LA VIDA DE LOS OTROS
Publicado en Mar 08, 2017
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Y si, la buscaba, siempre la buscaba. Como a una seudo maga y yo un seudo Oliveira. Pero claro, inmensamente alejado de eso; acá en cualquier barrio del conurbano bonaerense, con su humedad y su desatino constante. Ninguna mujer en particular, ningún reflejo de un amor pasado. Simplemente buscar, y a veces con la suerte o el importuno de encontrar. Nunca la persona indicada, o al menos nunca me quede con la persona indicada, aquella persona que me trajera paz y tranquilidad, una mujer de catalogo para una vida de catalogo. Pero yo no podía con eso, aunque lo anhelaba, la familia perfecta, los hijos, el trabajo, los fines de semana fuera de la ciudad. Pero no, nada de eso estaba hecho para mí, con mi constante melancolía con mi soledad, con mi mente complicándose siempre. La mujer imperfecta es la mujer perfecta, porque no existe la perfección, ni siquiera nos acercamos a ello. Solo asumimos un imposible poniendo a las personas en ideales que no existen y nunca existirán. Por eso asumo la responsabilidad del desequilibrio en la persona que busco, la mirada descreída de la vida y un poco alejada de la realidad. Pero nunca serán mi espejo, no busco reflejarme en dicha persona, ni siquiera busco que tengan similitudes conmigo, sino todo lo contrario.
Siempre supe que iba a desaparecer, si ella no lo hacia lo iba  a hacer yo, eso estaba claro desde el primer día que nos conocimos, tan claro para mí como para ella. Pero por alguna extraña razón anhelaba que durase, que no desapareciera, que se quedase a mi lado un tiempo más. Pero por supuesto que eso resultaría imposible. Yo no la amaba pero quería amarla, ella no me amaba pero era lo más cercano que había experimentado a un amor verdadero. Y los dos teníamos miedo, miedo de separarnos, y miedo de que finalmente fuera amor. Que se yo, no ese amor profundo que se siente tanto que logra lastimar, pero sí que aprendiéramos a amarnos, a nuestra manera amarnos. Pero ese aprendizaje tampoco impediría que la sensación fuera tal que también lograra lastimar.
Yo escribía en secreto sobre ella, sobre todo en esos momentos de extravío que ella solía tener, que podían durar horas, como una autista, sin decir palabras, con la mirada perdida como una loca. O cuando dibujaba las paredes de nuestra casa desamueblada, como si fuese una niña de cinco años. Ella tenía su propio mundo, pero yo no lograba por completo tener el mío. Ella se alejaba de la realidad y ya, para mí no era tan sencillo, yo debía acompañarlo con alcohol y pastillas. Nunca me reprocho mis malos hábitos, creo que porque no le interesaba, o porque nunca termino de percibirlos a completa conciencia.
Dormíamos en un colchón sin cama, directo al suelo, pasábamos casi todo el día ahí, casi sin comer, divagando sobre la vida, haciendo el amor a cada momento. Y ella descaradamente entre cada pausa para nuestro próximo encuentro sexual me contaba sobre sus aventuras sexuales del pasado y, sobre cada hombre con el que se había acostado. Yo la escuchaba sin demostrarle celo alguno y, un poco descreído de todas sus historias de líbido sexual. ¿Por qué iba a creer en todo lo que me decía?, si tenía la posibilidad de elegir en que creer y en que no. Yo prácticamente no hablaba de mis romances pasados, solo cuando ella insistía demasiado y ya no había forma de evitarlo. Fumando un cigarro tras otro, llenando el cenicero de amargura y soledad, ella gesticulaba con su rostro dando a conocer su desprecio por el humo del cigarro, pero nunca me dijo con palabras que le molestaba, y nunca me pidió que apagase un cigarrillo, y yo nunca apague un cigarro por ella. Nunca hicimos nada el uno por el otro, más que acompañarnos, y creo que eso era más que suficiente. Que más podíamos hacer que acompañarnos en nuestras soledades, hasta que todo terminara por concluir, y cada cual volviera a comenzar su vida desde cero. Un cero arbitrario, porque hay tanto vivido, tanto malestar y alegrías que elegimos editar nuestras vidas. Borrar todo aquello que nos hizo mal, y sin embargo el mal nunca desaparece del todo. Si hablo como un maquineo es porque lo soy, ¿o a caso el mal no siempre triunfa sobre el bien? Tengo cientos de ejemplos que podrían demostrarme lo contrario, que el bien es un estado que uno mismo se lo impone a fuerza de deseo, de cambios. Pero tal vez  yo no pueda con dichos deseos, quizás no quiera dichos cambios, edito mis recuerdos, y sin embargo mi punto cero es para volver a las similitudes del pasado. Como una especie de tara, karma, o una simple elección.
Siempre me repetía lo mismo, una misma frase incomprensible para mí. Me decía mirándome a los ojos sin mirarme realmente, atravesando mi mirada involucrándose tanto con la nada misma que asustaba. Decía que un día lo tendría que ir a buscar, que era necesario volver a tenerlo a su lado. Yo no preguntaba a quien o a que cosa, solo le sostenía la mirada como jugando a aquel estúpido juego de quien aguanta más la mirada sin pestañear. Yo siempre pestañeaba primero y en ese entonces ella regresaba de la nada, y me sonreía con una dulzura que jamás se la conocí a nadie. Pensaba en esa frase, claro que pensaba en esa frase, pero terminaba de quitarle importancia. En principio pensaba que ella tendría que buscar a aquella persona de la cual estaba enamorada, y  de la cual nunca me había hablado, luego terminaba por pensar que era una frase más, incoherente, producto de sus desvaríos.
Cuando no soportaba más el encierro ni a ella misma me iba  a dar vueltas sin rumbo, a meterme en un bar de mala muerte y beber el peor de los whiskies. Claro está que preferiría beber el mejor y no el peor. Pero debía adaptarme a mis presupuestos. Siempre pensaba en no regresar, en desaparecer, sabía que ella lo comprendería, que no se ofendería si un día yo no regresaba y ya no volvía a saber más nada de mí. Pero siempre regresaba, y en mi regreso fantaseaba con que ella ya no estaría allí, y que ni siquiera un escrito sobre la pared me dejaría para advertirme que ya nunca regresaría. Y yo tampoco me ofendería si al llegar a aquella casa, que ni siquiera nos pertenecía, que la habíamos tomado como ocupas. Que nos habíamos apoderado de ella por el solo hecho de verla abandonada y, sentir que la casa nos necesitaba tanto como nosotros un lugar donde dormir. No me ofendería, solo entendería que todo había concluido, y tal vez derramaría algunas lagrimas en su nombre. Pero jamás trataría de volver a encontrarla. Sin embargo al regresar ella siempre estaba ahí, con su cabello revuelto, sus ojos extraviados y tristes.
