Memorias de un soldado que nunca ha ido a la guerra
Publicado en Jan 25, 2017
Me gustan los uniformes militares y si son de gala mejor, solo una vez en mi vida tuve oportunidad de usar uno con todos los pendones que logré en batalla, era bueno para matar, muy bueno, me motivaba la dignidad de la guerra, el honor de marchar triunfante con la sangre de mi enemigo impregnándome las manos.
Toda mi vida pensé que la milicia era la única forma en que un hombre podía probar su valor y mostrar la materia inquebrantable de la que está hecho, esa fue la razón por la que no puse resistencia cuando mi hermano menor se enlistó también, eran tiempos convulsos, llenos de fanatismo y fervor patriotero. La familia y los amigos juzgaron lógico que el General lo pusiera en mi batallón así se foguearía en el arte belicoso bajo mi tutela, además yo siempre lo protegería y antes que una bala lo atravesara sería capaz incluso de cubrirlo con mi propio cuerpo, así se lo prometí a mi madre y sobre todo me lo prometí a mí mismo. Yo tenía 26 años, pelo castaño oscuro, 1.80 de estatura, cuerpo musculoso. Mi hermano era pequeño, pelirrojo y con la cara de un niño pecoso y despistado que me seguía a todas partes cegado por la admiración. Era un muchacho impulsivo de 16 años. En medio de la guerra poco sabíamos que Europa estaba colapsando, es decir lo sabíamos, pero nunca pudimos ver en su adecuada dimensión los efectos de la catástrofe, nadie pudo aunque era un fenómeno masivo, el concepto de globalización no existía como ahora. De lo único que no teníamos duda era de la causa de nuestra lucha: defender el honor de la patria, el orgullo de nuestro nacionalismo y parecer más hombres y feroces que los del ejército contrario. Posiblemente esa forma de pensar tan chabacana nos orilló a la imprudencia, o tal vez fue osadía, o las dos cosas al mismo tiempo, el caso es que un día nevado y brumoso quisimos tomar ventaja sobre el rival y sorprenderlo mientras se reabastecía de provisiones y medicinas. ¿Cómo no lo vimos venir! Tal vez porque su plan estaba basado en la experiencia táctica mientras el nuestro en el arrojo espontáneo. Aquello no fue una batalla sino el exterminio de nuestro escuadrón; uno a uno los vi caer recibiendo las balas de frente, aun así nadie retrocedió aunque hubiera sido lo más sensato. Se quedaron ahí para recibir las municiones limpias sobre sus jóvenes cuerpos, todos, empezando por el benjamín de mi familia. Yo no pude hacer nada, estaba librando mi propia lucha con un soldado corpulento, parecía un gigante, me lanzó por los aires y aun cuando caí sobre la nieve mis costillas se rompieron, lo sé porque el dolor era sofocante, aun así pude levantarme y caminar con cierta agilidad mientras el enemigo me cazaba, al voltear la cabeza vi al pequeño pelirrojo tirado sobre la nieve, con su uniforme verde olivo y un rostro de sufrimiento cargado de dignidad, sostenido en su último aliento me miró suplicante para que volviera por él y juro que lo hubiera hecho de inmediato solo que unas manos se incrustaban alrededor de mi cuello… Si estás leyendo esto debes comprender que tengo que hacer una pausa, no es fácil recordar semejantes vivencias, más aun cuando se que miras esto con gran incredulidad y tal vez piensas que es una anécdota sacada de la ficción, yo tampoco termino de convencerme, todavía lo cuestionó, lo he hecho desde la primera vez que me fue revelado en medio de una borrachera producto de una botella adulterada con éter, en ese momento no sabía que estaba intoxicada hasta un día después que me practiqué unos exámenes de orina. El caso es que durante la embriaguez recordé este episodio tan perturbador y lloré en posición fetal bajo la escalera del edificio donde vivía, no te llamaba por tu nombre porque no sabía quién eras, (de todas formas no he podido recordarlo, tampoco el mío) solo repetía obsesivamente que quería volver por mi hermano y todos mis amigos me respondían que mi hermano estaba a salvo y feliz en su casa, yo los contradecía diciendo que no se trataba de ese hermano sino de otro, el que abandoné en la nieve, el que no pude salvar… Como