La chica del barrio
Publicado en Jul 23, 2017
Para llegar al final de dicha historia primero tendré que re retrotraerme a la edad de trece años. Comenzaba a ser un adolescente y a descubrir muchas cosas, sin dudas iniciaba el viaje al fin de la inocencia. Me urgía dejar la niñez atrás, me urgía la rebeldía, sin saber muy bien que significaba ser un rebelde. Pensé que lo primero que debería incorporar a mi nuevo ser seria los vicios. Entonces comencé a fumar, pero no tragaba el humo, ninguna de mis amistades se daba cuenta de ello, o tal vez todos nos desentendíamos porque en verdad ninguno tragaba el humo del tabaco. Así pasaba mis días, comprando cigarrillos con el dinero que mis padres me daban, escuchando música de rock, “para sentirme más rebelde”, sintiendo una gran curiosidad por aquellos seres, que en ese entonces yo entendía que eran todos borrachos y drogadictos; y claro, yo quería ser uno de ellos.
Las drogas siempre me causaron curiosidad, pero a mis trece años no sabía dónde comprarlas ni cómo hacerlo: No me tomaría mucho tiempo descubrirlo. Pero en aquel entonces no lo sabía y lo más cercano a las drogas que teníamos era el alcohol. Lo comprábamos en cualquier kiosco, por más que su venta estuviera prohibida a los menores. Nos embriagábamos asquerosamente, pensando que eso tenía que ver con la rebeldía y con la vida misma. A los trece años ya vomitaba mi bilis y experimentaba la resaca. Pero seguía siendo un niño inocente que nada sabia del tema que mas curiosidad me despertaba, las mujeres. A esa edad solo había tenido una novia que me había durado solo unos meses, hasta que ella me dejo. Yo era un chico tímido e inexperto, ella no era tímida pero si inexperta, pero con muchas ansias de dejar de serla. Yo también quería dejar de ser virgen, y por más que aquella chica me diera todas las pautas para que ambos dejáramos de serlo, yo no me animaba. La chica tenía mi misma edad y la misma calentura que yo, si no más. Pero yo no me animaba a dar el siguiente paso. Siempre teníamos su casa a plena disposición, sus padres nunca estaban y era hija única. Nos besábamos con aquel ardor adolescente que jamás encontrara comparación en el trascurso de nuestros años. Yo manoseaba sus tetas y su culo y de inmediato llegaba a la erección, pero me daba vergüenza cuando ella lo descubría y me apartaba. Terminaba masturbándome en mi casa y arrepintiéndome por no haberle hecho el amor. Así que finalmente me dejo, calculo que se habrá ido con otro que si supo arrebatarle la virginidad. Para ese entonces había otra chica que me volvía loco, no solo a mí, sino también a mis amigos. Siempre la veíamos pasar por la calle, nosotros solíamos parar en una esquina donde jugábamos al metegol y fumábamos cigarrillos. Aquella chica seria unos quince años mayor que yo, era hermosa y exuberante. Se paseaba con sus grandes pechos, que en verdad no lo eran tanto, pero a mí me resultaban imponentes. Sus labios eran puro sexo al igual que su actitud. Pero claro, ella jamás reparaba en ninguno de nosotros. Siempre andaba con hombres más grandes que ella, preferentemente que tuvieran algún vehículo. Y yo no tenía siquiera una bicicleta. Pero la vida me dio una segunda oportunidad, y quince años después la volví a encontrar. Los años no habían sido demasiado amables con ella, pero seguía teniendo aquellos labios sensuales y aquella postura erótica, tal vez sus pechos ya no me resultaran tan imponentes, pero sentía las ganas de posarlos sobre mis labios. Comprendí que aquella mujer que pasaba los cuarenta años nunca dejaría de destilar sexo en su transpiración y jamás perdería aquella mirada felina que solo sabia provocar. Aquella mujer podía tener setenta años y estar en una silla de ruedas que jamás perdería la avidez por el sexo, y siempre encontraría a alguien que estuviera dispuesto a acostarse con ella. Me sorprendió mucho cuando me reconoció, yo pensaba que jamás me había puesto la mirada encima, sin embargo me dijo: “sos el chico del barrio, aquel que junto a sus amigos jamás dejaban de mirarme, eras muy chico, pero ahora podríamos decir que las edades se han equiparado, ya tenes mis mismos años.” Sonreí, y ella comenzó a sacarse la ropa. Entonces me sentí aquel chico de trece años, virgen, a punto de dejar de serlo con la chica que acaparaba mi imaginación por las noches en mi cuarto. La tome torpemente, la penetre de igual manera y eyacule rápidamente. Me sentí avergonzado, no era un eyaculador precoz ni un inexperto en temas sexuales. Pero en aquel momento volví a tener trece años y a ser virgen, cuando comprendí que ya no lo era, que aquella mujer de cuarenta y tantos años me había desvirgado por segunda vez. Volví a tomarla. Pero para variar como es debido, y le hice el amor como una mujer de su talla lo merece. Lo hicimos casi por dos horas, sentí que le estaba haciendo el amor a aquella mujer como nunca antes se lo había hecho a nadie. Y ella sentía lo mismo, nunca nadie antes la había cogido como yo lo estaba haciendo. La mujer disfrutaba, se entregaba y a la vez me enseñaba, la chica del barrio era mía y yo era todo suyo. Nos desvanecimos en la cama, ella se quedo dormida con una sonrisa en su rostro. Yo no tenía tiempo de quedarme dormido, me vestí, le deje los trescientos pesos sobre sus tetas además de una buena propina, y me fui del hotel antes de que el turno llegara a su fin.
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Elvia Gonzalez
javier
Maritza Talavera
saludos
javier
Federico Santa Maria Carrera
Todo ha sido posible gracias a la creatividad puesta en tus intenciones de entregarnos un valioso y reflexivo tema que fue tratado con un adecuado dominio de la prosa y cuidando de no caer en la vulgaridad.
Te felicito, amigo, por abrazar estas nobles inquietudes de la expresión.
Federico Sta. María C.
javier
Mara Vallejo D.-
Saludos
María
javier