-me duele
-¿Qué te duele?
-tu tristeza, te juro que me cala el alma.
¿Ella hablaba de mi tristeza?, como si ella no lo tuviere, como si ella no estuviera muerta en vida vaya a saber a causa de que. Pero sin embargo le creía, ella sufría por mi tristeza aunque la suya fuese mucho más profunda. Su problema era que ella sufría por el mundo, indudablemente le dolía estar viva. Yo no tenía ese problema, a mi no me dolía estar vivo, yo aborrecía a la vida. Dos potenciales suicidas viviendo bajo el mismo techo, dos sujetos que lo sabían todo sobre la teoría del suicidio, cada porque, cientos de formas de cómo ejecutarlo. Pero nunca sabrían la práctica de dicha enajenación sin retorno.
Durante un tiempo tomo la costumbre de pasar largo rato observándose sobre un espejo roto que ella misma había desquebrajado adrede, su rostro se partía y deformaba en varias partes. Yo le había preguntado porque lo había hecho, si no creía en la mala suerte de la ruptura de los espejos. Pero ella no creía en supercherías, al igual que yo, sabía que la mala suerte nada tenía que ver con conjuros extraños, y es más, quizás la mala suerte ni siquiera exista. Solo somos nosotros existiendo en un mundo multiforme, tomando y dejando lo que queremos. Por un tiempo yo también tome esa costumbre, pero porque no me quedaba otra. Era el único espejo que había en la casa y yo me veía obligado a mirarme en el, sobre todo para afeitarme, cosa que se volvía lo bastante complicada, hasta que un día decidí no afeitarme más. Ella tomo la costumbre de peinarme la barba y mantenerla lo suficientemente prolija recortándola con unas pequeñas tijeras que utilizábamos para cortarnos las uñas.
Llego un momento que ya no la soportaba mas, o no me soportaba a mí, o a ninguno de los dos, o ninguno nos soportábamos mutuamente, y ella no se soportaba así misma. Sin embargo seguíamos juntos, sin la mínima necesidad de estarlo, o quizás era todo lo contrario, nos necesitábamos tanto que no nos podíamos abandonar por más que ya no quisiéramos seguir compartiendo el mismo techo de aquella casa que no nos pertenecía, como tampoco nosotros nos pertenecíamos. Y no me quedaba más que sentir pena, pena por ella, por mí, por los dos juntos. Y yo detestaba la pena, pero no podía evitarla. Como iba a evitarla si éramos dos seres extraños bordeando la locura, ella más que yo. Pero indudablemente los dos estábamos desequilibrados, creo que la diferencia era que ella no lo notaba y yo sí. Por lo cual ello me convertía en el más coherente de los dos, “extraña forma de compadecerme a mí mismo”. No sabíamos mucho el uno del otro, de nuestros pasados; para que indagar en historias de las cuales no fuimos participes, para que curiosear en cuestiones que no vamos a poder cambiar y que tal vez ni siquiera tengamos una palabra de consuelo o una risa sincera para una anécdota pretenciosamente graciosa para el otro. Yo no sabía mucho más que de sus historias de sexo. Y ella prácticamente de mi no sabía nada.
Volvía a repetir: “un día lo voy a tener que ir a buscar”. Hasta que un día sin saber bien porque le pregunte: “¿a quién?” porque en verdad no me interesaba a quien debía de ir a buscar, y mucho menos estaba seguro si existía aquel alguien a quien debía de ir a buscar.
-         Pensé que no te interesaba
-         No, no me interesa. Pero si queres podes contarme.
-         No lo se
-         ¿Que no sabes?, ¿a quién tenes que ir a buscar?
-         Como no voy a saber a quién tengo que ir a buscar. No sé si contarte, ¡si no te interesa!
-         Y eso que tiene que ver, estoy dispuesto a escucharte, si te hace bien contármelo, puedo escucharte
-         No sé, tal vez otro día, quizás el día que me vaya
-         ¿Y cuándo tenes pensado irte?
-         Como voy a saberlo
-         Que no te sorprenda que el que se marche primero sea yo
-         Entonces, ¿vos ya tenes decidido cuando irte?
-         No, la verdad que no. Pero ya estoy un poco aburrido de todo esto, creo que me siento un poco incomodo. Verte todo los días…, creo que ya no me hace bien
-         Si es verdad, a mí tampoco me hace bien verte todos los días, tener que observar lo triste que estas, y no poder  hacer nada por vos. Eso si me duele
-         Pero vos no estás mejor que yo, vos no solo estas triste, sino que estas prácticamente loca.
-         Es verdad que estoy triste, eso no te lo voy a negar, lo de la locura lo podemos discutir
-         No, deja no tiene sentido
-         Claro, la locura no tiene sentido, pero existe un sentido que te lleva a la locura. Algo que ya no se puede controlar y te detona el cerebro. Calculo que eso debe ser la locura, yo no lo sé.
-         No, no tiene sentido que discutamos si estas o no loca, después de todo qué importancia tiene.
-         ¿un loco se suicida?
-         Calculo que no, calculo que quien se suicida es quien aun tiene la suficiente cordura para ver que está entrando en los umbrales de la locura, y por ello se suicida. Y vos estas viva
-         Por el momento si
-         Vos no sos capaz de quitarte la vida, en eso si somos idénticos, y no porque no pensemos todos los días diversas formas de cómo hacerlo.
-         ¿Y vos decís que para suicidarse hay que sentir que la locura te está ganando?, ¿para vos no existe otro razonamiento que te lleve a semejante decisión?
-         Si, por supuesto, deben existir miles de razones para querer terminar con la vida de uno, y eso vos lo sabes bien, no hace falta que yo te lo explique. Pero toda esta conversación ya me aburrió, me voy un rato, quizás tengas la suerte de que ya no vuelva.
