La resortera
Publicado en Jan 27, 2017
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
Nunca había visto nada parecido en la llamada vida real, tan sólo en alguna serie de televisión o película: colocó la piedra en el trozo de cuero sujeto por las ligas de caucho, levantó la horquilla de la resortera a la altura de su rostro, estiró las ligas con su mano izquierda, apuntó hacia la copa de un árbol y disparó. Un segundo después, algo cayó al pasto. Nos acercamos corriendo. Era un pájaro gris. Yo no podía creerlo... Ahí lo dejamos, muerto, sangrante, y seguimos recorriendo el parque de Copilco, buscando alguna otra cosa que hacer. Se llamaba Víctor. Era hijo de un comandante de la Policía Judicial de un pueblo de Morelos y de una mujer gorda, morena y ya no tan joven. Vivía en la misma unidad habitacional que yo. Era de mi edad, moreno, tartamudo, flaco como yo, y había algo -aun ahora no se qué- que nos unía, nos hermanaba. Cuidaba a un niño de seis años –Sabino-, que también tartamudeaba. Decía que era su hermanito, pero todos sabíamos que en realidad era hijo de uno de sus hermanos mayores. Los dos -Víctor y Sabino- eran inseparables. Iban a cualquier lado cogidos de la mano. Durante esas vacaciones de verano, los tres salimos varias veces a explorar el mundo. Él me buscaba, o yo lo buscaba, luego del desayuno, y emprendíamos el camino... Hablábamos, reíamos con facilidad. Incluso llegamos a revelarnos mutuamente algún secreto de nuestra compartida adolescencia, mientras Sabino permanecía en silencio, observándonos, sonriendo. Nos dejamos de ver. Cada quien tomó su rumbo. Un día me enteré, por boca de otro vecino: fue al pueblo de su padre a pasar un fin de semana. Y lo consabido, el lugar común, la estúpida noticia repetida una y mil veces: se dirigió al cuarto de su padre. Abrió el ropero oloroso a humedad y, de entre uniformes y pantalones y demás prendas de vestir, sacó un rifle supuestamente descargado. Un movimiento involuntario, un tropiezo, una caída, y el rifle estalla y lo fulmina al instante, como aquella vez la resortera al pájaro. De Ninguna señal, ningún indicio
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