Mattinata
Publicado en Feb 21, 2017
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
Cuando yo tenía ocho años, mi padre echó por la borda a su mujer y sus dos hijos. Digamos que a él no le apasionaba ir al supermercado, pagar colegiaturas, regar el jardín, poner el árbol de Navidad. Lo suyo era la música y el alcohol (no necesariamente en ese orden). Ya libre de obligaciones familiares, a veces me llevaba a su nueva guarida -el departamento de su hermana- a pasar el fin de semana. En la noche del sábado, mientras cenábamos, veíamos en la televisión (en blanco y negro) un juego de futbol o una pelea de box. Luego, yo me iba a dormir y él se quedaba a oscuras, en la sala, pensando, pensando, pensando, con una cerveza en las manos. Mi padre no la pasaba nada bien entonces, de eso estoy seguro. Había tirado por la borda a su mujer y sus dos hijos, y algo así se paga con dolor y remordimientos y un montón de angustia. Muy temprano, el domingo, una suave ráfaga de viento acariciaba mis oídos: la Mattinata, de Leoncavallo, interpretada por Di Stefano. De Ninguna señal, ningún indicio
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