Pulpita VII- Pulpita
Publicado en Oct 03, 2009
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Desperté en algún lugar. ¿Sería de noche todavía? No estaba seguro de nada porque no oía más que lo ensordecedor de mi propia confusión. Sólo Dios sabia cuánto tiempo había estado desmayado en aquel claustro. Me descubrí tirado en el suelo húmedo y caliente de un lugar apestaba a letrina; y tal hedor, sumado al calor presurizado que allí dentro hacía, volvía a aquello un verdadero infierno. El dolor en el estómago seguía presente pero, atenuado, era ya como una estela del indecible sufrimiento anterior. Alcancé a oír el zumbar de un festival de mosquitos alrededor mío, y solo entonces sentí la molestia de las muchas picaduras en mis pies descalzos, en mis tobillos desnudos, en mis brazos, en el cuello. Tenía la cara adormecida, caliente e hinchada, cubierta en sudor. Sentí sangre reseca en la barbilla y la camisa empapada por la transpiración. Parecía que había sido llevado hasta ese lugar a las patadas: me dolía hasta el simple respirar. Pero lo peor de aquel lugar era que allí resurgía mi peor pesadilla, la de estar preso en la oscuridad; y yo me había prometido nunca permitirme volver a vivir algo así. Pero allí estaba: no había cumplido mi propia promesa. Quise gritar pero no pude, ni siquiera pude mover la mandíbula. Rompí en llanto al recordar mi viejo sueño de playas y Brasil, pero pronto dejé de llorar: nada había más inútil. En la cárcel, si algo había aprendido, era a resignarme. Me habían dejado el paquete de Camel al que le quedaban dos cigarrillos. Encontré los fósforos en el bolsillo del pantalón. El ansiado chispazo me permitió descubrir unas paredes de ladrillo sin revoque que me encerraban. Muy pronto volvió la oscuridad y era aún más negra que antes. Volví a recordar y quise morir; quise morir antes de volver a padecer ese infierno, el de una prisión. Pero ésta vez, sí comprendí que en el infierno no hay Dios, y que allí ya es inútil rezar. Volví a querer llorar, volví a contenerme. Volví a querer morir. Me dediqué a fumar. Oí pasos. La puerta se abrió luego de que quitaran varias trabas. -salí Ángel, ¡dale! ¡Apurate, chamigo!- aún enceguecido por las horas en la penumbra, reconocí al Polaco por la voz. La vista se fue acostumbrando a la luz mientras el Polaco me llevaba de un brazo, rengueando por un pasillo de lo que parecía un hospital, un manicomio o alguna otra institución oficial, lugar que, a la vez, daba la impresión de estar abandonado. Llegamos a una habitación gris en cuyo extremo opuesto había una pesada puerta de chapa. Ésta se abrió con el sonido de un timbre para dejarnos ingresar a otra estancia, excesivamente iluminada por un blanco fluorescente, en la que estaba Millán recostado en su trono, con cara de recién levantado, con los pies cruzados sobre el lujoso escritorio en el que divisé mi .32, al lado de su famosa Colt. A su diestra estaba, de pie, el Coronel. Millán, al verme, se incorporó para decir con evidente sorpresa: -Uy, Ángel ¡qué te hizo éste animal!- y luego al Polaco: -¿vos estás loco, Polaco? ¡Mirá cómo le dejaste la cara! Yo no quise imaginar cómo me había dejado la cara. Millán siguió: -¿Te dije o no te dije que no lo maltrataras, inútil? -si, Millán-. Jamás había visto al Polaco tan dócil. -¿Qué hacíamos si se te moría? ¿A vos te parece, Coronel? -te dije, Millán, que éste no servía para nada y que le faltaba mucha disciplina.- le contestó el Coronel, como satisfecho por haber tenido razón. -Polaco: llevalo allá, y ponelo con la otra. La otra era Paulina que, atada de pies y manos y mordiendo el pañuelo anudado en la nuca, que seguramente lloraba desgreñada, desde hacía horas. Llevaba el mismo vestido que la tarde anterior; pero aquel blanco impoluto, también había desaparecido hacía horas, así como todo lo señorial que había en ella la última y única vez que yo la había visto. Reconocí en su mordaza el pañuelo con el que se había cubierto para parecerse a Sofía Loren. Ella me miró abatida, no supe si pidiendo auxilio, o pidiéndome perdón. Le mentí diciendo: -tranquila, Paulina, todo va a salir bien. -Shh. Ángel, no hablés