-         Te puedo asegurar que no sería ninguna suerte.
Seguía escribiendo sobre ella, y me daba cuenta que ya no había mucho de que escribir, casi siempre volvía a lo mismo, a las descripciones calcadas de sus extravíos y estados de ánimo. Como si fuese su médico psiquiatra analizando su comportamiento en un cuarto de paredes acolchonadas en un frio, sucio y despintado manicomio. Así que lo deje y tome otra afición. La de robarme libros. De las bibliotecas, de las librerías, de los puestos callejeros. Si pudiera comprarlos lo haría, pero mis ingresos eran lo bastante acotados y tenía otros vicios que consideraba de mayor importancia en los cuales gastarme mi poco dinero. Mi ingreso de dinero constaba con diversos tipos de invalidez inventadas para mendigar con ellas. Tenía una gran facilidad para hacerme pasar por sordomudo, ciego, rengo. Lo que fuera necesario para lucrar con ello. También tengo un amigo que tenía una acordeón, de esas chiquitas que le llaman verduleras, vaya uno a saber porque, cada tanto me la prestaba y yo hacía alarde de mis dotes de falso músico en alguna estación de tren o en alguna peatonal concurrida. Sabia dos o tres notas, y ninguna canción en especial, pero debo decir que me las rebuscaba lo bastante bien en mis improvisaciones, solo desafinando lo suficiente para que el oído entrenado de un músico pudiera darse cuenta, para el resto de los mortales le resultaba indiferente. Mis actuaciones no eran diarias, solo cuando ya no tenía un céntimo en el bolsillo ni para comprar puchos. Lo que más cómodo me sentaba era mi actuación de falso músico, pero no siempre tenía a mi disposición la verdulera de mi amigo, así que cuando no estaba en mis posibilidades debía de recurrir a mis otros personajes. Todos tenían un nombre distinto, una forma de hablar diferente, una postura al pararse característica de cada uno de ellos. Todos eran mis otros yo, tal vez un desdoblamiento de mi persona, y eso era lo que más me deprimía. Ni uno de mis personajes lograba ser algo verdaderamente interesante, un falso médico, un abogado estafador. Ni siquiera uno de esos pastores tránsfugas de la televisión. El único que tenia al menos un poco de dignidad era Luca metre, el falso músico. Los demás eran todos escorias de la sociedad, ojo, no digo que Luca no lo fuera, pero al menos hacia algo para ganarse la vida y no solo dar pena y estirar la mano para ser escupido o recompensado con la lastima desapegada y sin rostro de las personas. El resto, como Horacio Hernández, el ciego, eran la clásica escoria que la gente prefiere no ver, que prefiere eludir, que preferirían que no existiesen. Esa gente que da pena, lastima y asco. En ese orden, u orden intercalado, o cada sensación por separada, da lo mismo. Yo observaba a las madres en las estaciones de subte, con sus niños tan pequeños, casi siempre llorando y sucios al igual que ella. Cuando más sucios mejor, calculo que esa es su lógica, si tenes mucha mugre encima es cuanto mucho más pobre sos. Yo creo que eso no tiene nada que ver, yo soy pobre pero me baño todo los días. Pero estas madres con sus hijos tal vez  no tengan la posibilidad de bañarse al menos día por medio. Yo puedo no tener jabón, pero al menos un lavado con agua me doy. Yo creo que sus mentes están falsamente aceptadas en esa concepción. En fin, esas madres con sus hijos me llenaban de lastima, eran mi competencia directa, pero me llenaban de lastima. Y luego comprendía que yo ya no estaba actuando, que era uno de ellos, un ciego sin ser ciego, un sordomudo sin serlo. Porque me comportaba igual que ellos, yo creía que estafaba a la gente, pero en verdad era un mendigo más. “Si era lo que hacía”. Mendigar. Claro que podría trabajar de otra cosa, al menos intentar trabajar de otra cosa, yo no era ningún discapacitado, pero por alguna razón había elegido dicha vida, al menos por temporadas. Si pensaba mucho en ello no podía sentirme más que un desgraciado, un verdadero estafador no hace lo que yo hago, dar lastima para obtener limosna, era un ser despreciable para con migo mismo, vacío de alma sin dudas, y sobre todo de anhelos. Pero en fin, se es lo que se es, y ahora además era un ladrón de libros. Robaba cualquier cosa, lo que tuviera a mano, lo que me hiciera correr el menor riesgo posible. Ir preso por robar un libro sería realmente triste.
Leía dichos libros hurtados tirados en el colchón, ella me observaba pero no me preguntaba de donde los había sacado, solo los tomaba y los hojeaba cuando yo decidía dejarlos a un costado, tirados en el suelo, quitándole absoluta importancia a lo que estaba leyendo. Debo confesar que su actitud ya me molestaba lo suficiente, nunca me preguntaba nada, pero yo tampoco lo hacía con ella. Ya no comprendía si era una forma de venganza, si realmente se moría de ganas de preguntarme cosas y solo no lo hacía, o si bien era como yo, una persona a la que le importaba muy poco la vida de los demás. Sin embargo no me parecía una persona tan egoísta como yo. Indudablemente ella no era como yo. Nada tenía que ver conmigo, y sin embargo a la vez éramos tan asimilables que asqueaba. No nos ayudábamos a  salir adelante, solo nos veíamos pudrir el uno al otro. Cada tanto me hacia una pregunta sobre algún libro, pero no de donde los había obtenido, y comprendí que en realidad estaba bien, ¿qué importancia podía tener para ella de donde yo había sacado el libro? Daba igual, que importancia podía tener para mí de donde yo había sacado el libro, la cosa estaba ahí para ser leída, para ser quemada, olvidada, para disfrutarla u odiarla.
 Cada tanto me preguntaba sobre algunos autores, si los conocía, si los había leído antes o cosas por el estilo. Mi respuesta siempre era que si, aunque nunca antes en mi vida hubiese escuchado o leído su nombre en algún lado. Total, que importancia tenia, que importancia tenía todo en nuestras vidas. Dos seres ignorantes, y yo pretencioso de ser más culto que ella, tal vez por alguna vez leído algún libro de Dostoievski, como (el idiota). Como si eso me hiciera un entendido sobre la literatura, como si eso la haría más ignorante a ella que a mí. Cuando quizás ella si había leído a todos los autores de renombre y aquellos famosos desconocidos y yo jamás lo sabría. Porque no podía adivinar que había en su mente, donde comenzaba y terminaba la mentira para darle lugar a la verdad. Si ninguno de los dos contábamos nuestras historias como para conocernos más profundamente, como podía saber yo hasta que punto callaba para no exponerme y hacerme pasar vergüenza.
