Crepsculo
Publicado en Mar 06, 2017
Un dragón de fuego salió por mi ventana. Al perderse en el atardecer, incendió el cielo y sus nubes, y su brisa, y su recuerdo. En su huida, el sol pronto le acompañó, y juntos abandonaron esta tierra marchita, desecha, abandonada. Nos dejaron atrás, a nuestra suerte, para nunca más volver. Y ya no hubo noche ni tarde, ni amanecer ni crepúsculo.
En ese mar de oscuridad y soledad, sin espacio ni tiempo, apareció de pronto una estrella. Una solitaria, tímida y lejana estrella. Compañía más absoluta para aquel abismo del ser. Con su pálido brillo iluminaba exiguamente nuestros rostros, mas era todo lo que necesitábamos para, al menos, poder reconocernos. Aparentemente, la soledad era solo nuestra, pues al poco tiempo una nueva estrella se unió a la anterior, y ya pudimos distinguir cielo de tierra. El espacio volvió, y nuestros pasos fueron cada vez más largos. Con el tenue brillo de esta segunda estrella pudimos, nuevamente, tocarnos. En nuestras nuevas aventuras, recorrimos muchos lugares. Logramos, al fin, encontrar otra estrella en el largo camino. El sutil brillo de ella nos guió de vuelta, y y en el afán de conectar al resto con nuestra búsqueda, recreamos el habla, y descubrimos la imaginación. Mi ventana, alguna vez tan llena, alguna vez tan vacía, hoy era al fin de nuevo adornada por la deliciosa luz de la compañía. Al despertar, una nueva estrella tenía a todos preocupados. El tiempo y su codicia se hacían evidentes. Inquietos, se miraban, tocaban y hablaban también de formas nuevas. Reflejos en los ojos que jamás imaginé, o que nunva ví, me traín recuerdos de días más claros. De días frios. De días encerrados. Algo nació en sus ojos aquel día. Algo murió en los míos. Saturado se encontró un día el propio cielo, que nos hizo ver, vernos, un día. Y ellos, así mismo, saturaban al resto con sus palabras, con sus hechos, con sus tactos, y sus ideas. Las estrellas perdieron su brillo tímido, sagaz, enigmático. Pálido, pero bondadoso. El brillo era ahora enceguecedor, y no daba espacio para conocer, pero reconocer, nada y a nadie. Sólo siluetas pasaban por mi ventana, ya sin ojos ni mentes brillantes. La conciencia fue día, y un nuevo sol abrazó todo. Con el tiempo, ¡ah, maldito tiempo!, el espacio fue muerto, y muertos nos vimos todos. Y aquel fuego que perdí, o que arrojé al atardecer, me fue devuelto. Me fue nacido. Despertaba entre destellos, de vez en cuando, y podía apreciar lo oscuro que era en realidad todo. Todos. Quizá yo mismo no era más que una sombra, producto de una luz encandilante. La sombra de un espacio reflejada en el tiempo, en estos tiempos. En su tiempo. Que nunca fue mío. Llegado el momento, cuando al fin volvió el crepúsculo a estas desechas, marchitas, abandonadas tierras, logré encontrar, entre humo y cenizas, el espacio para salir yo mismo por aquella ventana. Sin dudar me arrojé al atardecer y, con el recuerdo vívido, prendí fuego al horizonte. E imaginé que aquel espacio, dentro de aquel sol que tímidamente se esconde, me devolvía al fin, a mi tiempo.
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Mara Vallejo D.-
Cada persona brilla con Luz propia . . .
Grato leerte.
Saludos
Carlo Biondi