La tarde de los lpices
Publicado en Sep 24, 2009
Caía la tarde.
Una mezcla de incertidumbre y excitación se apoderó de mi cuando la vi llegar. Lo único que sabía de su vida era que trabajaba como modelo en un conocido programa de televisión y que había aceptado salir conmigo sin ninguna condición. Me saludó con un beso e inmediatamente nos dirigimos hacia la entrada del cinema. Me abrazó con firmeza y colocó la mano sobre mi trasero. Exhibían el filme "La noche de los lápices", una película poco recomendable para iniciar un romance. Se apagaron las luces. Se recostó sobre mi hombro y emitió un breve gemido de placer. Las palabras de mi buena amiga Juliana, en relación con la "aventura" en que me había embarcado, vinieron a mi mente: - No deberías salir con una desconocida. - Recuerda que han aumentado los robos y que los ladrones se valen de todos los medios para alcanzar su objetivo: un beso, el humo de un cigarrillo, un caramelo ... utilizan cualquier medio para dejarte indefenso, roban tus pertenencias y luego te abandonan en cualquier lugar... bueno, si es que no deciden matarte para no dejar pistas. De vuelta en la sala de cine, la miré con desconfianza. Ella sonrió con picardía y acercó sus labios a los míos... la tibieza de su aliento despejó todas las dudas de mi mente. Tomo una manzana de su bolso y la partió en dos. Me entregó una de las mitades mientras mordisqueaba la otra. Olfateé profundamente en busca de algún aroma extraño que me revelara sus intenciones. Nada. Mordí con timidez un trozo y jugueteé con él en mi boca durante un rato, finalmente lo escupí con disimulo. Cada una de sus miradas, cada uno de los sugestivos roces entre su piel y la mía, entre sus labios y los míos, se fueron convirtiendo en una tortura aún mayor que aquellas propinadas por el establecimiento a los desaparecidos en medio de la dictadura Argentina. Al terminar la función, me encontraba paranoico. Caminamos calle arriba hasta llegar a un pequeño café en la Avenida del Río. No sobra decir que el sabor a menta de la goma de mascar que me ofreció durante el trayecto, se transformó en veneno letal para mi mente y que el humo del cigarrillo que fumó mientras llegábamos a nuestro destino, impregnó de miedo mis cavidades nasales. Al salir del baño, descubrí aterrado que sobre la mesa reposaban dos tazas humeantes, ella me miró con coquetería y dijo: - Como no sabía que querías, te pedí un café. ¿Está bien? La miré con recelo y murmuré: - Eh, sí... no, sí está bien, gracias. - ¿Pasa algo? ¿Estás preocupado? - Y agregó: - Te noto nervioso. ¿Tienes algún problema? No encontré una buena respuesta. Allí estaba yo, con una hermosa mujer dispuesta a compartir conmigo cualquier locura, paralizado por mis propios fantasmas. Maldije mi suerte. Me sentí mareado, la visión se tornó borrosa. En aquel momento supe que había caído como un tonto en las garras de una de esas pandillas sobre las que alertaban en la televisión. Quise levantarme de la silla pero ella no me lo permitió. Con una gran sonrisa y un gesto de coquetería me tomo por el brazo y dijo: - Ay no, quedémonos un rato más. Estoy muy a gusto contigo y aún no hemos tenido tiempo de conocernos bien. La aparté con brusquedad. - Lo siento - dije. - Olvidé que tengo un compromiso. Me sentí tambalear mientras caminábamos hacia la autopista. - Tomemos un taxi - dije. - Mejor el autobús - dijo ella. Era obvio. Sus cómplices podrían actuar con mayor facilidad en medio de la multitud. Cuando me di cuenta ya estábamos sentados en un bus ejecutivo con dirección hacia mi infausto destino. - ¿Dijiste que vivías por la calle Conquistador. ¿Verdad? Sí, era verdad. Ella lo sabía y no había nada que pudiera hacer para escapar a lo inevitable. - Sí, eso dije. Comenté con pretendida despreocupación, mientras miraba a mi alrededor en busca de sus cómplices. - Pues ya llegaste, bájate aquí. No te preocupes por mí que yo me dirijo más al Norte. Me dio un beso tibio, cálido, cargado de sensualidad y luego me apresuró a bajar del autobús.
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Juan Carlos Morales - Ruiz
doris melo