todos, seguro te surgirá la duda de que solo fue una alucinación provocada por el licor fraudulento, también lo pensé al principio, después indagué por aquí y por allá y encontré argumentos convincentes que se refieren a la satanización de aquello que nos altera la conciencia y me pregunté ¿Será acaso que ciertas sustancias se prohíben no precisamente por ser nocivas sino porque nos permiten ver en perspectiva la historia de nuestra humanidad y entender que la tiranía de las emociones es solo una realidad que existe por el afán egoísta de creernos únicos? Por años deseché el recuerdo de aquel día en la nieve, sin embargo lentamente se fue haciendo presente una y otra vez, en sueños, meditaciones y otras tantas borracheras, luego me encontré contigo. A estas alturas seguro ya lo intuyes, pero te da miedo decirlo, incluso pensarlo, ese hermano eres tú, tú que te conocí muchos años después del primer recuerdo, Antes de replicar debes terminar de leer. Te preguntarás cómo lo supe, verás, todo el tiempo estuvo cifrada esa información en tus ojos, ahí tomó forma la historia y entonces me fue revelada mi naturaleza masculina y belicosa, me lo dijo además el lector de manos que pudo ver la línea inconclusa donde nuestra odisea en la Guerra Mundial quedó a medias, me lo revelaron estas ansias de ir más rápido que todos, saboreando el golpeteo de mis botas; esa lucha interna donde disfruto imaginando como tiro al blanco a los que me fastidian; la intuición para deslizar mis dedos sobre cualquier arma de fuego y conocer su alma, su temperamento frío y volátil. También me lo dijo aquella trasmutación frente al espejo donde se reflejó el hombre espléndido que fui y entonces me di cuenta que ahora en esta vida como mujer siempre he tenido en mente un ideal masculino para complementarme que es justo el que yo solía ser en aquella vida brutal de la milicia. Pero más que todo lo anterior, me lo dijeron tus ojos, hoy ópalos azules, antes diáfanos y de un color verde grandilocuente, aun conservan la forma y profundidad del pasado. También lo supe después de mucho cavilar y entender por qué me agitaba al mirarte de lejos mientras un aluvión de emociones me levantaba como remolino y finalmente cuando pude ver el umbral del pasado y el presente, mi yo ella y mi yo él estuvieron cara a cara en el espejo del tiempo. A todo esto, quiero decirte que aquel día sobre la nieve aunque me miraste con desdén sí volví a rescatarte, yacías inerte, levanté tu cuerpo y lo cargué sobre mi espalda, jamás te habría abandonado en aquella blanca desolación, avancé unos metros, eras tan ligero, mis piernas se movían con denuedo, entonces un turbión de balas se me incrustaron como aguijones, seguí caminando, pero hubo un momento en que el dolor resultó intolerable y ambos caímos, en un instante el sufrimiento cesó y simplemente nos vi flotando por encima de aquella escena, luego te alejaste de ahí sin volver a mirarme. Desde entonces nada trascendental pasó hasta hoy, en el lapso fui un camionero gordo como una mole que se dedicaba a recorrer las carreteras de Estados Unidos para transportar porquerías, beber cerveza, tragar comida basura y rascar su feo y apestoso culo. Tal vez eso fue un castigo a la soberbia del soldado que se sentía indestructible y condujo a su hermanito al desastre no digo que a la guerra porque ella nos arrastró a todos. ¿Qué sentido tiene entonces decirte que eres mi hermano? Para ti tal vez ninguno porque en todo este tiempo no has podido recordarme y es posible que no lo hagas nunca, vivimos en la oposición, me parece que sigues siendo esa criatura arrojada pero irreflexiva, apasionada e incapaz de terminar lo que comienza, es probable que hayas pasado de aquella vida directamente a ésta porque al fin y al cabo eras diáfano e inocente. En tanto yo me mantengo a una razonable distancia tratando de lidiar con mi dualidad, acatando mi naturaleza femenina y conteniendo al guerrero que me habita y que sueña con darte una palmada en la espalda y golpear con mi puño tu brazo derecho como en los buenos tiempos de la batalla.
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