si no podés. Y vos Polaco quedate ahí. -¿que? -¡que te quedes ahí nomás, Borzuk!... Coronel, hacé pulpita a ese infeliz porque no lo aguanto más. Paulina empezó a gritar tras su bozal. El Polaco esbozó una súplica. El Coronel desenfundó la cuarenta y cinco, apenas guiño el ojo izquierdo y casi no apuntó. El estruendo del disparo eclipsó el retumbar seco del cuerpo contra la pared; el cadáver rebotó para caer ante nosotros, los prisioneros, ya con el cráneo abierto como un fruto maduro. Para mí, sentir el olor de la pólvora quemando carne, sangre y hueso, oír la reverberación, el eco del seco alarido de la .45 del Coronel, ver el fogonazo del tiro con mis ojos llenos de sudor, ver el cuerpo del Polaco desplomarse enredado a mis pies así, como un monigote inerte, el iiiiiiiiiiiiiiiiiiii como una estela en mis tímpanos y en mis sienes, fue lo más terrible que hubiera experimentado alguna vez; creí volverme loco si no gritaba. Un reguero de sangre avanzaba cansino hacia Paulina que, sumida en una crisis de nervios, gritaba detrás de la mordaza, pataleaba, se sacudía estrellando la nuca contra la misma pared en la que había rebotado el cadáver. Gritó Millán como en éxtasis: -¡qué sonido tiene esa hija de puta! -no hay como la .45 ¿eh?- le contestó, orgulloso, el Coronel. -¡cada vez mejor esa puntería, Coronel! ¡Sorprendente!... ¡entre ojo y ojo!... ¡Shhh!... ¡nena! ¿No ves que estamos hablando? -La J de dieciocho puntos en la frente de Millán pareció arder cuando, en su rostro, el gesto se volvió despiadado- ¡No se puede hablar con tanto griterío! ¿O querés ser pulpita vos también? Paulina hizo silencio, inhaló en una sacudida y lloriqueó un instante más antes de desmayarse, desplomándose hacia el lado opuesto al mío. -che, Coronel: ¿y que tal anda la Mimos? -bien... ya sabés: la Mimos es mi debilidad. No me casé con ella porque ella no quiso. El lino blanco del vestido de Paulina estaba manchado en sangre. ¿Habría tenido un aborto? Quizás sólo era sangre del Polaco. -y si, era hermosa la Mimos... -ES hermosa, Millán... estaba enojada porque éste pelotudo -el Coronel me señaló apuntándome con la .45- la trató de gorda. -¿en serio le dijiste a la Mimos que está gorda? sos un grosero, Ángel. ¿Y ahora? Mirá cómo da vueltas la vida, che. ¿Te acordás lo que te dije anoche? -Señaló el techo con el índice-: nunca-se-sabe... sino, preguntale al Polaco. Soltó una risotada, la más perversa que alguna vez hubiese oído. -y hablando de eso- siguió- ¡cómo se ensañó con vos el Gordo Strelassa! Me parece que no te perdona lo del parabrisas del Mercedes. Cuando encontró tu saco se puso como loco. Yo te cuento para que entiendas porqué estás acá... ¿conocés la expresión "dos pájaros de un tiro"? -... ¡Contestame lo que te pregunto! -si, la conozco. -y si... ¿cómo no la vas a conocer?... Está bien. El asunto es que hay que sacarse el sombrero con el Gordo. Mirá lo bien que planeó todo: apenas se enteró que la Piba iba a hablar con vos, y eso fue enseguida... ¿sabías que existen micrófonos para escuchar las conversaciones?... ¿las telefónicas... bueno, todas? ¿Sabías que Strelassa puso micrófonos por toda la casa, y obviamente en las oficinas, Angel? -no, no sabía. ¿puedo fumar? -si, che. Fumá. Hace poco que se los compramos a los americanos... ¡no te imaginás la cantidad de zurdos que pescamos gracias a esos benditos micrófonos!... como con un mediomundo... ah, Strelassa se puso en contacto con tu amigo el Polaco y le ofreció quinientos por raptar a Paulina... Si, Ángel, anoche te tuve que mentir... nada personal ¿eh?... el Polaco, para inculparte, como era parte del plan de Strelassa, anduvo diciendo por todos lados que vos estabas viviéndola a Paulina. Ideas del Gordo para cubrirse hasta del embarazo. Además, esos ignorantes se creen cualquier cuento. Che, Ángel... de curioso nomás: ¿Cuánto te ofreció Paulina a vos? -cinco mil. -¡la mierda! ¡Tienen guita estos turcos! ¿Cinco mil? ¿Por qué? -por amenazar a Strelassa... -si, ya sé. Ahora vos dejame que te cuente esto: parece que esta piba estaba exigiéndole a Strelassa que abandonara a su mujer..., vos que la conocés, ¿cómo se