ESPERNDOTE
Publicado en Dec 28, 2016
ESPERANDOTE
Tu ausencia es una herida en el pecho; como una patada que hace crujir mis huesos. Aguardo en silencio una señal tuya, un silbido, siquiera una sospecha de que vendrás. Frente a mí, la mesa puesta para los dos acrecienta la angustia. Es peor que cuando la sirvo para mí solo, pues en ese momento ni siquiera necesito vestirla. Al ponerla para ambos me doy cuenta de la soledad. Y siento como los latidos de mi pecho crecen en el silencio que el televisor no puede ocultar. La comida caliente se enfría rápido. Estoy tentado de guardarla en la heladera para que no se eche a perder, pero hacerlo es aceptar que no vendrás, que esta noche no te tendré a mi lado, que no oiré de tu boca las palabras que me salvaran del infierno del silencio. Ese silencio resquebrajado por los latidos que con un ritmo lastimero me marcan que estaré solo una noche más. Y siento un ruido. ¿Serás vos quien se acerca? ¿Estarás llegando hasta mi puerta? Me recompongo y aguardo, y espero, y los segundos pasan y sé que me estoy engañando, que el ruido es solo un ruido y nada más. Tal vez el paso de un colectivo rumbo a un destino incierto, tal vez un transeúnte yendo de vuelta a su casa…seguramente el ruido del aire ocupando el espacio que deseo que ocupes frente a mi entrada. Y aguardo cinco minutos más. Solo cinco minutos más Luego sabré que ya no vas a venir. Y así como antes los minutos se me hacían eternos aguardando por tu llegada, ahora esos mismos retazos de tiempo se escurren entre mis dedos como si fuera una ola que intento atrapar vanamente en la playa de mi existencia. Otros cinco minutos. Trato de enfocarme en la televisión. Trato de concentrarme en ese programa que tanto disfrutamos y que no vemos, porque cuando estás a mi lado no necesitamos verlo, porque es como si se tratara de un leit motiv en una escena de nuestra vida. Y me doy cuenta de cuanto te extraño. Cuanto deseo tenerte a mi lado para observar el color de tus ojos, la forma en que la cabellera cae sobre tus hombros, el movimiento de tus labios hablándome, el jugueteo que haces girando el anillo sobre tu dedo, la forma como a veces te rascas el brazo por debajo de la manga, el balanceo de tus hombros, el reflejo de ese televisor que no escuchamos ni vemos en tus anteojos, el pequeño lunar sobre tu ceja, la forma en que doblas la servilleta y la colocás debajo del plato, el vaso con agua que transpira sobre el mantel individual, la forma en que limpias el plato, como depositás los cubiertos, como me mirás y me preguntás si estoy bien. Como extraño tu perfume, el sonido sensual de tu voz dándole sentido a las anécdotas de tu día, como me tomás la mano, como te cruzás de brazos sobre la mesa, como me mirás…como me mirás… Y siento el tiempo pasar y poco a poco me convenzo que debo aceptar que esta noche no estarás conmigo, que no vendrás. Y rendido tomo los platos y los apilo sobre un costado y veo la marca que la base dejó sobre el mantel. Y retiro los vasos recién lavados, y los cubiertos limpios, brillantes, con una brillantez que lastima porque no fueron usados. Guardo la comida en la heladera y voy al baño. Ya no tengo apetito. Quizás nunca lo tuve Quizás la puesta en escena de la comida era solo eso para tener una excusa y un pretexto para que estés conmigo. Cuando vuelvo veo la mesa vacía, las sillas acomodadas y siento como si se alejaran de mi lado marcándome la enorme distancia que no puedo llegar a ocupar por mi mismo. Voy hacia el cuarto con la cama tendida, con las almohadas acomodadas, un poco de perfume sobre el borde de las sábanas y tu camisón descansando bajo ellas y me siento abatido. Me cambio. La noche será larga. Y sobre la mesa de noche veo el celular, ese mismo celular enmudecido por tu ausencia y lo tomo. Garabateo un chiste, un saludo, una imagen, un pensamiento, tal vez un “buenas noches” y detrás de cada uno lo que hago es gritar una llamada desesperada por oír tu voz, por leer tus letras. Lo deposito nuevamente y mientras apoyo mi cabeza sobre la almohada veo como la pantalla permanece encendida hasta que se apaga. Y pasan los segundos, y pasan los minutos. Y aguardo…y aguardo. No deseo ver la televisión. No deseo escuchar la radio. Solo deseo sentir el sonido del mensaje llegando, de tu mensaje diciéndome un “Buenas noches”. Pero nada ocurre. En la oscuridad, atenuada por la torturante luz del reloj despertador que me indica el tiempo que transcurro sin vos, siento el silencio que me atenaza la garganta, que multiplica mis latidos, mi angustia, mi necesidad de tenerte. Ocupo mi lugar en la cama y no me animo a invadir el lado tuyo por temor a que esa invasión sea perpetua, que al hacerlo, mi cuerpo me diga que ya no te volveré a ver, como si él me estuviera diciendo algo que no quiero admitir. Solo aguardo que el sueño me venza y que en ese sueño pueda recuperar el tiempo con vos. Mañana me levantaré y saldré a trabajar y llegada la noche volveré a preparar la cena, y tenderé la mesa, y aguardaré por tu llegada aferrado al celular, a un programa de televisión y al ruido de tus pasos en la vereda. Y contaré los segundos. Y contaré las horas. Y te esperaré…
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