, donde las flores y los cuadros lo delataban. Cuando dejé atrás el último escalón, gritó: “No hagas caso a los ruidos de estas maderas tan ancianas”. Entendía su inglés, era casi cercano en comparación a las cintas de cassette donde había aprendido.
La habitación sencilla, con el detalle de un ramo de rosas del color del escudo del que ganó la guerra de la sucesión ya implantada, y contenta porque tenía baño individual, donde podría darme una ducha con el agua casi ardiendo. Deshice la mochila, la achique para el día a día, y me tumbé en la cama. De repente una mujer vestida de doma cabalgaba  por mi techo, se erizo mi vello, parpadee y la calma regresó a mi lecho. Quizás ese silencio de un pueblo inglés, a pesar de ser una ciudad, me volvió a la normalidad sin preocuparme ni preguntar qué era lo que pasaba. Me di esa ducha, me vestí sin grandes galas y me propuse visitar la Torre Cliffords dando antes un paseo por la Muralla, tomando uno de esos sandwichs tan insípidos pero que llenan el apetito cuando hay ganas. Sonreí pensando que cosas más raras me ocurrían,  y concluí que los nervios me estarían jugando una MALA PASADA. Continué con lo que había venido a hacer: conocer la ciudad que quise desde siempre visitar, conocer las costumbres y secretos del lugar, mezclarme con sus gentes y disfrutar del sosiego que da ser una desconocida dentro de esa Muralla. Salí diciendo adiós, como se hace en España, a lo que nadie contestó a pesar de ver el salón lleno de personas refinadas, aunque con ropas de disfraces, y no quise preguntarme por esos atuendos tan estrafalarios para la época en la que estaban. Cerré la puerta y cogí de nuevo el mapa. Después de caminar un poco por la Muralla, atravesé la segunda puerta: Bootham Bar”, y como creía que vivía  una aventura tras cada cruzada, me corregí diciéndome “no seas cría, deja atrás los Cuentos de Hadas, disfruta y aprende para explicar la Historia Inglesa, por si conseguía dar clases, aunque fuera en una Aldea de esas de dos habitantes pero con interés en mis palabras”. Volví a cerrar los ojos, esperando ese viento que me llevase fácilmente a la Torre, que yo creí cercana, pero no pasó nada por lo que abrí los ojos, y de verdad, no miento, una Legión Romana me atravesó el cuerpo uno a uno sin música ni pisadas, y sin viento volví a sentir ese frío helador cuando presientes que algo malo pasa. Era demasiado para un solo día, pero no quería pensar que quizás la depresión de antaño me estuviera jugando otra MALA PASADA. Di otro golpe en el suelo, volvió el paisaje, parece que esa guerra ya estaba ganada. Me dirigí corriendo a la Torre, la que visité acompañada, me estaba dando miedo la soledad, ya que sabía cuántas cosas malas lleva aparejada. Me tranquilicé charlando con otros turistas, a quienes no comenté nada por temor a que dijeran que algo raro me atemorizaba. Me incorporé al grupo, no era muy de charlas, pero quería esa desconocida compañía para que nada extraño volviera a pasar, ya que  estarían a mi lado para pelear contra los espectros, aunque no llevasen armas.  Paseamos rodeando la Muralla y cruzamos la tercera puerta:”Monk bar”, ni cerré los ojos, ni me dio ningún escalofrío, ni sentí nada, solo suspiré a lo que todos sonrieron diciendo “vamos a esa Pub”, yo asentí creyendo haber vencido a los Fantasmas. Pedimos fish and chips y tuvimos una charla amena, la que abandoné, mientras esperábamos el pancake, para ir al servicio y hacer  la cola que se guarda en todos los bares del mundo. Había una joven esperando, no tardaría mucho, me preguntó en un inglés antiguo si me gustaba la ciudad, yo supuse que no era de allí porque su acento y sus ropas no eran las adecuadas. Contesté que se había convertido en una experiencia única porque estaba viviendo cosas que no pensaba que pudieran pasar en el siglo en el que nos encontrábamos, seguí diciendo que era mi primer día, y ella contestó que llevaba más o menos el mismo tiempo que el viejo de la esquina, que parecían como unos cien años, ya que el tiempo para ambos pasaba de forma diferente a la que yo estaba acostumbrada. Me chillaron desde la mesa diciendo “¿con quien hablas?”, al volver la cabeza no había nadie ante la puerta donde esperaba. Subí los hombros y asustada entré en el servicio, me eche agua en la cara, ya que no estaba maquillada, me miré al espejo esperando alguna imagen que me dijera que me marchara, pero solo vi mi cara descompuesta porque no entendía lo que ocurría dentro de esa Muralla.
Me volví a incorporar al grupo, no expliqué nada, ni ellos hicieron cualquier comentario que me hiciera sentir incómoda, ni una frase con la típica maldad humana.  Subimos a un tren, supuse que algo pasaría encima de unos raíles que chirriaban, pero me equivoqué, y al llegar a mi Pensión, pues una parada había señalada, me bajé despidiéndome, advirtiendo de mi cansancio por tan largo viaje. Me giré para decir adiós, y ellos levantaron la mano ocultándose bajo unas sábanas. No sé si era una broma o que mi agotamiento me estaba jugando otra MALA PASADA. Dejé que el tren se ocultase bajo la niebla londinense, que se conoce pero que allí no pegaba.
Me fui directamente a la habitación, con ese frío  que en todas las películas de miedo es cómplice de la protagonista, y me metí en la cama con la ropa, solo me quité las botas de montaña, quienes no me defenderían ni con una buena patada ante tantos sucesos, donde no hay nada físico a lo que dar con ganas. Me desperté tarde, como si hubiera estado en una guerra de adolescentes por sus gamberradas, tome otra vez esa ducha caliente, y bajo una toalla templada, sonríe pensando que todo había sido un sueño, que eso le pasa hasta a la más Alta Dama.
