La noche más larga
Publicado en Jun 25, 2017
En la noche más larga no hay perros que ladren. Ni un foco prendido. Lo que fue calor, ahora es frío. Los pensamientos que, largamente, naufragaban dentro mío, me abandonaron mucho antes del hundimiento, previsto hace ya mucho tiempo.
Aquella nave que llamé “vida” y que llegué a comprender, con mucho esfuerzo, que su nombre era otro, se quemó a fuego lento en la tormenta perfecta. Aún flotan, orgullosos, los restos que no se sumergieron, que no se hundieron, que son demasiado livianos para aquel fondo profundo, honesto. Que son demasiado fuertes como para morir por una simple tormenta. No, aquellos restos serán los cimientos del nuevo navío, ese que, llegado el momento, también naufragará… ¿Cuántas vidas tiene un navegante? Quizá tantas como tormentas el mar. Sólo me encuentro, después del desastre. Sólo, como siempre. ¿Y quién ha de culpar al tripulante por salvar su vida? Sólo el capitán debe morir con su barco. Y yo me percaté tardíamente que, de este barco, el capitán era yo. El camino se estira, entonces, cada vez más. Todos los mares que navegué no lograron enseñarme a caminar por estos terrenos. Estos irregulares, sinuosos, tenebrosos, avaros, egoístas terrenos. La verdad, de este camino no logro ver su principio ni su final. Tiendo a pensar, infantil e ingenuamente, que estoy en la mitad. Sé, dentro mío, que no lo es. Que falta tanto, tanto. Cuando me lancé al mar jamás pensé ser capaz de dominarlo. Jamás lo hice realmente, pero al menos logré acostumbrarme… Me pregunto si lograré acostumbrarme aquí… Todo es tan extraño, tan lejano, tan ajeno. A veces escucho voces, pero jamás logro ver caras. Sé muy bien que muchas de ellas vienen de mi mente, pero hay algunas que se escuchan tan reales... En la noche más oscura no hay a quién tocar, a quién ver, a quién escuchar. He sentido algunas veces un calor que no puede ser sino humano. Es muy reconfortante. Es casi esperanzador. No sé si las caricias que he sentido, de vez en cuando, son reales. Quiero pensar que no. Este camino está tan lleno de ilusiones que me cuesta mucho distinguir. No veo nada pero escucho todo. Ha habido fogatas que desaparecen en un parpadeo, voces que se transforman en gritos, calor que quema, destellos repentinos, encandilantes. De todo esto huyo, por temor a ser engañado. A engañarme yo mismo. Son como bocanas de aire cuando me estoy ahogando. Si he de morir de todas formas, no quiero alargar mi agonía. No quiero mentirle a mi alma y condenarla a más instantes de prisión. Quiero su libertad. Quiero mi libertad. Y las voces y calores y destellos no hacen más que aumentar mi condena. Porque es imposible que aquello sea cierto. En la noche más fría, el calor se ha olvidado. Me arranqué tantas veces de él que ya es sólo un cuento más en mi mente. Uno que intento contarme siempre, antes de dormir. Uno que, por lo mismo, no recuerdo. Destruí toda fuente de calor en mi camino hacía aquí. Nunca creí que fueran ciertas. Un par de veces, aquel calor llegó incluso a mi corazón, pero siempre impedí que lo calmaran, pues no podía darme el lujo de creer sin ver. No se puede culpar a los tripulantes por querer salvar sus vidas. ¿Se me puede culpar por no querer salvar la mía? Se podría decir que sería una pérdida. Después de todo, ésta experiencia y sabiduría debiesen servir para algo. A alguien. Pero en esta fría, oscura y larga noche, no puedo ver ni sentir a nadie. Quizá son los fantasmas de mi tripulación a quienes escucho cuando más frio tengo. Desde lejos me llegan esas voces en lenguas que no manejo. Hablan de cosas que no conozco. Dan consejos inauditos, balbucean palabras manoseadas, ideas absurdas de una tierra de luz, de paz, de sanidad, de calor. En ésta noche fría, oscura y larga, no hay compañía. Esta noche, que es profundamente mía, está abandonada a su suerte. Ya las voces desaparecieron. Ya las fogatas se apagaron. Ya mi alma, cansada, se ha rendido. En mi caminar, aprendí que no es la noche más larga: he tenido noches llenas de una eterna tormenta, tan largas como el horizonte. No es la noche más oscura: he tenido noches donde hasta las estrellas se tragan la luz de mis ojos. No es la noche más fría: he tenido noches en que hasta mis sueños se congelan… Es la noche más sola.
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