-         Un día podría matarte mientras estas dormido
-         Adelante, no sé porque lo harías, pero adelante
-         No lo sé, quizás porque decís que estoy loca, y los locos hacen esas cosas
-         Entre otras cosas, si
-         Ese libro que trajiste, ese de Poe, ¿ese tipo estaba loco no?, todos sus relatos tienen que ver con la muerte o la locura
-         Si, era un verdadero desquiciado, yo creo que todos sus relatos en verdad eran historias vividas por él.
-         ¿Vos decís que en verdad le saco todos los dientes a esa chica?, y después lo escribió como un cuento.
-         Y porque no
-         No sé, digo, si era un asesino tendría que haber estado preso, y si era un demente en un manicomio.
-         No todos los asesinos van presos, y no todos los locos terminan en el Borda.
-         Y vos Sebastián, ¿realmente crees que estoy loca? Porque te puedo asegurar que no estoy loca
-         Los locos suelen decir esas cosas, y por fin me decís algo de vos, algo que no tenga que ver con tus historias de sexo
-         Eso te lo cuento porque me parece divertido, además hace rato que no hablamos de eso, se que te incomoda y ya no me causa gracia.
-         Mira vos, sabes algo sobre mi
-         Yo sé mucho sobre vos aunque no me cuentes nada, yo sé leer a las personas, en cambio vos solo sabes leer libros.
-         Increíble
-         ¿Qué sepa leer a las personas?
-          
-         No, es la primera vez que tenemos una charla algo profunda, si se quiere. Y no estoy seguro de querer seguir teniéndola.
-         Te asusta conocerme, te asusta realmente saber quién soy, preferís vivir con la incertidumbre al tener que corroborar por mi boca algunas de esas cientos de sospechas que tenes sobre mí.
-         Yo no tengo ningún tipo de sospecha
-         Entonces tomas como un hecho que estoy loca
-         No, lo que digo es que no tengo ningún tipo de sospecha, porque en realidad no me interesa saber sobre tu vida. es evidente que así estamos bien, y que esto un día se va a terminar, entonces para que indagar en cosas que después van a quedar en la nada, en el olvido. Si me tengo que quedar con algún recuerdo tuyo que sea este, el presente que vivimos juntos, algo que realmente nos interesa a los dos. Algo que lo vamos a poder llevar en la piel, si decidimos que así sea, creo que el resto de nuestras vidas pasadas no tiene importancia para ninguno de los dos
-         Tal vez sea cierto, pero eso no implica que no tengas al menos un poco de miedo
-         Entonces vos también tenes miedo, porque no preguntas nada sobre mi vida.
-         Yo no tengo miedo, si no pregunto es porque se que no te gusta, y respeto eso.
 
Llovía de una manera extraordinaria, no podía salir de la casa, no quería empaparme, sobre todo porque no tenía ropa limpia para mudarme luego de regresar todo mojado. Camila a veces lavaba algunas ropas mías, que por cierto no eran muchas. Lo que casi nunca hacia Camila era salir de la casa, solo lo hacía para comprar algunas cosas necesarias para comer, y debes en cuando se ausentaba por un tiempo más prolongado de la casa. Pero eso no sucedía muy a menudo, y yo no le preguntaba donde iba o que hacía. Tampoco me pedía dinero para hacer las compras, yo a veces le daba, y ella en ocasiones me lo aceptaba. Si no utilizaba su propio dinero. Camila no trabajaba, yo no sabía cómo obtenía el poco dinero que tenia, como ella tampoco sabía ni indagaba de donde yo sacaba mi poco dinero.
Camila me propuso que saliéramos a caminar bajo la lluvia, cosa que a mí se me antojo completamente descabellada. Solo a ella podía ocurrírsele salir a caminar con semejante temporal. Obviamente le dije que no, que si quería podía salir a caminar ella sola, y así lo hizo. No volvió a insistirme, no dudo al salir por la puerta, simplemente se marcho, yo pensé que se ahogaría bajo tremenda lluvia, o peor aún, que se agarraría tremenda pulmonía y que pasaría no más de una semana para que muriese de dicha peste. Yo no moriría, ella no me contagiaría su pulmonía, mi destino seria verla morir, luego no sabría qué hacer con el cadáver y, simplemente me marcharía como un cobarde. Dejando pudrir su cuerpo al igual que se pudría aquella casa con las paredes llenas de dibujos de un niño inexistente, al menos en lo tangible.
Por un momento pensé en salir detrás de ella, solo porque me encontraba tremendamente aburrido, pero desistí rápidamente de la idea. Así que comencé a arrancar hojas de distintos libro y me puse a hacer barquitos de papel, mientras bebía un vino ya abierto con sabor a oxido. Habré hecho unos cincuenta barquitos, me asome tímidamente por la puerta depositándolos de a uno en aquel inmenso mar de lluvia. Ninguno habrá llegado a navegar más de un metro, las gotas que caían sobre aquellos barcos los destrozaban casi de inmediato, haciéndolos naufragar con todo y tripulación.
 Habrán  pasado casi dos horas hasta el regreso de Camila, completamente empapada, tan así que su rostro no se distinguía por la cantidad de agua que llevaba en el y en su cabello. La descubrí sutilmente hermosa y cálida, como si aquella lluvia hubiese lavado toda su locura y tristeza. Pero no pasaron muchos minutos hasta que volvió a ser la misma Camila de siempre. Se desvistió por completo dejando la ropa desparramada sobre el suelo, luego recalentó una sopa, siempre desnuda, se sentó a mi lado y comenzó a sorber con un ruido infernal. No llevaba la cuchara a su boca, nunca lo hacía, siempre llevaba su boca hacia la cuchara, pero esta vez podía ver como sus pechos casi se introducían dentro del plato. Lo que si nunca hacia era sorber la sopa de esa manera, por lo que deduce que lo hacía de forma adrede, quizás para tratar de molestarme, o porque simplemente estaba molesta. El agua de sus cabellos mal secos caía dentro del plato y sobre la pequeña mesa que teníamos. Yo la observaba mientras encendía un cigarrillo. Otra vez la gestualidad en su rostro de malestar hacia el humo del cigarro, otra vez no me pidió que lo apagara, yo seguí fumando haciendo caso omiso a su rostro, tal cual lo hacía siempre.