Bajé al comedor, desayune con esos clientes que aunque parecían ingleses no mencionaban ni una sola palabra. Me daba igual, el self-service estaba puesto, y hoy quería visitar el Castillo, me asusté un poco al pensar que allí siempre pasan cosas extrañas, y repetí mi nombre en voz alta “ Vamos Beatriz, deja las tonterías para casa”. Crucé la cuarta y la última puerta: “Walmgate bar”, pensé ya se acabaron las cosas raras, callejee algo, esa era mi idea al atravesarla, y volví a coger el mapa. Fruncí el ceño, porque el castillo estaba señalado y no lo recordaba, y hacía allí me dirigí sin prestar atención al aviso, ya que con  un rotulador negro lo rodeaba, marcando con una cruz, como dando por hecho que allí ya se había estado, por eso se tachaba. Una vez dentro parecía estar en otra época, tanta oscuridad me aturdía, me hacía sospechar  que alguien me acechaba. Me hice la valiente, puse el pie para entrar en los antiguos aposentos, y en una ventana un hombre,  un joven apuesto, me dirigió con voz varonil unas palabras “ Te esperaba”, me cogió la mano desde la distancia, yo así lo sentí, aunque no lograba ver qué era lo que me apretaba. Me sentó en la cama, y con una mirada dulce quiso que cogiera una de las dos rosas, blanca y roja, que sobre las sábanas de raso reposaba. Cogí las dos, fui a olerlas y me pinché al apretarlas, él dándome la espalda me advirtió con buenas palabras, con la dulzura con la que te habla un familiar mayor que te quiere y protege aunque no lo veas todos los días en el alba.” Te advertí que cogieras solo una, la avaricia hace que te dañes y no solo la cara. Pero no importa, lo que te quiero decir es lo que cambiará tu vida, no una superficial cicatriz en el bello rostro de una hermosa muchacha. ¡Beatriz no vuelvas!, ¡haz de ésta tu casa!, porque sé que naciste en la calle, bajo las faldas de una mujer morena, pequeña y humilde a pesar de la grandeza que engendraba, quien durmió solo una noche con tu padre, un lejano primo quien espera tu llegada. Pero no es el momento y si vuelves, en ese mismo sitio donde naciste de forma improvisada, la envidia, la codicia y los celos harán que el portón  que te cubrió hasta que fuiste acunada, caiga encima porque creen que así terminarían sus miedos a ser abandonadas, por temor a que prefieran tus cualidades a otras más mundanas, como si el abandono fuera por culpa de una persona,  pues se equivocan, porque si esa desaparece surgirá otra provocando una huída con más ganas, ya que el que se quiere alejar, lo hará y cuanto más tarde, con más ansia. Aprende que el ser humano teme a la soledad, como tú a tus visiones, por eso nosotros, los que te queremos, tus antepasados, aunque no conozcas mi nombre, ni mi escudo de armas, te cuidaremos hasta que veamos que has cumplido con tu misión en la vida, y no es la de ser asesinada por seres vulgares con pecados aún más bajos que su raza. No vuelvas Beatriz, porque allí te espera la guadaña, cerca de ti, ya que ese Portón que te dio vida te caerá encima al pasar con quienes dicen cosas de ti malas. Me despido, pero sé una chica sabía y quédate donde el peligro no aceche, porque no hay que provocar a las bestias que del odio alimentan su alma”.
 Sentí un beso en la frente, paz y calma. Había oscurecido más, la luna llena por la ventana asomaba, y corriendo salí de allí, quería entrar donde pensé que sería mi nueva casa. Llegué en un minuto, como por arte de esa inglesa magia, saludé a la recepcionista que con una sonrisa me esperaba con la llave en la mano, y con un vaso de agua. Bebí, me metí otra vez en la cama vestida, y solo pensé que raro pasa el tiempo, que no sabía cuando llegaba la noche ni cuando el rocío levanta, porque dormía con los cristales abiertos a pesar del frío que entraba.
Descansé largo rato, en posición fetal, pensando que todo eso se pasaría con el nuevo sol de cada mañana, pero me desperté de noche, bajo la misma luna con la que escuché esas palabras. Empecé a pensar en mi vida, en quienes me rodeaban, en lo fría que era para los sentimientos, en que no tenía ni una fotografía en pañales, ni una sola de edad temprana. Intenté adivinar si era querida, si los sentimientos de los que me rodeaban eran sinceros o solo una apariencia inventada. Y fue entonces cuando concluí que era ese el amor que conocía y no me gustaban las aventuras arriesgadas, me vestí esperando que amaneciera para volver a mi casa, no me quedaría ese día al lado del río porque no aguantaba tanto espíritu que me incomodaba  mi estancia.
 Llegaron las siete, hora del desayuno, quería comer algo para evitar desmayarme en el viaje que me esperaba. Todo seguía igual, ninguno de los huéspedes me hablaba, pero alguien se sentó a mi lado, al que  logré reconocer, y me preguntó otra vez por mi visita, contesté que “asustada”. Me miró a los ojos y dijo con el mismo tono dulce que me habló en el Castillo, pero imponiéndose con arrogancia:   ”Antes de volver descubre qué pasó en tu Infancia…”.
 
 
 
 
                                                                               VALENTINA
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Descripción

Historia fantstica del viaje de una joven a la ciudad de York

Palabras Clave: viaje

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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