Ambivalencia
Publicado en Dec 16, 2016
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Una línea de agua bajaba sobre la ventana del auto, absorbiendo a las pequeñas gotas dispersas. El empaño de la ventana y las figuras caprichosas que se formaban distraían mi mente. Lo miraba todo, pero no observaba nada. 
Había pasado ya una hora desde que la primer gota de lluvia cayó sobre el pavimento de la carretera, y cuatro desde que habíamos salido de casa. El clima era frio en aquella media tarde, ausente de colores. Íbamos cuatro personas en el auto y solo yo estaba absorto en mis pensamientos. Los murmullos de una plática sin sentido se escuchaban de fondo y mis recuerdos de nostalgia se hacían presentes con imágenes lucidas y pensamientos claros. 
- ¿Quieres comer algo? - Me preguntó mi madre- No mamá, gracias… no tengo hambre – contesté sin motivación y sin apetito.
Al fondo del valle había un árbol que yacía solitario en medio de un mundo de charcos y arbustos. Lo vigilaban una multitud de nopales como soldados que resguardaban a un prisionero caído y que, por ser diferente, estaba siendo arrestado. 
Mi pensamiento se iba unos kilometra atrás, donde estaba mi corazón. El recuerdo de una sonrisa me hacía sonreír.  La noche anterior mi alegría permanecía en mí, y  lo manifestaba con unos ojos brillantes y alegres, en risas y en calidez. En aquél tiempo una mirada de inagotable ternura me veían como nunca nadie me han visto antes. Unos ojos profundos y marrones me daban motivos para vivir.
Un tope que me agitó un poco me hizo poner atención al presente. Llegamos a un pueblo llamado “La Lejanía”; un nombre muy apropiado, pues, antes o después de ese lugar, nada estaba cerca. Había unos escasos hogares en el pueblo, dispersos sobre la tierra ahora blanda y negruzca por la lluvia. Las luces de las casas estaban encendidas, ya que la lluvia trajo consigo a la penumbra, que ocultaba la luz de día donde, fuera de aquella nubazón, existía. 
Octubre era, antes de la mañana de ese día, un mes febril, agitado y regocijante que enmarcaba  la celebración de mi cumpleaños… el día seis… un día antes del día triste. Es curiosos como la vida puede ser ambivalente, como un mes tan celebre por mucho tiempo pueda ser triste y nostálgico. 
Las cosas iban y venían apresuradas y sin detenerse. La gente pasaba en un suspiro, y el paisaje corría presuroso e indetenible con las horas que se escurrían y que me alejaban cada vez más de una vida que conocía, que extrañaba y que me partía en dos. 
No sé cuánto tiempo había pasado pero la noche caía apresurada sobre el horizonte que se tornaba oscura y llena de luces artificiales en lugares que parecía que no había vida urbana. La noche resaltaba la bastedad de las estrellas que ahora brotaban en la bóveda del cielo, aparentemente firmes y eternas. Uno podría pensar que todo permanece, pero en realidad todo cambia. 
Y de pronto un recuerdo más: una mano tomando la mía, unos ojos alegres y una sonrisa discreta. El cálido aroma del mar inundaba el ambiente. La noche oscura se rompía por el resplandor de infinitas luces diminutas. Un ronroneo del vaivén del oleaje, y  su voz; cuando él hablaba no existía nada más, solo la protección y seguridad de un amor incondicional; Hace dos años en las vacaciones de primavera, cuando tenía diez años, para mi él lo era todo, y aún lo es, pues aunque lejos, mi corazón le pertenece. 
Mi primer amor; sus brazos fuertes para protegerme, su amable conversación que me los explicaban todo, su inagotable paciencia para acompañarme en todo momento. 
Esa noche me despedí de él, y mi vida parecía acabarse. Tenía que irse y ahora yo tenía que cambiar de casa. Prometió volver por mí pero su ausencia me dolió hasta mi esencia.  En la última noche juntos comimos salchichas asadas y bombones quemados en el fuego; Hicimos una fogata en el jardín y acampamos para ver de nuevo las estrellas, pero las nubes, que vaticinaban un día triste, nos impidieron verlas. Lo miré todo lo que pude pues no quería que se me olvidara su rostro. Me regaló una pulsera con una frase: “Es peligros ir solo… toma esto” y, dibujado, un corazón. 
Esta mañana antes de irme estaba parada junto al auto, alto y gallardo, cual príncipe azul. Jamás lo expresó, pero se le notaba un corazón roto como el mío. 
El verlo ahí, cuando me alejaba con mi madre, mi hermano y Eduardo, me marcó por muchos años. 
Llegamos a casa de mi mamá y una vida nueva comenzó. El viaje de partida había concluido, pero los recuerdos y la nostalgia había permanecido todo éste tiempo. 
Ahora estoy aquí, inquieta y pensativa. De nuevo con los pensamientos y recuerdo a flor de piel. La ansiedad me conquista y unas manos inquietas lo manifiestan. Un minuto es una vida y la distancia, eternidad. A instantes de verlo de nuevo y siento que mi vida regresa. Yo sentada en la sala de espera del aeropuerto tratando de conservar la calma. Con paso firme y elegante aparece al fondo. Una sonrisa siempre en su rostro. Es el mismo pero ya no es igual; más maduro y con aún más caballerosidad se puede ver en él. Me levanto y mi alma se reconstruye. La alegría es indescriptible. Esta aquí, viene por mí. Han pasado diez años y viene en un momento vital. Una mano toma la mía mientras vemos que llega. Me ve y sonríe. Voy a su encuentro y corro para abrazarlo. Me cuelgo a su cuello y lo abrazo para que no se vaya de nuevo. 
Ha llegado para mi boda… y estará en primera fila. Mi primero amor, mi papá.
Raúl Véliz (2015)
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Foto del autor Ral Vliz
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Descripción

El recuerdo de un amor, mientras se viaja

Palabras Clave: Recuerdo amor nostalgia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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