 
-         Fue un paseo hermoso - me dijo finalmente, yo seguí fumando en silencio
-         Tendrías que haber venido conmigo. ¿alguna vez paseaste bajo la lluvia? – yo seguí fumando en silencio.
-         Porque no me contestas, no te cuesta nada, al final voy a terminar pensando que sos una mierda, y no un pobre tipo.
-         Prefiero ser una mierda y no un pobre tipo
-         Para tu información Sebastián, vos sos un pobre tipo, pero eso no quita que también seas una mierda.
-         Muchas veces camine bajo la lluvia. Quien no lo hizo alguna vez
-         Yo no te pregunte si caminaste bajo la lluvia, yo pregunte si alguna vez paseaste bajo la lluvia, existe una diferencia abismal entre la una y la otra
-         No, no tengo esa veta romántica, no me inspira pasear bajo la lluvia, en verdad no me representa nada más que mojarme
Se levantó sin responderme llevando el plato al lavabo, pero no lo lavo, solo lo dejo ahí. Luego fue a tirarse a la cama, aun algo mojada. Yo fui detrás de ella y me acosté a su lado. Nos besamos tan apasionadamente que era indudable que terminaríamos haciendo el amor, pero eso no sucedió. Camila se dio media vuelta, me pidió que la abrase y se durmió. Yo no me moleste, raramente me sentí a gusto con aquella situación, y hasta logre disfrutarlo.
Nos despertamos de madrugada, en verdad fue ella quien se despertó y me despertó a mí. Al parecer ya no llovía, me pregunto si se me antojaba tomar café y le dije que sí. Se levantó y se dirigió a la cocina a prepararlo, yo aproveche para sacarme la ropa con la cual me había quedado dormido y me incomodaba bastante. Regreso con dos cafés completamente amargos, se acostó nuevamente a mi lado teniendo la taza de café entre sus manos y su pecho, como dándose calor, luego me pregunto con un tono despreocupado que pasaría si los dueños de la casa aparecían para reclamarla. Le respondí que eso no sucedería, que nos iríamos antes que eso pudiera ocurrir. Ella me dijo que no estaba tan segura, que ya nos habíamos acostumbrado demasiado a este lugar, y que también el uno al otro, por más que no nos soportáramos.
Su respuesta me hizo un clic en la cabeza, como que todo estaba cambiando, como que ya no nos separaríamos jamás. Eso me puso en alerta, yo no quería quedarme a su lado por más que lo sintiera, y no quería que ella cambiara de parecer y que llegara a pensar que podríamos tener una vida juntos. Pero al final, ¿no era eso lo que queríamos? ¿Pero no  no animábamos a asumirlo? Trate de evadir la respuesta pensando en otras cosas, esperando que Camila no volviera al tema. Por suerte no lo hizo, dio algunos sorbos a su café y volvió a dormirse. En cambio yo ya no pude pegar un ojo en lo que quedaba de la noche.
Me levante con el sol, no llovía y el día estaba despejado. Hubiese preferido que este nublado, todo aquel sol haría del día algo espantosamente húmedo. Prepare unos mates, comprendí que ya no me quedaba dinero, por lo cual aquel debería ser un día laboral para mí. Pensé en quien me convertiría, me encontraba algo dubitativo. Tal vez porque ya estaba harto de aquello, estaba harto de todo. Finalmente me decidí por el sordomudo y, a la calle salí. Con mi cartel que colgaría de mi pecho con la descripción de que era sordomudo, y con algunos cuantos papelitos escritos con la misma descripción para repartir por las calles, trenes o colectivos. También me quedaría algún rato sentado sobre las escaleras de algún túnel de estación de tren con la mano estirada y mi amarga lata de puré de tomates oxidada y sin etiqueta. Lo único que no podía hacer era repetir estaciones o líneas de colectivo donde me dedicaba a mendigar con otros personajes. Pero mis rutas estaban perfectamente delineadas en mi mente para cada uno de mis seres despreciables para la sociedad. Yo mismo, sin ninguno de mis personajes era un ser despreciable, siendo mi verdadero yo podría pedir limosna tranquilamente. Después de todo que tanta diferencia había entre esos otros yo y mi verdadero yo, de seguro no mucha.
Mientras transcurría el día pensé que aquel seria el ultimo, que buscaría un empleo de verdad donde pasar doce horas encerrado haciendo alguna labor que ni siquiera sabía hacer, por supuesto detestando dicho trabajo. Que me levantaría todos los días a las cinco de la mañana, con frio, con lluvia, con calor. Que luego del trabajo me tomaría unas copas en algún bar acompañado de algún sándwich, que volvería a casa algo borracho, le hablaría poco y nada a Camila. Tal vez  ella me preparase algo para cenar o me cebase unos mates, y quizás por piedad me preguntara como me había ido en el trabajo y si estaba cansado, yo le respondería con monosílabos y no mucho más que eso. Luego una de esas noches le haría el amor y la dejaría embarazada, y existiría un lazo entre nosotros que nos unirá para siempre, aunque algún día nos separásemos. Su panza crecería al igual que su malestar, le daría algo de dinero para que fuera comprando cosas para el bebe. Sin duda me pediría que pintara las paredes que ella misma había dibujado como una niña, para que el día de mañana nuestro hijo volviera a arruinarlas al igual que lo había hecho su madre. Pasaríamos horas tratando de encontrar el nombre adecuado, hasta que finalmente yo desistiría y le dejaría dicha labor solo a ella, con la única condición de que no le pusiera mi nombre o el de ella si era nena. Entonces un día Camila aparecería con el pecho del lado izquierdo tatuado con el nombre de nuestro hijo, con la imprudencia, aun sin la certeza de saber si aquel primogénito seria niño o niña. Y me pediría a mí que hiciera lo mismo, y yo le diría que por supuesto, pero cuando estuviéramos seguros del sexo del niño. Una vez seguros yo me haría el tatuaje más feo y tumbero posible. Un mes antes de que ella diera a luz, yo desaparecería para siempre, nunca le conocería la cara a nuestro hijo, nunca le daría nada material y mucho menos cariño. Pero eso sí, para siempre llevaría grabado en mi piel el nombre de aquel niño, hijo mío que nunca conocería.
