Conversacin
Publicado en Mar 30, 2017
—¿Cómo pudiste dejar que nos despidieran? Maldito viejo, cuánto lo odio.
—No fue mi culpa... —Debiste hacer algo más, solo te quedaste ahí parado como un idiota. Hubieras desmentido a la tipa. Fuimos nosotros quienes hicimos el trabajo por ella. ¿Cómo se atrevió a presentarlo a su nombre sin darnos ningún crédito? —No pensé que fuera hacer eso. —Nos engañó. Te dije que no era de fiar, se veía que nos traicionaría. Y ese viejo decrepito del jefe le siguió todo el juego, como si ella realmente tuviera la capacidad para hacer ese trabajo. Quedamos como tontos. —Lo siento, me pidió ayuda y no pude negarme... es tan linda. —Deja ya de babear por ella, que no ves que por su culpa nos han despedido. Las mujeres no son confiables, nos utilizan. Siempre nos utilizan. —Pero era tan amable. —Eres un ingenuo, no debiste creer en sus mentiras. Mírate, eres un don nadie, un patético hombrecillo sin chiste. Si, somos muy listos, pero las mujeres no ven eso. Mejor dicho, si lo ven, y por eso nos abusan de nosotros. —Pero ¿qué podía hacer? Hubiera sido muy grosero negarme. —Eres patético... te hubieras comportado como hombre, pero no. Debí haber contestado yo. La odio más que nunca. Tantos años trabajando... para nada. —¿Qué haremos ahora? Hay que pagar la renta la próxima semana. Además, nuestros padres se darán cuenta que no tenemos trabajo y nos obligarán regresar a casa... ¡No quiero regresar! ¡No quiero! —¡Cállate! Eso no pasará, antes nos matamos. No podría soportar de nuevo la humillación. No seré de nuevo el hijo pequeño que es castigado por sus padres. Además, nos separarían, y tú no eres nada sin mí. Debemos hacer algo. —¿Pero qué? Es demasiado tarde para hacer algo... ya vienen a por nosotros para sacarnos de aquí. —Lo sé. Será horrible ver las caras de todos burlándose. Ya los escucho decir: “Ahí va ese loco”. Les odio tanto a todos. Me gustaría matarlos, pero tú eres un cobarde. —No soy cobarde... deja de decirme así. Solo soy precavido. Si no fuera por mí ya nos hubieran metido al manicomio o a la cárcel. —Si no fuera por mí, seguiríamos en casa, que es aún peor. No quiero regresar a casa... no soportaría un castigo más de nuestro padre. Se escucha que tocan la puerta. —¿Hola? ¿Godínez? ¿Sigues ahí?... lo siento, debes de dejar la oficina. —Sí estoy en el baño, ya voy, tardaré solo un segundo. Por favor, solo dame unos minutos más. —Muy bien, no tardes, el jefe me pidió que me asegurara que dejaras la oficina hoy mismo. Si ve que no sales, mandará a seguridad. —Muy bien, gracias. Saldré en un momento. —Maldito idiota de Ibáñez. Es un hipócrita... tu siempre has confiado en él. —Él nos ha ayudado... trató de defendernos en la junta. —¡Va!... es un idiota como todos los demás. Todos deberían morir, pero son gente como Ibáñez, o como la puta de Martha, que sobresalen del resto. En cambio, nosotros, con toda nuestra inteligencia, terminamos de segundones. Hoy fue terrible, balbuceaste y me reprimiste. Yo pude haberlos hecho llorar. —Lo siento, no sabía lo que podrías hacer. Tengo miedo que me llamen loco. Sé que todos lo piensan, pero no me gusta que me lo digan. No quiero tomar más medicinas, me adormecen y me siento solo. —No te preocupes, no te dejaré de nuevo, pero debes confiar en mí. Estaremos juntos siempre. Juntos somos más fuertes, más listos. Solo permíteme guiarte. Escúchame. De nuevo suena la puerta. —Godínez, en verdad, necesito que salgas… ¿está todo bien ahí adentro? ¿Te sientes bien? —No le contestes. —Sí, todo está bien Ibáñez, solo que no es fácil superar lo que está pasando. Dame un par de minutos a solas, saldré en enseguida. —Muy bien, te daré un poco de espacio, pero no me iré. Estaré afuera de tu oficina. Llama si necesitas algo. Sabes que puedes contar conmigo. —Gracias amigo. —Vamos, no le creas, Ibáñez es un idiota, también quiere quitarnos de en medio. Nos tiene envidia. Recuerda, él también piensa que estás loco. No olvides que te dijo que fueras al psiquiatra. Nos quieren separar, todos nos quieren separar. ¿Qué harías sin mí? ¿Quieres quedarte sólo? —No, no te vayas… te necesito. —Entonces escúchame. Hagamos que nos valoren, que dejen de subestimarnos. No nos queda nada más. Matémoslos a todos. —Pero, son más fuertes y más listos. —No, no digas eso... hay que tomarlos por sorpresa, ellos no se lo esperan. —¿Cómo lo hacemos? —Usemos el cuchillo de que trajimos en el maletín, por algo lo metimos esta mañana antes de venir. En el fondo sabíamos que algo pasaría. Si tú no quieres hacerlo, lo puedo hacer yo. Déjame tomar el control. —¡No! Lo haré yo… te demostraré que no soy un cobarde. —Apuñala al viejo decrepito que teníamos por jefe, hazlo llorar para que vea lo inútil que es. Degüella a la puta que nos traicionó, y quema todo el lugar. —Es buena idea, en el sótano hay gasolina. Podemos quemar la entrada y todo el edificio arderá. No podrán salir. —Sí, enciérralos a todos, que ardan. Se abre la puerta. —¿Estás mejor Godínez? ¿Con quién hablabas? —Sí, estoy mejor… solo iré por mi maletín. No hablaba con nadie, puedes verlo por ti mismo. Ibáñez se asoma al baño y no ve a nadie dentro. Godínez saca el cuchillo de su maletín que estaba a pocos pasaos de la puerta del baño y lo apuñala por la espalda. Le tapa a boca para que no grite y sigue apuñalándolo hasta que muere. —Muy bien, lo hiciste muy bien. Es hora de hacerlo… todo mundo sabrá quiénes somos. Es hora de hacer historia.
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