El examen
      El reloj marcaba 13:30  cuando comenzó la evaluación. Ese día parecía normal para Ricardo Griessman, un estudiante secundario que a sus 17 años se enfrentaba a una nueva evaluación de historia para la que había estudiado, pensaba él,  como para obtener la  nota necesaria para aprobar. Exactamente una hora y media después terminó, entregó las hojas y se dirigió a la puerta para salir a refrescarse.
     Extraño le pareció el hecho que al trasponer el umbral se encontraba en otra aula con todo dispuesto para iniciar una nueva evaluación, esta vez de matemática.  Le pareció raro que no recordara este evento en su calendario, también que su profesor no era el de siempre. Resignado se sienta a realizar el test, para el que se desempeñó  inquietantemente bien. A las 15:00 h termina y  se dirige a la puerta.  Al trasponerla ya no le sorprendió encontrarse  ante el mismo desafío con otra asignatura. Esta situación se va a repetir indefinidamente como un sueño que se empecinaba en renovarse y perdurar.   Finalmente se somete a un nuevo examen parecido a otros.
     El reloj marcaba 13:30 h cuando comenzó la evaluación. De pronto, observa que sus manos estaban llena de arrugas. Descubre que el rostro del profesor era el de su abuelo, fallecido hace muchos  años.  Con él, de niño, había compartido sus sueños sobre su futuro y recibido su aliento y apoyo sobre proyectos que solo el anciano tomaba como serios.  Las preguntas trataban sobre una vida que a medida que recuerda minuciosamente parece vivir (o revivir) trabajos, mujer, hijos, nietos. Nietos que le cuentan sus sueños y que él promueve tiernamente.