Mam y los trastes.
Publicado en Apr 25, 2017
Trastes, trastes y más trastes, amontonados en el lavadero, uno sobre otro, edificando una pirámide muy desarreglada, la pileta es muy pequeña, y no contiene suficiente agua para lavar y enjuagarlos todos, por eso la llave está abierta escupiendo agua, la mano joven y dura de Silvia entra con una jícara para sacar agua, una y otra vez, un recipiente contiene el jabón y un estropajo verde. A ella le hubiera gustado quizá, tan sólo por una tarde no lavar tantos trastes, pero prefería que los niños hicieran la tarea, y luego, si les sobraba tiempo, recogieran su cuarto, jugaran un rato y durmieran temprano, su esposo llegaba ya tarde de la herrería, y, a Silvia, el corazón no le permitía pedirle ayuda para lavar estos trastes. Tenía que hacerlo ella, pero le hubiera gustado una sorpresa de la vida, o un universo paralelo donde nadie hiciera este trabajo. Odiaba lavar trastes, pero entre más posponía la tarea, más de ellos aparecían en el lavadero. El ruido de la casa llegaba hasta el patio, donde estaba el lavadero, los gritos de los niños, la televisión que miraba su esposo encendida en la sala, o la regadera cuando él se bañaba, y si prestaba suficiente atención, escuchaba el sonido del refrigerador cuando encendía de repente. Silvia fue la única mujer en una familia de varones, por eso su mamá se dio a tarea personal enseñarle a ser una buena esposa, ella, según su madre, no necesitaba ir a la escuela, lo que si era importante conocer era como ser una buena mujer, saber cómo planchar, lavar, cocinar, y como atender a un hombre; sin embargo, Silvia siempre quiso ser doctora. Cuando era niña y tenía tiempo para jugar, le gustaba atrapar saltamontes, arrancarles una pata y luego intentar pegárselas, al final, después de fracasada la cirugía, le provocaba nostalgia ver que ya no podían saltar como antes, y decidía, que era su responsabilidad matarlos para que no sufrieran una pena mayor, esto le dejaba un sentimiento de haber hecho un buen trabajo, de haber ayudado a alguien. Primero separar la comida en una bolsa, desperdicios para el perro, y las tortillas enlamadas para las gallinas que tenían en un corral tras la casa, poner a remojar las cazuelas, cuidar que los vasos de vidrio queden primero para que no se rompan, por gusto lavar todos cubiertos juntos, cambiarle el agua al jabón, acumular varios trastes antes de enjuagarlos. El agua del lavadero terminaba, en los pies de un árbol de aguacate, la noche estaba por apoderarse de la totalidad del cielo, la casa ahora era gobernada por el silencio, ni gritos, ni televisión encendida, la pila de trastes había desaparecido, ahora sólo había un plato, y un pequeño vaso, que ya habían sido lavados, se enjuagó las manos para retirarse el jabón, pero ya no eran las manos jóvenes y duras de hace años, éstas quizá, estaban muy arrugadas por pasar tanto tiempo metidas en el agua, pero no, simplemente habían pasado los años; mientras secaba sus manos, se decía para sí misma, “qué rápido pasa el tiempo cuando uno lava los trastes, que rápido crecen los hijos, que pronto se le muere a una el esposo, los padres, los sueños, que rápido se va la vida, pero nunca, nunca se terminan los trastes”.
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Elvia Gonzalez
GLORIA MONSALVE/ANDREA RESTREPO
Grato leerte.
Amanda
Gracias por leerme :)