La cita
Publicado en May 12, 2017
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
Quiero llegar puntual a la cita. Empujo con brusquedad la puerta de entrada y cruzo apresuradamente el salón vacío. Me detengo frente a una cortina que hay al fondo. La descorro de un manotazo. Ahí está, en un minúsculo compartimento privado, el otro, yo mismo, sentado ante una mesa desnuda. Jalo una silla y tomo asiento, mirándolo a los ojos. Parece alterado por quién sabe qué pensamientos turbios, confusos. Hablo, sin preámbulos: -Debes serenarte. -¿No te cansas de dar buenos consejos? –dice irónicamente. -Tu salud no es mala, aún eres fuerte. ¿Qué terquedad la tuya de ahogarte en un vaso de agua! -Imbécil... Guardo silencio. Lo observo detenidamente. De sus sienes resbalan sendos hilillos de sudor. Él también me observa, desafiante. Insisto: -Tienes proyectos, planes... ¡No te dejes doblegar! -Me das asco... –murmura apenas, con los labios apretados. Luego se lleva una mano a uno de los bolsillos de la chamarra y extrae de ella una pequeña pistola que pone en el centro de la mesa. -¿Ésta es tu solución? Pensaba que eras más inteligente e imaginativo –digo, tratando de picarle el orgullo. Él ríe con sorna y dice: -Y yo pensaba que eras menos cobarde y pusilánime. ¡Te has puesto a temblar! Junto las manos y bajo la cabeza, desolado. *** Me remuevo en la silla, inquieto. El aire enrarecido del lugar pasa a través de mis pulmones como si fuera cristal pulverizado. Resopló y lanzo un grito que suena igual que el ladrido de un perro: -¡Al diablo todo! Me dirige una mirada aterrada. Por primera vez comprende que mi determinación puede llevarme a un camino sin retorno. Se recompone y dice: -Sólo te pido que seas menos severo contigo mismo y con los demás. -¿De dónde sacas tanta sapiencia? –digo, y al cabo de un instante agrego-: Creo que es inútil seguir hablando. -¡No, no es inútil! ¡Tenemos que hacerlo hasta que recobres la razón! -¡Necio! Un último rayo de sol se cuela por la claraboya empotrada en el muro que se levanta a mi espalda, e ilumina su rostro demacrado y sombrío. Echo la silla hacia atrás y me pongo de pie. Él intenta incorporarse también mientras balbucea algunas palabras que no alcanzo a entender. A continuación, como aplastado por el peso de una derrota inverosímil, se deja caer de nuevo sobre la silla. -Adiós –digo, y comienzo a caminar en dirección al salón. En el centro de la mesa, la pistola yace inmóvil, como una mortífera araña al acecho de su próxima víctima.
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