Al regresar a casa Camila estaba completamente llena de sangre, su rostro, su cabello, sus manos, sus ropas. La tome fuertemente de los ante brazos y observe sus muñecas buscando las laceraciones, pero no las tenía, no había tratado de cortar sus venas. Me dijo que había sido un accidente, entonces descubrí el espejo completamente hecho añicos. La puse contra la pared y comencé a buscar las heridas. Tenía una pequeña en su mejilla izquierda y otra un poco más grande por debajo de su cuello, cerca de su pecho derecho. “lo quise acomodar y estallo sobre mi”, le grite que estaba loca, que ya no me cabían dudas. Me marche, lo hice con la certeza de ya nunca más regresar. Esa noche dormí en una plaza refugiado bajo un árbol, antes me gaste todo el dinero reclutado aquel día emborrachándome en un bar hasta la hora de su cierre. Sin embargo a la mañana siguiente regrese a la casa, con la esperanza de que Camila ya no estuviera en ella. Sin embargo allí estaba, recostada sobre el colchón, sin una mancha de sangre, sin ningún pedazo de vidrio desparramado sobre el suelo, me pidió que me acostara junto a ella. Comenzamos a hacer el amor y me dijo: “si algún día me embarazas te juro que te mato”
 
-         Porque no te vas. ¿Por qué no te vas a buscar a esa persona que tenes que buscar?
-         ¿Vos queres que me vaya y te deje la casa solo para vos?
-         La casa no nos pertenece a ninguno de los dos, yo no me voy a quedar a vivir acá para siempre
-         Y entonces ándate vos.
-         Me estas interpretando mal, no es que quieras que te vayas. De última sabes que yo no tengo ningún problema en irme. Simplemente te estoy preguntando. Siempre repetís la misma frase y, aun estas acá
-         Lo que pasa Sebastián es que vos me crees loca. Cuando me viste completamente bañada en sangre habrás pensado que definitivamente había terminado de perder la cordura.
-         Y acaso no lo hiciste, al menos por ese momento.
-         No, ya te dije que fue un accidente, el espejo estallo frente a mi
-         No importa, no quiero hablar de eso
-         Vos nunca queres hablar de nada
-         Sin embargo te hice una pregunta concreta que no respondiste
-         Yo creo que vos no estás menos desequilibrado que yo, ¿sino porque siempre regresas?, ¿porque asumís vivir con una persona que no está en sus cabales? Y no me digas que por piedad o por tratar de ayudarme, porque eso no es cierto
-         Jamás diría algo así, por empezar no sabría cómo ayudarte. Pero entonces estas reconociendo que estás loca, o al menos algo desequilibrada.
-         La que no quiere hablar más soy yo, ya no te soporto Sebastián
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Aquella tarde hacia frio, mucho frio, yo había salido de aquella especie de pensión en la que vivía entonces a comprar cigarros. En un par de semanas debería irme porque ya no podía pagar más el alquiler, y hasta el momento no me había preocupado por buscar otro lugar. Que se yo, era algo que no me inquietaba mucho, dios o el destino proveerían. Entonces la cruce en una parada de colectivos, con un vestido veraniego con semejante frio. Me llamo la atención pero no le di mayor importancia. Seguí hasta el kiosco, compre los cigarrillos y una petaca de w. De regreso a la pensión aun estaba allí, la observe mas detenidamente y ella procuro hacer  lo mismo conmigo. Casi que me detuve en mis pasos pero no, seguí andando, entonces comenzó a seguirme a una distancia no muy prudencial, podía sentirla detrás de mí. Me detuve sin voltear, ella se detuvo, no siguió su marcha como para pasarme, entonces renové mi andar con más calma, ella renovó el suyo, esta vez poniéndose casi a la par mía. Volví a detenerme, pero esta vez la observe y le dije que hacía mucho frio para un vestido de verano. Me respondió que no lo tenía, que no era para nada friolenta. Podría haberla confundido con una prostituta en búsqueda desesperada de algún cliente, ya entrando en el horario de abstinencia de la cocaína, prácticamente al borde de rifar su cuerpo por una miserable raya de dudosa cocaína. Pero no, no me pareció ni una puta ni una adicta, en ese momento no me pareció absolutamente nada. Le convide un cigarro y me dijo que no fumaba, le convide un trago y me dijo que no bebía. Finalmente le pregunte si me estaba siguiendo por alguna razón en particular. Me respondió que si me estaba siguiendo, pero por ninguna razón en particular. Entonces la invite a tomar unos mates a mi casa, acepto sin exponer la mínima duda. Inconsciente yo e inconsciente ella, o simplemente dos personas que no tienen nada por perder. ¿Acaso nunca pensó que podía violarla y asesinarla?, y yo jamás pensé que podía sacar algún elemento punzante de debajo de sus faldas y clavármelo en la yugular mientras abría la puerta de mi casa, dejándome desangrar en la misma y entrando a robar el dinero que guardaba en ella. Pero ninguno de los dos pensó tales atrocidades, de todos modos yo no tenía un centavo dentro de mi casa, y mucho menos algo de valor. Si me asesinaba se iba a llevar una gran decepción. Finalmente tomamos unos mates sin hablar demasiado, al rato se marcho, sin embargo desde aquel día no nos volvimos a separar.