llama? -Lorena. -Lorena. Bien. Como sabrás, el Gordo será muy jodido, pero no iba a dejar a Lorena, y parece que la hija de Josef, ingenua y encima susceptible por el embarazo, te quiso a vos para que lo asustaras y no lo dejaras llegar a la reunión del Parque Paraguayo. Paulina sabía que Strelassa le diría que terminaban, que lo que había entre ellos era algo prohibido, que él amaba a su esposa, que él no podía hacerle eso a Josef... y toda la cantinela. -¿y que hacemos Paulina y yo acá? -es que vos la secuestraste, Ángel. -¡yo estoy secuestrado! -si, Ángel, vos estás secuestrado... pero la cuestión es que el Gordo armó el asunto para que quede así: vos, con la ayuda de tu secuaz, o sea el infeliz que está ahí tirado sin cabeza, raptaron a Paulina y pidieron un rescate de cincuenta mil dólares. Cincuenta mil dólares que vamos a cobrar el Coronel y yo. A su vez -Millán pegó las manos como en un rezo-, el Coronel se va a llevar los aplausos y va a salir en la tapa del diario por haber hecho pulpita a dos criminales tan desalmados, ateos y comunistas de mierda como ustedes, que violaron y mataron a una chica tan hermosa, tan de familia y tan en la flor de la juventud, por un puñado de dólares miserables con los que financiar a la Subversión... -yo no soy comunista, a mi la politica... -¡callate que no terminé! ¿Quién te dijo que podías hablar, zurdo de mierda?... sigo: para colmo la nena...si, esa nena que está ahí y que vos secuestraste, Ángel, era hija de un importante empresario de la ciudad que cuando se enteró, al pobre se le rompió el corazón... y se murió. -Millán volvió a reírse con malignidad, tomó aire y siguió: -¡usted también, Coronel! -golpeó el escritorio- ¡se hubiese apurado un poco, hombre! ¡La vida no es sólo darle matraca a la Mimos! ¡es una pena que llegara demasiado tarde para salvar a la pobre santa! -no la mates, Millán. -no es nada personal, Ángel. -no la mates. -Quedamos con Strelassa que matábamos dos pájaros de un tiro... bueno, tres pájaros contándote a vos... no se si vos sos un pajarito, o un pajarón... ja, ja.... -no la mates. -con Paulina hecha pulpita, el viejo se muere con la sola noticia; el Gordo ni siquiera se tiene que separar de tu Lorena, a la que va a tratar como toda una reina cuando él sea todo un rey. Como dirían los colegas de Langley: "Listo el chicken".-volvieron a reír los dos. -por favor, Millán, no mates a Paulina... por dios, te lo suplico. -y desmoronado en llantos, mojando mis rodillas en la sangre del Polaco, imploré:- no me la mates, Millán, si ella ya perdió el bebé... ella ya lo perdió, por dios. No me mates a Paulina... El silencio en el que yo lloraba fue roto un minuto después, cuando Millán hizo el siguiente comentario: -me parte el alma, Coronel... vos quedate tranquilo, Angelito, que lo que el gordo Strelassa no sabe es que "nunca se sabe". Hubo otro silencio, éste un poco más extenso, en el que me daban unos instantes para recomponerme, para recobrar mi dignidad. Apagué la colilla en la sangre del piso. Me sequé, con el brazo, el sudor y las lágrimas. Me puse de pie, con esfuerzo. Miré al Coronel directo a los ojos. Millán habló: -date vuelta, Ángel. Sino no se puede. -Esperá, Millán. ¿Puedo pedir un último deseo? -ay, Ángel, qué pesado. No me irás a pedir que no te matemos ¿no? Porque ahí te molemos a palos... y después sos pulpita con mucho, pero mucho dolor. Insistí: -¿puedo pedir un último deseo? -dale. Me agaché y trabajosamente me arrodillé junto a Paulina. Le acaricié el pelo; ella temblaba: ya había despertado aunque ellos creyeran que no. Le besé la frente y me levanté, ya mirando la pared. Oí a Millán decir: -Pulpita, Coronel. Pulpita.
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inocencio rex
y gracias tambien por las 5/5..
loco, tus policiales son muy buenos.. tienen más del estilo que esto.. yo me largué a escribirlo de puro caradura, con unos poquitos acordes me puse a tocar en una banda, o algo así.
Ricardo Fernndez
inocencio rex
tus palabras son un halago... te agradezco que hayas pasado por esta parte final del relato, y sobre todo, me alegro mucho de que te haya gustado.
un abrazo
Guillermo Capece