Curiosamente
Publicado en May 08, 2017
Austin odiaba los hospitales más que cualquier otra cosa en el mundo, más que los funerales o los centros psiquiátricos. Los odiaba incluso más que los cuadros de Picasso, aunque estos le gritaran extraños chirridos cuando los veía. Ir a un hospital a los 8 años de edad fue la experiencia más aterradora que hubiera vivido hasta ese momento, pues sentía cada dolor, cada enfermedad y cada sufrimiento como si lo viviera él mismo, en su propia carne y huesos. Además, sentía una gran pena en ese sitio, tanto, que la música que escuchaba en ese momento era increíblemente deprimente, lo que hizo que no parara de llorar todo el tiempo que estuvo ahí. No soportó más de diez minutos en la sala de urgencias antes de salir corriendo para escapar de esa terrible experiencia, sin importarle la mano que se había lastimado esa mañana en la escuela. Desde ese día, cada vez que tenía pesadillas, éstas se relacionaban con hospitales, con gente dolorida, con niños llorando o con personas sumidas en su tristeza. Las pesadillas las soñaba en tonos grises, con un sabor amargo y una música sutil, pero estremecedora.
En apariencia, Austin, era un chico normal, como cualquier otro adolescente de trece años. No era más listo que los demás, o más alto, no tenía ninguna habilidad atlética sobresaliente, pero poseía algo que lo diferenciaba del resto. Se dio cuenta de ello a los seis años, cuando su padre lo llevó por primera vez al parque de la ciudad. Era su primera visita, pues su madre tenía la creencia que la exposición a la naturaleza le podría traer problemas de alergia. Al ver el hermoso paisaje del lago, con el sol reflejando sobre las aguas que chisporroteaban destellos de colores, enmarcado por el verde del pasto, el cielo azul brillante y las flores de las jardineras, escuchó una melodía, suave; una canción que acompañaba a la escena que veía. La música lo hizo sentir aún más alegre y dichoso, pues exaltaba la sensación que le provocaba el paisaje. Los colores sonaban armoniosamente. Primero pensó que la música surgía de algún lugar cercano, y no le dio mayor importancia salvo que acompañaba muy cadenciosamente la escena, como si de una película se tratara. Sin embargo, cuando expresó lo maravilloso que se escuchaba aquella melodía, sus padres le miraron con extrañeza, provocando que pensara que quizás estaba imaginando. Durante algunos años creyó que lo que escuchaba cuando veía alguna imagen emotiva, ya fuera alegre, triste o desagradable, se manifestaba de su interior. Eran sonidos que seguían con increíble armonía lo que las imágenes le provocaban. No fue sino hasta el episodio del hospital que se dio cuenta que todo aquello que le pasaba no era normal. La música, la empatía, el dolor que sentía cuando alguien más sufría, todo eso era real. Era demasiado intenso como para ser producto de su imaginación. Debía estar loco, o descompuesto, no podría caber otra explicación, y por eso mismo, por el temor de ser encerrado en un manicomio, fue que no le comentó a nadie. Pasaron unos años más y las manifestaciones extrañas, que aunque para él eran normales, se hacían presentes cotidianamente. Debido a eso, empezó a juntarse con personas más alegres y alejarse, naturalmente, de los niños solitarios, tristes y violentos. Frecuentaba la naturaleza y de vez en cuando le pedía a su padre que lo llevara a ver exposiciones de pintura. Evitaba en todo momento tocar o estar cerca de gente con lesiones o con algún dolor o malestar. Cuando algún niño se lastimaba en la escuela, lo cual era muy frecuente, trataba de no estar presente y se alejaba del evento inmediatamente. Algunos lo tacharon de cobarde cuando se dieron cuenta que le desagradaba de sobremanera ver sucesos de este tipo, pero a él no le importaba. Lo sucedido en el hospital realmente lo dejó marcado. Vivir en la ciudad de Guadiana le era especialmente complicado. Aunque el lugar era pequeño, cada día se iba expandiendo, saturando las calles de personas, automóviles y de basura. Era una ciudad colonial, pero muy descuidada. La gente siempre tenía prisa y pocas veces se detenía a saludar. Las calles estaban pintarrajeadas por vándalos y no se le daba mucho mantenimiento a las casas o edificios. Todo eso le causaba cierta repulsión a Austin, que era muy sensible a las imágenes grotescas, pues todo lo magnificaba. No podía evitar escuchar sonidos estridentes o disonantes cuando caminaba por el centro de la ciudad, incluso por el barrio donde vivía, un lugar bastante monótono y gris, aunque no eran precisamente el peor lugar del mundo, para el chico era como una mala nota tocada en un tiempo inadecuado. Por ese motivo, trataba de alejarse de esos lugares, escapando de la gente y los lugares desagradables. Irónicamente, uno de sus lugares preferidos en la ciudad era el viejo panteón, el cual estaba repleto de tumbas adornadas con imágenes góticas, que lo hacían escuchar sonidos agradables, pausados y melancólicos. Eso lo hacía un lugar insuperable para estar. Pasaba horas ahí, sentado leyendo o explorando. Se hizo amigo del cuidador, quien agradecía el tiempo que Austin le dedicaba para escuchar las historias y leyendas de los personajes que yacían enterrado en el campo santo. Cada mausoleo era único y encerraba un sonido propio. Los iba explorando de a poco, uno a uno, dedicándole el tiempo para escuchar sus melodías. Una tarde, cuando estaba a punto de salir, pasó por un sepulcro que no había visto. Este era grande, estructurado para guardar a una familia completa. La puerta que llevaba al interior estaba abierta. Al pasar por ahí escuchó algo que despertó su curiosidad, así que entró. El interior era sorprendentemente claro, lleno de colores. Lo rodeaba una serie de vitrales que iluminaban el interior del mausoleo. El sol del mediodía irradiaba con fuerza su luz coloreando el interior. Era una pintura viva, interactiva. Inmediatamente el rostro de Austin se presentó. Se había convertido en su lugar favorito en el mundo instantáneamente. Era un lugar alegre y su sonido era ceremonial, con tonos grabes y profundos. Sentía que aquel sitio era un lugar sagrado. Entre la melodía empezó a escuchar palabras, frase sueltas que intentaban comunicar algo. Austin intentó descifrarlas, repitiéndolas en voz alta. —Aperuerit ianuam introibo. —repitió, sin estar seguro que lo hubiera dicho correctamente. Del fondo de la tumba, una puerta se abrió, obedeciendo a la orden. Austin miro curiosamente, esperando que de ella saliera un olor desagradable, llantos y fuego. Esperaban escuchar alaridos, y sentir dolor, sin embargo, lo que vio fue…
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