Dos universos
Publicado en Apr 20, 2017
Dos universos.
Despertó ansioso, con el pensamiento fuera de su pequeño cuarto. Su imaginación se fue por la puerta del diminuto balcón y bajó muy abruptamente hasta el suelo, allá, donde el mundo ocurría sin detenerse mientras él pensaba una y otra vez la misma cosa. Eran apenas las ocho de la mañana, pero despertó por hábito, acostumbrado a una rutina de tiempos mejores. La luz del sol resplandecía tenuemente entre paneles y puertas semitransparentes otorgando una calidez a la fría habitación. Sus muebles eran pocos, modernos y compactos, apenas si llenaban el espacio entre los muros blancos. Vivía solo. Se sentó antes de incorporarse, reflexionando sobre los acontecimientos recientes. El silencio solo era interrumpido por el ventilador de techo que giraba lentamente. Su habitación estaba en perfecto orden, así como todo lo de su departamento. Era un chico bástate organizado, intelectual y muy nervioso. Sobre el escritorio se veía su ordenador, una libreta de apuntes y un par de libros que dejo a medio leer el día que se quedó sin trabajo. Se levantó y fue hacia el comedor para intentar degustar algo, sin embargo, las bolas de arroz y el pescado no le satisfacían en ese momento. Estuvo sentado a la mesa toda la mañana, sin siquiera tener la mínima intención de levantarse hasta que alguien llamó al conmutador, sin embargo, no atendió Habían pasado una semana sin que hubiera hablado con alguien, ni siquiera había salido del departamento. De vez en cuando iba al escritorio, prendía el computador y revisaba algunas ofertas de trabajo. Después lo apagaba y regresaba al comedor, sin siquiera darle un breve vistazo a sus redes sociales. Más que estrés, sentía vergüenza por echado a perder su primera oportunidad para ascender a puestos importantes dentro de su trabajo, sin embargo, no solo no logró el ascenso, sino que prescindieron de él. No había hablado con sus padres para informarles de la situación, ni ellos se habían comunicado con él, afortunadamente, pues no quería tener que decirles que era un chico desempleado. Deshonra. A menos que lograra encontrar trabajo en una empresa con más prestigio, no había mucho más que hacer. Se sentía humillado, y los días lo pasaban pensando constantemente en la situación. A veces caminaba, pero no había muchos lugares a donde ir. Solo había una salida, y había estado sobre la pequeña mesa del comedor todo ese tiempo. Una pequeña daga muy afilada y algo curva resplandecía constantemente, como si lo llamara. Necesitaba tomarla, meterla en su abdomen, y desplazarla a un costado. Era una forma digna de acabar con el problema, pero no lo había podido hacer. Era un cobarde, un miedoso y debilucho y por eso mismo sentía aún más pena. Aunque ese día estaba decidido. Era un poco después del mediodía cuando tomo la daga, se puso en canclillas y la colocó apoyándola sobre estómago. Pensó un breve momento sobre la situación y de nuevo dejó la daga sobre la mesa. Se incorporó, abrió la puerta de la terraza, subió al barandal, miró hacia abajo y se liberó. Los titulares del periódico del día siguiente habían aumentado unas decenas de número más al conteo de suicidios del año. Unas páginas más adelante, se leía un anuncio solicitando personal para recoger cuerpos suicidas, fuera de eso, no había ninguna otra solicitud de empleo. … Esa mañana se despertó con una sola idea en la cabeza: conseguir trabajo. Había pasado un par de meses desde que había sido despedido de su empleo. Lo encontraron robando parte de las propinas que los meseros recibían en el restaurant. Tuvo suerte, la gerente no presentó denuncia de robo, pero en su lugar, él tuvo que firmar su renuncia, por lo que no había forma que recibiera compensación por su despido. Despertó porque habían llamado a la puerta un par de veces de manera intempestiva. Así que no tuvo más remedio de levantarse de la cama, pero aun semidesnudo, con solo uno calzoncillos puestos, se asomó por la ventana sin que lo viera quien sea que llamara a la puerta. Era un cobrador más, que al ver la negativa para abrir, mandó un sobre con una advertencia de pago urgente. Él se acercó a la carta, la tomó y la tiro al bote de la basura, donde esperaban por lo menos una veintena de cartas más con ultimátum amenazantes. Pasaban del medio día, el sol estaba en lo más alto del cielo, azotando con brusquedad a la tierra y elevando la temperatura de manera extremosa. Él calor era sofocante, pero lo que más resaltaba del ambiente era un olor profundo de moho, comida echada a perder y sudor, haciendo una mezcla bastante recalcitrante que se colaban por las fosas nasales, lastimándolas. Había ropa por toda la habitación desperdigada entre los muebles que se acumulaban, pero sin orden o propósito. La cama estaba distendida y el baño desaseado. La cocina parecía un campo de batalla y el cesto se desbordaba con basura. Después de dejar el sobre en su lugar, regresó a la puerta y salió, no sin antes echar un vistazo para saber si alguien seguía ahí. Tomo el periódico del piso, y regresó a su refugio. Sin siquiera ponerse algo más encima, se sentó a la mesa, retiro con el brazo la basura tirándola al piso y colocó el periódico. Duró unos cuantos minutos ojeando la sección de clasificados pero, a pesar de la gran cantidad de ofertas de trabajo, no había nada que pudiera cumplir con el perfil. Aventó el periódico a un lado y se dirigió al refrigerador, que inmediatamente cerró de un golpe. Tomó el teléfono celular e intentó hacer un par de llamadas, pero no hubo respuesta. Ya ningún conocido o amigo estaba dispuesto a invitarlo a comer o si quiera pasar el rato a su lado. Se sentía perdido, sin rumbo. No le quedaba nada que pudiera comer ni dinero para comprar absolutamente nada. Las deudas estaban sobrepasándolo y no sentía que hubiera ninguna salida. Ni siquiera sus hermanos quería tener que soportar el peso que era mantenerlo, ya no, habían pasado por eso ya mucho tiempo y no lo harían más. La renta estaba por vencerse y no tendría a donde ir. Todo era un cumulo de cosas que lo cubrían ahogándolo su desesperación lo había hecho llorar sin consuelo por las noches pero ahora estaba cansado, desgastado hasta el extremo. Ya no quería seguir soportando esa situación, así que se dirigió al baño, abrió el grifo con agua caliente y regresó a la cocina. Tomó un cuchillo del fregador y regresó al baño. Se sentó bajo la regadera y mientras el agua fluía hacia la coladera, un rojo brillante lo saturaba. No hubo llanto, ni gritos, solo un sonido constante de líquidos cayendo y escurriéndose entre la tubería. Días después, los periódicos ponían en sus contraportadas un titular algo sensacionalista: Terminó con su vida en funesto acto de cobardía. Sus familiares están destrozados y lloran su pérdida.
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