 
 
Las personas se necesitan entre si, pero solo por un tiempo prudencial. Por eso es que se buscan, se encuentran, se desencuentran o simplemente se pierden las unas de las otras. Por lógica no somos seres indispensables. Todo tiene un tiempo de caducidad, hasta las relaciones más profundas, no porque no sean ciertas, simplemente porque no son indispensables. Somos seres sociables, claro está, somos adaptables, como también moldeables. Nacemos ya dentro de una sociedad en la que nos adaptaremos o no, con sus reglas impuestas, obligados a ser seres sociables casi desde el nacimiento. Resulta imposible esquivar las relaciones con las personas, es algo impuesto, tal vez no natural. Desde el mismo seno de la familia, pero tranquilamente podríamos vivir aislados, sin la obligación de tener grupos de pares, de pertenencia. Seres solitarios, inadaptados a los ojos de los demás. Por no conformar parte de una sociedad pre establecido, a la que se nos fue obligado conocer y aceptar. Y el que no lo acepta queda fuera. Es lo injusto de una sociedad, que todo ya está marcado. Lo injusto de los preconceptos de cómo deben ser las relaciones con los demás. Las personas no se necesitan para siempre, ni siquiera los hijos necesitan para siempre de los padres, todo debe comenzar y culminar a su debido tiempo. Antes que la muerte nos gane de antemano, en ese caso las cosas no estarían terminadas, no sería el tiempo prudencial de usufructo de una persona de la otra. Sino que se nos seria arrebatado el tiempo. No estoy hablado de utilizar a las personas para sacarle un beneficio específico y luego descartarlas. Eso resultaría inmoral hasta para una persona como yo, sino de que hay que disfrutar de las personas hasta que su cauce natural diga basta, hasta que ya no fluya mas, que no tengamos que vernos obligados a nada y podremos volver a estar solos, sin deberle nada a nadie, que las despedidas no sean tristes, que ni siquiera existan, así como no existe la vida ni la muerte tal cual como la tenemos estipulada.
 
-         Escúchame Sebastián ¿a vos nunca se te dio por escribir?
-         ¿escribir?, no, ¿qué es lo que debería escribir?
-         Y no sé, sobre la vida, una novela o algo así
-          Algo así no es nada concreto
-         Sos inteligente, no mucho, pero creo que has vivido y tenes pensamientos rebuscados e imaginación. Además mucho tiempo al pedo
-         Si , tiempo al pedo igual que vos, y no te veo escribir nada
-         Yo no sabría por dónde empezar, puede ser que sepa de que escribir, pero no sabría cómo hacerlo. En cambio vos...
-         Yo que, yo tampoco sabría cómo hacerlo
-         Si pero podrías intentarlo con mayor facilidad que yo
-         Yo no sabría sobre que escribir
-         ¿No escribirías sobre nosotros?, ¿o sobre mí en particular?
-         No, no lo creo, sería una pérdida de tiempo
-         Todo es una pérdida de tiempo Sebastián, hasta que empezas a hacer algo con ese tiempo
-         Mira vos, yo Camila te veo perder mucho el tiempo, o a caso dibujar las paredes es hacer algo productivo con tu tiempo
-         En cierta forma sí, pero es algo que no lo entenderías
-         Claro, indudablemente no estoy capacitado para entender tu arte
-         No, estas capacitado para ser un pelotudo, cuando vas a dejar la ironía de lado, cuando vas a demostrar lo que verdaderamente sos, cuando vas a asumir que no te vas porque realmente aprendiste a amarme
-         Mira Camila, yo no quiero romperte el corazón, pero verdaderamente no te amo, sos imprescindible para mi
-         No me lo rompes, un tipo como vos jamás podría romperme el corazón, aunque te amara
-         ¿vos me amas?
-         Dije aunque te amara, no que te amo. Pero en serio ¿nunca escribiste nada?
-         Ya te dije que no, porque me lo preguntas
-         Porque de algo tenemos que hablar
-         En eso estas equivocada, no tenemos obligación de hablar de nada
-         Pero era muy divertido cuando divagábamos noches enteras sobre la vida, diciendo cualquier cosa, cosas que ni siquiera creíamos o nos representaban, pero resultaba muy entretenido
-         En eso te tengo que dar la razón
-         Pero con el tiempo te fuiste apagando cada vez más, sos una especie de monstruo Sebastián.
-         No, no soy un monstruo, creo que vos estas más cerca de esa definición que yo, yo simplemente soy un ser abyecto por naturaleza
-         Si, una naturaleza muerta
Era evidente que Camila había encontrado mis escritos sobre ella, pero por supuesto que no iba a confesarlo, y estaba seguro que aquello la hacía sentir especial. Y para ser sincero, me alegraba por ella.
Desde que nos habíamos adueñado de aquella casa no habíamos hecho nada por ella, excepto las pinturas en las paredes de Camila, nada habíamos hecho. Después de todo porque lo íbamos a hacer si aquel hogar no era  nuestro. Una respuesta bastante simplista para dos seres bastantes simples y confundidos. Lo lógico sería mantener la casa para vivir mejor, pero ni siquiera el pasto cortábamos, la casa era una mugre, casi nunca la limpiábamos aunque nuestro aseo personal si era lo suficientemente aceptable. Cuando nos asimos de la casa estaba en un buen estado, con algo de humedad, pero era un lugar habitable, mas para dos personas como nosotros. De apoco la fuimos arruinando, yo creo que la casa fue tomando nuestros carácter, se fue contagiando de nuestra pereza y pesimismo. La casa absorbía nuestras energías y no al revés. Pobre de ella esperando ser habitada por seres considerados, que la pintasen, mantuviesen el jardín prolijo, con algún perro y algún niño correteando por el mismo. Que las ventanas fueran abiertas para absorber la brisa de la mañana y la energía del sol que todo lo cura. Pero no, para su desgracia le había tocado estos inquilinos usurpadores, capaces de destruir cualquier cosa con el simple hecho de respirar profundamente sobre algo. La atracción negativa potenciada, quizás eso éramos, quizás eso somos, y tal vez lo seamos toda la vida. O quizás el día que nos separemos definitivamente nuestras vidas cambien, den un vuelco y se adapten a otras realidades y, quizás si seamos capaces de cuidar de un jardín y de la acción tan compleja de abrir una ventana por las mañanas.
Golpearon la puerta, nunca nadie antes había llamado a la casa, pero no me sorprendió. Atendí en ropa interior y con un cigarrillo en la boca. Era la policía, y claro, quien mas podía ser. Me entregaron una orden de desalojo que debíamos cumplir en cuarenta y ocho horas, sino seriamos sacados por la fuerza pública. Le dije al policía que no se preocupara, que se quedara más que tranquilo, que esa misma noche dejaríamos la casa. Camila me pregunto que haríamos, le respondí que irnos, que otra cosa podíamos hacer. Aquel lugar no nos pertenecía, así que la lógica indicaba que tendríamos que irnos. Como si la lógica fuese el punto de eje en nuestras vidas. Camila observo las paredes, luego me pidió que hiciéramos el amor por última vez.
