Tío Sergio
Publicado en Jan 27, 2017
Por Roberto Gutiérrez Alcalá Es mi padrino de bautizo. Por eso, cuando yo era niño, me obligaba -mitad en broma, mitad en serio- a besarle la mano, lo cual me cohibía un poco. También es odontólogo pero desde hace años, décadas incluso, no ejerce su profesión. Uno de sus pacientes fue García Márquez, a quien una tarde vi en el piso de consultorios que compartía con otros médicos en un edificio de la colonia Hipódromo-Condesa. Otro fui yo, pero a mí no me cobraba. Curó mis muelas y mis dientes de tal modo que los dentistas que ahora me revisan la boca quedan maravillados por la calidad de su trabajo. Cuando aún no cumplía los cincuenta años, la depresión, que ya lo había golpeado en épocas anteriores, afiló las garras e intensificó sus ataques. Dicen quienes a diario convivían con él que un día, antes de atender a un paciente, se puso a llorar como un niño sin saber por qué. Entonces le prescribieron litio y mejoró, aunque no tanto como para proseguir su actividad profesional. Así pues, se despidió de la odontología y se fue a vivir a Monterrey con su esposa y sus hijos. Es alto -mide más de uno ochenta-, tiene una voz potente y profunda, y los ojos claros y saltones. Hace tiempo enfermó de cáncer. Sobrevivió a quimioterapias y otras pesadillas. Ya está viejo y, supongo, muy cansado. De cuando en cuando le llamo por teléfono e intercambiamos algunas palabras, no muchas. De Ninguna señal, ningún indicio
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Lucy Reyes
Cordial saludo..