VICIO PROVECHOSO
Publicado en May 20, 2017
¡No sé qué voy a hacer con Carlos…este muchacho me a matar! Fueron los gritos de doña pepa la mamá de Carlos, un niño de solo 8 años y a quien el vicio de comer cosas raras le fascinaba. El niño se saciaba en las calles del pueblo comiendo mierda de perro seca, jabones, camisetas y piedras blandas de colores que conseguía en las quebradas que cubrían los al rededores del pueblo, este niño armaba un plato exquisito para darse placer y supuestamente alimentar su cuerpo que no mostraba reacciones negativas en su ser, mientras que para doña pepa eran puras porquerías y no encontraba como hacer que Carlos abandonara ese vicio. Calos con la mierda de los perros armaba una gollería, eso que él veía como unos exquisitos panderos se desboronaban en su boca suavemente, la contextura y el color de los jabones eran llamativos y le provocaban ansias de probarlos, las camisetas parecían como si hubieran sufrido una balacera, pues se veían rotas en la parte delantera ya que, el niño aunque teniéndolas puesta las envolvía en sus manos dejando ver su enorme barriga y llevando las puntas de la camiseta a su boca, las masticaba hasta romperlas, el barro bien seco y de color amarillo eran las medias tardes y aprovechaba que al lado de su casa estaban construyendo un parque, para complementar con la arena seca que era tostada por el sol y según era leche en polvo. Doña pepa ya estaba casi loca de no saber qué hacer con ese muchacho, le hacía remedios caseros, le compraba vitaminas y sobre todo que no le faltara el mercado en la casa, pero no, Carlos prefería sus banquetes callejeros. Un día doña Martina fue a la casa de Carlos a buscarlo porque se le estaba comiendo las paredes de la casa, pues tenía la pared del frente empañetada con un revoque preparado de boñiga y puzol y él era quien le había estado sacando huecos a la pared para prepararse su apetitoso manjar. Una tarde veranera Carlos casi es arrastrado por la corriente sorpresiva de una de las quebradas del pueblo, ya que él se encontraba en la playa recogiendo las mejores piedras muertas, que son aquellas de colores y crocantes, estaba tan concentrado que estaba medio lloviznando y no se había enterado, no paraba de recoger piedras hasta que sintió un ruido como si se fuera a levantar la tierra, sin saber que, era la creciente que ya estaba cerca de él, lo cual lo obligó a salir corriendo dejando botado todos sus mecatos. Al problema que se le había presentado a doña pepa y a Carlos por las paredes de doña Martina, se le sumó, el que tuvo con la maestra de tercero, no lo van creer; Carlos se comía las tizas, sin dejar con qué escribir a la profesora. La mamá de Carlos quiso meterle algo de miedo para no volviera a comer tizas, entonces le contó lo sucedido a sus otros dos hijos; pambelé y Jair, estos decidieron contarle a Carlos una mentirilla; que no comiera más tizas porque eran hecha de huesos de muertos, pues Carlos largó la risa y dijo; ¡entonces la carne de los muertos debe ser más rica aun! A pesar de todo, Carlos no era mal estudiante aunque no llevaba cuaderno ni devolvía los que sus compañeros le prestaban para desatrazarse, pues como los devolvería si el enviciado niño se los comía, según él los que tenían hojas blancas sabían a leche y los de color amarillo sabían a panela. Un día doña pepa decidió llevarlo al médico a que le hicieran unos exámenes y le explicaran el por qué Carlos actuaba de tal manera y en vez enflaquecer , más bien se engordaba y parecía estar más saludable que sus otros hermanos, que si comían lo adecuado; después de la revisión, Carlos fue medicado y doña pepa muy contenta empezó a notar que ya Carlos no comía porquerías y estaba comiendo sanamente en la casa, pero ella no sabía que esos medicamentes le abrieron más el apetito y seguía consumiendo las porquerías pero a escondidas. Uno de los amigos de Carlos le contó a doña pepa que lo había visto comiendo arena en el parque, Carlos negó lo sucedido, entonces, la mamá para comprobarlo estuvo pendiente de que Carlos fuera al baño y cuando esto pasó le dijo lo hiciera en una bacinilla y al terminar el acto doña pepa empezó a mover la bacinilla como moviendo una batea cuando se lava la mina hasta ver los residuos, dando como resultado lo que el amigo le había dicho; entonces ella muy furiosa, aprovechó que ese día había un entierro en el pueblo y cuando ya habían metido al difunto en el hueco de 7 metros de profundidad, llevó al Carlos y lo tiró para que lo enterraran vivo, Carlos lloraba del susto y gritando decía que no lo volvería a hacer, el niño casi sufre de un infarto al ver que los que estaban ahí sonreían en vez de socorrerlos, algunos más bien le tiraban pelotas de barro, Carlos no puedo más y se desmayó y cuando despertó estaba bajo su cama acompañado de sus dos hermanos, quienes lo sacaron y lo escondieron para que no le hicieran nada. Doña pepa quería repetir la escena cuando Carlos volvió en sí, pero sus hermanos lo cubrieron dispuestos a que fueran castigados por ella y trataron de consolar a Carlos ya que, este lloraba de forma muy triste y melancólica que contagiaba hasta el alma más fuerte de cualquier ser humano. A partir de este suceso, Carlos empezó a dejar el vicio provecho, que lo único que estaba haciendo era acabar con su vida poco a poco, les cogió miedo a su madre y amor a sus hermanos, aprendió a comer saludable y a respetar a los difuntos.
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