-         Entonces llego el momento
-         Si Camila, el momento golpeo a la puerta. Demasiado tiempo lo estiramos
-         Entonces yo voy a tener que ir a buscarlo, si queres me podes acompañar y después seguís con tu vida
-         No Camila, yo no te voy a acompañar a ningún lado
-         Esta bien, es lo razonable
-         Y ahora, ¿me podes decir a quien vas a ir a buscar?
-         A Pablito
-         ¿Pablito?
-         Si, debe tener como cinco años, si tiene cinco años. Hace tanto que no lo veo
-         ¿tu hijo?
-         Si, quien mas. Pero hace tanto que no lo veo, debe estar grande y lleno de lucidez.
-         Pobre Camila, búscalo, y procura que no tenga el destino de “rocamadur”
-         ¿de quién?
-         Deja, no importa. Y todo este tiempo acá conmigo Camila, teniendo un hijo, no me mal interpretes, no te estoy juzgando
-         Si lo haces, como lo hicieron todos. Vos pensas que yo estoy loca, y por ese mismo motivo me separe de Pablito. Porque todos me decían que yo estaba loca. Entonces decidí irme, porque una madre que no está lucida no puede cuidar de un hijo
-         Ese es un pensamiento lo suficientemente lucido
-         Yo no creo estar loca sabes, en principio lo creí, o me hicieron creerlo. Pero ahora me doy cuenta que no es así, no soy igual a todos, eso es cierto. Pero todos somos distintos. O no es así Sebastián, no es verdad que todos somos diferentes
-         Si, calculo que es así, pero ciertas diferencias son capaces de dañar a los demás
-         ¿Pero como podría dañar a mi hijo?, eso me lo hicieron creer. Y yo fui una estúpida que lo creyó
-         Sabes una cosa Camila, hay veces que le hacemos mejor a las personas estando lejos de ellas. Y ni siquiera somos nosotros quienes decidimos eso, simplemente nos alejamos como polos opuestos, y nos atraemos con otros de nuestra misma estirpe. Nosotros somos dos personas completamente diferentes según mi visión. Pero sin embargo estamos juntos, porque tenemos algo en común, la autoestima de la autodestrucción
-         ¿vos decís que no tengo que recuperar a mi hijo? ¿Qué si me acerco a él lo voy a destruir?
-         No, yo digo que hagas lo que tengas que hacer. Si vos seguís siendo la misma persona que sos hoy, y tu hijo es distinto a vos, vas a volver a alejarte, y no va a ser tu decisión.
Camila tenía un hijo y yo nunca lo había sospechado, o nunca lo quise sospechar. Pobre Camila, no podía hacer más que sentir pena por ella. En el fondo yo sabía que jamás recuperaría a su hijo, porque tal vez ni siquiera fuese real. ¿Como podría saberlo?, solo tenía la opción de optar en creer o no creer, y esta vez no quería asimilar ninguna de las dos opciones. Me reprochaba al pensar que si ese niño existiese estaría mucho mejor sin su madre. Pero ¿quién era yo para hacer semejante juicio de valores? ¿Quién era yo para juzgar a la pobre de Camila? Se marcharía de la casa con toda la intención de buscarlo, pero seguramente en el camino divagaría, se confundiría. Quizás tal cual el día que nos conocimos, tal vez aquel día ella había salido a buscar a Pablito hasta que se cruzó conmigo y la búsqueda termino. Porque lo creyó mejor, porque se olvido, o simplemente lo pospuso porque la atracción negativa de ambos era mucho más fuerte y hasta racional que la idea de buscar a su hijo. Lo único cierto era que nuestras vidas en paralelo habían llegado a su fin, ya no mas Camila para mi, ya no mas Sebastián para Camila.
Finalmente la noche llego, completamente iluminada por las estrellas y una luna gigante que alumbraba de lleno a dicha casa que nos había acogido por algún tiempo. Camila junto sus ropas, yo no hice lo mismo con las mías, ella salió antes y comenzó a caminar lentamente por el medio de la calle. Junte todos los libros hurtados contra un rincón, tire mis pocas ropas encima de ellos, luego tome los escritos sobre Camila, los prendí fuego, y con ese mismo arder encendí un cigarrillo. Luego deje caer los papeles escritos sobre los libros y la ropa. Contemple algunos segundos como las llamas comenzaban avivar y trepar por las paredes. Me marche, di alcance a Camila, nos detuvimos en la esquina volteando para ver como las llamas comenzaban a cubrir por completo la casa.
Caminamos juntos hasta separarnos, sin despedirnos, sin el eterno adiós que todo lo complica. Intuí que ella lloraba, pero no estaba seguro de ello, intuí que yo lloraba, pero tampoco pude estar seguro de ello. Ya no mas Camila, ya no mas Sebastián, ya no mas nosotros.
 
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Miembro desde: Jan 04, 2017
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Descripción

SI ALGUNA VEZ LA LOCURA SE POSO EN FRENTE DE TI, CONCRETA O AJENA, SI TUS EMOCIONES FUERON TAN REALES COMO PARA CONVERTIRSE EN FICCIN, SI VISTE REFLEJADA TU VIDA EL LA VIDA DE LOS OTROS. TAL VEZ ESTE RELATO SEA PARA TI.

Palabras Clave: FICCIN RELATO LOCURA SUSPENSO INTRIGA PSICOLGICO TRAGEDIA CUENTO

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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javier

Muchisimas gracias por tus palabras Elvia
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March 11, 2017
 

Elvia Gonzalez

UN EXTENSO RELATO, CON DIVAGACIONES DE LA VIDA, QUE A VECES ME GUSTARÍA DEJARME LLEVAR, SIN RESPONSABILIDADES, SIN OPRESIONES, TAMBIÉN PARA ESTA DECISIÓN SE NECESITA CORAJE , SENTIRSE LOCA, DICEN QUE SE VIVE MEJOR, EL PROBLEMA ES QUE ESTAMOS TAN ESTRUCTURADOS QUE CUALQUIERA NO SE ARRIESGA O NO SE ATREVE A VIVIR ASÍ, SALVO SITUACIÓN EXTREMA, CESANTE, DEPRESIVO U OTRA SITUACIÓN PERSONAL EXTREMA QUE TE LLEVE A SER UN PEREGRINO , HERMOSO RELATO, FELICITACIONES, ME GUSTO
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March 10, 2017
 

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